Con un dominio perfecto del blanco y
negro y del color, esta cinta explora el poder de las mentiras para poder
perdonar a los demás, a sí mismo y, tal vez, poder empezar una nueva vida. Una
maravilla de delicadeza, al mismo tiempo que una declaración de guerra a la
guerra.
Ficha
IMDb
Poco tiempo después de la primera guerra mundial, en una pequeña ciudad muy
normal de Alemania, Anna (Paula Beer) va cada día a la tumba de su prometido
Frantz, muerto en las trincheras. Ana vive en casa de sus casi suegros, el Dr
Hans
Hoffmeister (Ernst Stötzner) y su esposa Magda (Marie Gruber) .Pero un día, la rutina
de la joven se ve perturbada por la presencia de un desconocido. Este joven un
tal Adrien (Pierre Niney), se presenta después al consultorio del doctor, quien
al saber quién es, se niega a hablar con él. Pero, gracias a la intervención de
Anna, el francés logra poco a poco ser aceptado por los padres del que dice fue
su amigo en parís. Todos están felices de las evocaciones de la vida de estudiantes,
amantes de las artes, que llevan los dos en la capital francesa. Anna entiende así
el amor por la cultura francesa que Frantz manifestaba en sus cartas. Adrien
puede al fin conocer lo que fue de su amigo antes de irse a estudiar en
Francia. ¿Esta amistad no fue acaso más que una simple amistad? Si la pequeña
familia alemana sigue en su amor ciego para el joven difunto y héroe de guerra,
el espectador se siente más sutil y entiende algo más.
Las reacciones en la ciudad no tardan. Los padres
alemanes que han perdido a sus hijos sobre el frente no pueden tolerar la acepción,
la traición de Hoffmeister. Además, el pretendiente nacionalista de Anna, Kreutz
(Johann von Bülow), muy torpe, poco decorativo comparado con Adrien, ve muy
mal la complicidad cada día más cercana entre Anna y el extranjero. Reflejos
xenofóbicos que anuncian lo que sabemos pasará dentro que poco, están ya en acción.
Pero cuando todo parece claro en cuanto al porvenir de la familia que se está reconstruyendo,
Adrien huye después de hacerle una revelación a Anna. Nunca fue amigo de
Frantz, nunca lo conoció. Lo vio una fracción de minuto, tiempo de matarlo en
una trinchera. Tiene miedo de la reacción de los padres. Se v con la promesa de
Anna de preparar a los padres a la verdad para que la buena relación recién
forjada pueda seguir.
Pero Anna no cuenta nada a los padres. Y no cuenta nada
de su mentira a Adrien. Y, cuando va a Francia a buscarlo, y finalmente lo
encuentra en el fondo de una provincia perdida, después de una búsqueda
bastante complicada. Cuando reanuda con sus esperanzas amorosas, se da cuenta
de que Adrien tampoco le dijo la verdad, ni sobre él, ni sobre sus sentimientos
hacia ella, ni sobre sus propios proyectos sentimentales.
Todos mienten. Al mismo tiempo que todos saben la verdad
sobre sí mismos y sobre los demás.
Y así todos logran sobrevivir. No solo eso, logran
avanzar.
El amor por un muerto necesita un vivo que tome su lugar
para evolucionar en un duelo. Adrien es el bastón de apoyo para que todos
salgan de su prisión de dolor. Las capas de mentiras inventadas son el paso
necesario para que la verdad se vuelva soportable. Aunque Anna sabe que los padres
no podrán nunca, tal vez por su edad o porque el amor hacia un hijo y la perdida
de este no pueden nunca ser aliviados, y los mantiene en su mentira piadosa.
Necesitan creer en una unión entre Adrien y Anna porque es la única forma de no
perder a su hijo definitivamente.
Anna, al final, pudo aceptar los duelos, él de Frantz, el
de la amistad inventada entre Frantz y Adrien, el de sus esperanzas con Adrien.
