Adaptada de la inmensa novela, en todos los sentidos de Albert Cohen, esta cinta no logra transmitir la locura de los amantes que se quieren perfectos. La densidad de las palabras, el cinismo, el sarcasmo y el juego de máscaras no pasan en esta versión en spot publicitario para perfumes.
Ficha IMDb
En los años treinta, Ginebra era la capital de la diplomacia debido à la presencia de la Sociedad de las Naciones, predecesor sin éxito de las Naciones Unidas. La concurrencia de altos funcionarios de casi todos los países del Mundo y sus séquitos provocaba una afluencia de moda, de cultura y demás rituales de la gente elegante y educada, o al menos potente.
En este marco, Solal (Jonathan Rhys Meyer), jefe de la oficina del secretario general, es un hombre muy importante. Durante un baile en el hotel Ritz, donde por cierto vive, queda fascinado por la bella Ariane (Natalia Vodianova), esposa de un funcionario bajo las órdenes de Solal, Adrien Deume (Ed Stoppard). Para conseguir lo que quiere, Solal promueve al funcionario incapaz (en el libro) y le inventa una misión larga en varios países que le permite quedarse con la bella.
A partir de este momento, los dos amantes van a vivir una pasión ejemplar, refinada, culta, Llena de bellos momentos y clichés estéticos. Hasta huir juntos a un hermoso hotel italiano. Pedro el aburrimiento asecha y Solal se verá obligado a recurrir a escenas, celos, interrogatorios, para alimentar la pasión y, sobre todo, su propia necesidad de drama y sufrimiento. Ariane, enamorada y sumisa, acepta casi todo.
En resumen, pasión, auge, clímax y decadencia. A la que se suma un judaísmo orgulloso, reivindicado por Solal en una sociedad europeizada que empieza a dejarse seducir por los ideales nazis, o más bien encuentra en la nueva potencia alemana un pretexto para mostrar su antisemitismo.
La cinta presenta desde el principio su contexto histórico con imágenes de archivo de los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. Después se verán discursos de Hitler y Mussolini. El director, al parecer, desea que quede bien claro en que época se vive. Esta misma falta de sutileza es la que impera en el tratamiento de los personajes. Ninguno tiene profundidad. Son en un solo bloque. No dudas en ellos, ningún análisis de sí mismos, ningún juego de máscaras, con sí mismos, con los demás, ninguna distancia.
Todo el talento de Albert Cohen, su dominio de una lengua tan diversa, rica, divertida a fuerza de sarcasmos, tan hábil, flexible, capaz de la peor crueldad como de la más intensa poesía, pero siempre tan lucido. En cada momento, los personajes actúan, hablan con sí mismos al mismo tiempo que hablan con los demás. Ven hacia dentro y hacia fuera. Y, si no lo hacen ellos, lo hace el narrador, implacable, sin perdón en su caza de las ridiculeces sociales
Al suprimirá muchos, casi todos los personajes secundarios, Bonder le quita la paleta de registros del autor, de lo poético a lo polémico, de lo cómico a lo trágico, de lo burlesco a lo emotivo.
Queda una historia de amor y celos bastante banal, en lugares hermosos, con fotografía de revista de moda de lujo. Jonathan Rhys Meyers hace lo que puede, presta su seducción altiva a una interpretación superficial al personaje maquiavélico y, provocador y atormentado. Natalia Vodianova le da a Ariane su delgadez y su pelo enredado à una continua sesión de fotos publicitarias.
Adrien Deume ya no es ridículo, y flojo, solo un poco adulador y un poco obsesionado por los números. No queda nada de los retratos cáusticos de los padres de Adrien, solo unos suegros criticones. Y desaparecieron los cinco « valerosos » tíos de Solal, salidos de otro mundo, otro tiempo, de vestimenta y lengua floridas, locos orientales, devotos a su sobrino, el solar Solal.
Ariane la bella sumisa a su señor es ahora una mujer enamorada y decidida a todo para soportar y complacer a su amor, a pesar de sus locuras. Una mujer normal. Desapareció la sacerdotisa al servicio de su dios amado.
Y sobre todo, Solal de los Solal, el que no tiene nombre, ya que su apellido le sirve de nombre porque es único, porque es don Juan y el judío errante, Apolo y la belleza, el sumo sacerdote del amor que poco a poco descubrirá su humanidad y su judaidad, Solal el majestuoso se vuelve un pobre hombre enamorado que vierte en su amor todas sus inseguridades. Resulta igualmente absurdo verlo aplaudir solo contra todos a un director de orquesta judío insultado por un espectador, que verlo en unas grandes reuniones de la SDN, pedir que se les imponga cuotas a los países miembros para recibir refugiados.
La novela de Cohen es una de las más grandes obras del siglo veinte, a la altura de Proust, y Cohen fue propuesto por Joseph Kessel y François Mitterrand para el Premio Nobel de literatura y ciertamente lo merecía más que otros que sí lo obtuvieron. Que lastima que Bonder haya reducido Belle du Seigneur a una simple historia de amor y celos sobre fondo de papel fotográfico.
Lo único que valga la pena es la música de .Gabriel Yared, que anteriormente hizo las dos últimas cintas de Harry Potter.
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