Una película policíaca tan efectiva como tradicional. La historia no tiene nada para sorprender pero algunas actuaciones valen mucho la pena.
Ficha IMDb
Al terminar una audiencia en el Palacio de Justicia, el afamado abogado Raymond D’Alins (Jacques Dacqumine) es asesinado en su despacho del palacio por dos hombres vestidos de gendarmes, en presencia de una asistente. Era su primer alegato desde hace mucho tiempo. El comisario encargado del asunto es Martin Griffon (Claude Brasseur), policía solitario, un poco apartado de la Brigada Criminal (la “crime”) desde un asunto trágico anos antes. El alto responsable en el ministerio de justicia quien le da el caso, Millard ( Yves Beneyton) , temeroso de declaraciones políticamente inoportunas ,lo pone bajo la vigilancia del inspector Jean-Francois Rambert ( Jean-Claude Brialy) con quien Griffon tiene una relación poco amistosa : trabajaron juntos durante cinco años , al final de los cuales Rambert se fue con la esposa de Griffon.
Este sigue con su trabajo, acumulando pistas, interrogando gente que podría saber mucho y esconder aún más, por miedo. Entre ellos, un industrial ferroviario, Avram Kazavian (Robert Hirsch), la amante exótica del abogado, Suzy Thompson ( Dayle Haddon) ,y el extraño hijo de este, Philippe d’Alins ( Daniel Jégou).
La joven periodista Sybille Berger (Gabrielle Lazure) hace la misma encuesta, lo que enoja mucho al policía, al mismo tiempo que despierta en él una debilidad incomoda.
Los muertos se acumulan, algunos inocentes están sacrificados, las frases de odio y desprecio se cruzan, las mentiras se contradicen. Hasta que Griffon logra una entrevista con el hombre clave: el ministro de transportes Christian Lacassagne (Jean-Louis Trintignant), quien se suicida casi en su presencia, después de revelarle la verdad.
La cinta acabará con un Griffon herido, encontrando el amor y la comprensión en los brazos de la hermosa periodista.
Nada original en todo eso. Una trama lineal más o menos clara, y con implícitos políticos. Algunos sucesos, y algunos personajes poco claros. Pero la historia permite algunas escenas valorisantes para loa actores. Si Brasseur encarna el estereotipo del policía amargado, sarcástico, irrespetuoso pero tierno en el fondo, Hirsch en el papel del empresario falsamente extranjero y sobre todo Trintignant en ministro irreprochable, envuelto en un sentido del honor de samurái, tienen unos momentos muy deleitables
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