Puede sobrepasar eso y abrirse a lo desconocido. La escena final, en el museo del
Louvre, frente a un cuadro, El suicidado
de Manet, pintura poco conocida, que resume la atracción hacia la muerte de
todos los personajes, es una clara referencia a Vertigo de Hitchcock (1958), historia (basada en una novela de
Boileau- Narcejac) de recreación una mujer muerta con la ayuda de una mujer
viva inocente cómplice de la trampa que la obligan a montar.
Los vértigos de la nostalgia, de la muerte se
materializan en unas imágenes de una belleza perfecta en blanco y negro que, en
algunos momentos, pasan a colores, cuando alguna esperanza se deja deslumbrar,
para después volver a blanco y negro, de las dificultades cotidianas. Es
simple, pero es eficaz, y finalmente, muy discreto. Sobre todo, todo en la
cinta es muy elegante, calidad que no siempre se hace presente en las cintas de
Ozon.
Frantz se inspira libremente de la cinta de d’Ernst Lubitsch Broken Lullaby (1932),adaptación de
El hombre que maté (1925) ,
obra de teatro escrita por Maurice
Rostand ( uno de los hijos de Edmond Rostand, autor del famoso Cyrano de Bergerac) y
enseña, mas allá de la trinchera de odio que se abrió en 1870, se volvió a
abrir en 1914-18, y se transformó poco a poco después del Tratado de Versalles
en una rabia visceral , que los hombres de los dos países tienen los mismos
emociones : el sentimiento de traición, el dolor de la perdida de los hijos, el
patriotismo. Sentimientos universales que las guerras hacen resurgir en
repeticiones absurdas. Unas escenas totalmente paralelas muestran gente muy
normal en un café, cantando con convicción sus himnos, ¿Cuál es la diferencia?
Cada personaje pasa por un proceso de absorción, de digestión por los demás
antes de poder renacer. Debe desaparecer en el deseo, la fantasía de los demás
sobre él, antes de renacer como si mismo, con sus propios deseos y decisiones.
Anna tuvo que pasar por la dominación afectuosa de sus suegros, Adrien por el
deseo de Anna, de su madre y de su actual novia. El padre tuvo que dejarse
llevar por un afecto totalmente ajeno a sus ideas, a su amor por su hijo, por
su patria. Tal vez solo la madre sea desde siempre abierta a los sentimientos
de los demás, dispuesta a aceptar lo que pueden dar y lo que ella pueda darles.
Hay que pasar por un sacrificio, por un suicidio para poder resucitar.
La música, tanto las piezas clásicas tocadas por Adrien como la música
original de Philippe Rombi instalan un ambiental casi fantasmal, de otro
tiempo.
Este sentimiento de irrealidad es reforzado por los jueguitos de Ozon
guionista con el espectador. Lo pone sobre una pista, primero sutilmente,
después más explícitamente. Yd e repente, rompe todo y nos lanza sobre otra pista,
que romperá también en el momento menos esperado. Como el espectador, Ana
recibe las verdades y las asume. Resiste a todo en su camino hacia la luz, acompañada
por las sombras de las mentiras ajenas. Anna es la verdadera protagonista de la
historia, no este desaparecido Frantz. Pero Frantz fue el motivo, el pretexto,
para todos los encuentros. Es el catalizador. El que no está, es el que
determina todo.
La belleza perfecta del blanco y negro, así como la rigidez de los personajes
alemanes no dejan de recordar el maravilloso Listón blanco de Haneke (2009) quien exploraba los sentimientos
profundamente escondidos de niños y adultos en un pueblo alemán antes de la primera
guerra mundial. Baja lo impecable, se mueven dolores, rechazos y deseos ocultos
que no se podrán contener eternamente. Un ambiente protestante, austero, donde
el perdón es difícil de obtener. Donde las mentiras son la única forma de
sobrevivir a la opresión psicológica.
No comments:
Post a Comment