Una maravilla de desesperanza y belleza, en un fin del mundo poético. Una narrativa y una dirección de actrices perfectas con una fotografía deslumbrante.
Ficha IMDb
Una estructura parecida a la de Antichrist , con un prologo filmado en extremo ralentí, acompañado de la música de Tristan e Isolde de Wagner. Seguido de dos partes, cada uno llevando el nombre de una de las dos hermanas, Justine y Claire.
Como la obertura de una ópera, el prologo expone los temas y deja muy claro al espectador lo que va a pasar: una novia que arrastra estambres grises que encadenan sus pies, una madre que lleva su hijo en brazos, la novia florando tal Ofelia con su ramo de lirios del valle, la pintura de Brueghel, Cazadores en la nieve, que se retuerce como consumida por el fuego, el calor o el tiempo, todo con una brillantes, un relieve que hacen pensar en la pintura surrealista.
Después de un largo tiempo negro aparece el titulo y el nombre del director, en la misma tipografía que en Antichrist, como rasgados sobre madera. Y después el titulo de la primera parte: "Justine".
Esta parte empieza llega de ternura amorosa, de complicidad divertida: la enorme limosina de los novios es demasiado larga para tomar una vuelta en la pequeña carretera que lleva a la casa donde se lleva a cabo la fastuosa cena. Primero le dan instrucciones al chofer, después se baja el novio, Michael (Alexander Skarsgärd) finalmente hasta la novia, Justine (Kirsten Dunst)se pondrá detrás del volante. Llegan con dos horas de retraso a su cena. Antes de entrar, se detienen a ver las estrellas.
Le fiesta recuerda mucha a la gran comida de Festen, filmada en cámara al hombro, según las reglas de Dogma, sin iluminación artificial, lo que da una luz anaranjada de fotos familiares. Como en Festen , abundan las intervenciones indeseables: la madre (Charlotte Rampling) y su discurso anti familiar. El padre (John Hurt) haciendo bromas con sus vecinas de mesa y robando cucharas para humillar al mesero. Y las ausencias de la novia. Distracciones pero también verdaderas huidas, que pueden ser muy largas: un paseo en el parque, subir a acostar a su sobrino o hasta tomarse un baño mientras todos la esperan para partir el pastel.
Ella va de momentos de complicidad con su esposo con su hermana Claire (Charlotte Gainsbourg), con los invitados, a momentos de total ausencia, mirada vacía, viendo a otro mundo.
Los organizadores de la fiesta, Claire y su esposo John (Keith Sutherland) tratan de mantener los hilos, de engañar a los invitados, de hacer como si todo fuera normal. Y después de soltar globos de papel al cielo nocturno, luces que se van a unir a las estrellas, todos los invitados vuelven a la casa, caminando en sus ropas de fiestas sobre el pasto, como en una película de Fellini. La boda se acaba y la nueva esposa se va sin que Justine haga nada para detenerlo.
Porque ella, la melancólica, sabe que todo está escrito ya, que las estrellas han marcado el destino contra el cual no se puede hacer nada.
A la luz anaranjada de la primera parte, nocturna, sucede la luz azul del día de la segunda parte, la de Claire. Esta inmensa casa, que parecía ser un hotel-club de golf de lujo, se vuelve casa familiar, intima donde la hermana mayor trata de devolverle fuerzas físicas y ganas de vivir a Justine. Pero esta ya no tiene fuerzas para entrar a la bañera y el pastel de carne que tanto le gustaba tiene ahora sabor a cenizas.
Al mismo tiempo que trata de devolverle la vida a su hermana, Claire está obsesionada por el planeta Melancolía y su trayectoria. A pesar de que su esposo John, apasionado por las estrellas, le explica que los cálculos de los astrónomos han demostrado muy bien que Melancolía no representa ningún peligro para la Tierra, Claire está llena de angustia. Si su hermana se dejaba absorber por su melancolía interna, Claire está atrapada por la Melancolía exterior. Al punto de comprar pastillas que les permitirán suicidarse antes de la colisión final de los planetas.
Como Justine iba hacia la melancolía, se dejaba atrapar por ella, en la segunda parte, la melancolía viene a ellas, se acerca a la tierra y absorbe todo.
Poco a poco, Melancolía se acerca. Padre e hijo hacen sus preparativos astronómicos: disponen los telescopios y un ingenioso dispositivo inventado por el niño, simple alambre que permite medir el acercamiento o alejamiento del planeta.
Llega la hora marcada: un momento de una belleza infinita, donde todo el trabajo de luz de Von Trier y su fotógrafo encuentran su cumbre; a las once de la noche, se produce un eclipse al revés. Luz en la noche, los animales despiertan. El planeta se acerca y se va. El niño no ve nada, porque no se pudo despertar.
Pero el día siguiente, Claire se da cuenta que el planeta vuelve. El croquis de las trayectorias, que no había podido imprimir por un corte de energía eléctrica, se produce realmente. Cuando Claire despierta, su esposo ya no está. Se suicidó con las pastillas, todas, y se fue a morir con los caballos. El hombre perfecto, sensible, él que organizaba, consolaba, ayudaba, apoyaba. En el momento clave, renunció, se dio por vencido. No quiso, no pudo, enfrentar la verdad. Y Claire, la siempre organizada, trata de pensar en cómo celebrar el momento último, en una ceremonia que su hermana considera inútil. Y será Justine la que encontrará la forma perfecta. Construir una gruta como las que ama el niño. Se van al bosque a cortar ramas, y edifican un tipi mágico, sin paredes. Y ahí los tres, apretándose las manos, esperan a Melancolía.
La película presenta varias semejanzas con Antichrist , mostrando que Von Trier prosigue en su reflexión sobre las angustias humanas ; el bosque, lugar de vida intensa, con su verde brillante, tan cerca de la casa, el puente que el caballo de Justine no quiere franquear, como el puente era el límite que la mujer de Antichrist no podía pasar porque no quería entrar al lugar de su inconsciente. El mundo del inconsciente esta cerca de nosotros, con sus refugios y sus miedos.
El hombre es fuerza razonable, que no quiere dejarse dominar por los caprichos de las mujeres de la familia. Pero que no es insensible y sabe acompañar a las que sufren. Aun si es con algo de impaciencia. Como los hacía El, personaje masculino sin nombre (Daniel Dafoe ) con Ella (Charlotte Gainsbourg también ).
La estructura en dos partes de Melancolía pone en claro la oposición entre dos temperamentos: el melancólico que, como el grabado de Dürer, ya ha conocido todo, comprendido todo y sabe que ya no hay nada que hacer porque todo está escrito. Y el temperamento activo, quien cree que el hombre tiene poder sobre su propio destino, quien cree que todavía se puede hacer algo. Por eso la organización de Claire, su formar de preparar las habitaciones, la comida, sus llamadas para el desayuno, bien dispuesto sobre la terraza.
El contraste físico entre las actrices hace visible esta oposición: Kristen Dunst, la rubia luminosa y hermosa, frente a la morena, flaca de cara tan ingrata que es Charlotte Gainsbourg y cuyo personaje se llama Claire. Pero la luz, casi mágica, que emana de Kirsten Dunst hace más intensa la fuerza fascinante de la melancolía. Quién ganará, quien tiene más poder es la luz mortífera del planeta. "El sol negro de la melancolía" como decía Gérard de Nerval en su maravilloso poema El desdichado.
Y, sobre todo, la belleza de las imágenes nos atrapa y nos hipnotiza, nos apresa en un ritmo, en una lentitud casi religiosa para tocar a lo indecible, a las razones profundas de una tristeza más grande que el ser humano.
No comments:
Post a Comment