Entre cinta de juico y cinta psicológica, esta historia sutil sorprende un poco , pero se deja ver con agrado, por lo acertado de sus observaciones sobre un medio social, una edad y unos caracteres poco habituales, como lo hacía la anterior cinta del director, La discrète (1990), también con Fabrice Luchini.
Ficha IMDb
El juez Michel Racine (Fabrice Luchini) es discreto, angustiado. Lleva a cabo su encargo de dictar la justicia, con seriedad y responsabilidad. Cada noche, repasa los expedientes del juicio en curso, trata de entender a consciencia a cada uno de los acusados, de los testigos. Les da la palabra a todos en su corte.
Para un espectador no francés, el desarrollo de un juicio penal resulta muy diferente de los juicios gringos a los que el cine norte americano no ha acostumbrado. En Francia, hay solo nueve jurados, cada quien puede hacer preguntas a los testigos o al acusado, en un ambiente que puede resultar menos formal que el gringo o el inglés. Los jurados pueden ser llamados a participar a varios juicios de una temporada. Pueden ser refutados por alguna de las partes, pero se tiene jurados de reserva, que entraran a sustituir al que llegue a faltar.
El juez Racine está en medio de un divorcio, lo que lo obliga a hospedarse en un hotel, en su propia ciudad de Saint Omer, en el norte de Francia. Es muy bien educado, austero, y muy temido en su corte a punto de ser apodado el juez “de dos cifras” ya que rara vez pronuncia una sentencia inferior a diez años. Sin embargo, tiene cara de víctima más que de verdugo, solitario en las calles, con su bufanda roja, jalando su maletita, comiendo solo, tosiendo, obligándose a trabajar aun cuando tiene migraña. Su cuello de armiño (de allí el título) parece una protección contra el mundo exterior y sus críticas, porque sabe que es diferente.
En medio del juicio imputado a un joven padre, acusado de haber matado a su bebe, se fija en la cara de una de los jurados, una mujer un poco más joven que él, de una belleza tranquila y sobria. Cuando habla tiene un muy ligero acento extranjero. La conoció unos años antes, cuando fue internado en el hospital y Birgit Lorensen Cotteret (Sidse Babett) fue su doctora anestesióloga.
La relación personal se limita a conversaciones en la planta alta de un café (como en La discrète) después de las audiencias, y deja a entender poco a poco lo que pasó entre ellos, como el principio de una relación que hubiera podido darse pero que ella cortó desde su inicio.
A estos encuentros casi furtivos se oponen las comidas entre jurados, donde cada quien se presenta casi con autoridad, sin matices. Resulta interesante ver como la evolución en la población francesa ha llevado a tener jurados tan mezclados en cuanto a los origines de sus miembros,sus profesiones, su nivel de estudio, sus culturas, y de ahí sus formas de vestir y de hablar. Las voces son muy importantes en la cita. Cada una traduce un fragmento de la población de Francia, como pueblos distintos que comparten una misma nación con sus rituales institucionales. Como la voz del juez se puede hacer dura, humilde, tímida, según el lugar y el momento, como la voz de la doctora testigo puede pasar de tierna cómplice con su hija Ann (Eva Lallier) a tierna confidente con el juez actual, o firme con el juez cuando era su paciente.
Lo interesante de la cinta son esos cambios sutiles, entre momentos oficiales, momentos sociales casi estereotipados, momentos de intimidad, entre complicidad amistosa y de algo que no quiere decir su nombre. Entre dos seres un poco tristes, pero al mismo tiempo tan llenos de vida y de sentimientos, aunque les tengan miedo. La sensualidad al mismo tiempo que una carga afectiva se hacen tangibles en la interpretación de Fabrice Luchini y Sidse Babett. Pasan a través de miradas, de detalles, ella un poco más cómoda, y el hablando con facilidad, pero como en superficie , mientras el resto de su ser se queda a la defensiva, dejando trasparecer toda la vulnerabilidad de un hombre a quien no le ha ido bien en la vida personal , atrás de su fachada invulnerable de juez.
Luchini envejece, y envejece muy bien. El que fue en sus jóvenes años un barroco exceso interpretativo, sabe ahora interiorizar, medir, matizar. No hay suspenso en esta cinta de juicio, no hay sorpresas, hay una lenta evolución, un lento descubrimiento.
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