Una obsesión que se vuelve historia policiaca, pasando por suspenso alcohólico y acaba con el regreso a la cordura y la justicia. Si logra mantener la atención del espectador, se queda embargo muy lejos de la fascinación de Gone Girl de David Fincher
Ficha IMDb
Todos los días, Rachel (Emily Blunt), en sus 30’s, pasa en su tren frente a las mismas casas de un suburbio elegante. Ahí vivía antes, cuando estaba casada con Tom (Justin Théroux) quien se quedó a vivir en la casa, con su nueva esposa Anna (Rebecca Ferguson) y su bebe. Pero lo que fascina a Rachel es la pareja que vive dos casas más lejos, los llama Jason y Jess y son para ella el sueño de felicidad conyugal que quedó atrás. Porque su vida actual es un completo fracaso. Después de su divorcio, empezó a beber y por eso perdió su trabajo, lo que la llevó a una depresión. Toma el tren todos los días porque no se atreve a decir a su compañera de renta que está viviendo de sus últimos ahorros.
Un día ve a “Jess” con otro hombre en su terraza y se entera algunos días después de la desaparición de la que en realidad se llama Megan Hipwell (Haley Bennett). Para ayudar en la investigación, o para darle algún sentido a su vida, se va a acercar al esposo “Jason”, Scott (Luke Evans) sospechado por la policía. Todas las intervenciones de Rachel acaban en desastres, complican aún más las situaciones y ella misma llega a ser sospechada.
Al mismo tiempo que trata de encontrar la verdad sobre la ex pareja de sus sueños, recompone poco a poco su propia vida y va entendiendo las verdaderas relaciones entre los cuatro habitantes de la calle ideal, y como el culpable de todos los males no fue quien se dio a ver.
La ubicación de la novela original de la británica Paula Hawkins se cambió de Londres a Nueva York y la tranquilidad monótona de los suburbios gringos en otoño queda perfecta para esta historia turbia.
La culpabilidad sembrada en Rachel por un esposo abusivo interpone un filtro entre esta y la realidad, cuidadosamente tejido en forma de rompecabezas que ella no puede volver a armar, debido a las ausencias que le provoca, le provocó el alcohol.
Toda la historia se encamina poco a poco hacia un final que se va haciendo predecible, lejos de la abominable perversidad final de Gone Girl de Fincher (2014), quien encerraba al esposo-victima en una telaraña sutilmente angustiante y, sobre todo, irrompible.
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