Spoiler Alert

Mas que una invitación a ver, o no ver, una cinta, buscamos entablar un dialogo que enriquezca la experiencia cinematográfica. Asumimos que quienes lean un artículo han visto ya la cinta: no podemos discutir sin revelar el final. Si la película te interesa pero no la has visto, mejor para ti, y para todos, que regreses después de verla. Así la discusión es más a gusto.

Thursday, October 19, 2017

Frantz (Francois Ozon, 2016) – 8.5/10

Con un dominio perfecto del blanco y negro y del color, esta cinta explora el poder de las mentiras para poder perdonar a los demás, a sí mismo y, tal vez, poder empezar una nueva vida. Una maravilla de delicadeza, al mismo tiempo que una declaración de guerra a la guerra.

Ficha IMDb

Poco tiempo después de la primera guerra mundial, en una pequeña ciudad muy normal de Alemania, Anna (Paula Beer) va cada día a la tumba de su prometido Frantz, muerto en las trincheras. Ana vive en casa de sus casi suegros, el Dr Hans Hoffmeister (Ernst Stötzner) y su esposa Magda (Marie Gruber) .Pero un día, la rutina de la joven se ve perturbada por la presencia de un desconocido. Este joven un tal Adrien (Pierre Niney), se presenta después al consultorio del doctor, quien al saber quién es, se niega a hablar con él. Pero, gracias a la intervención de Anna, el francés logra poco a poco ser aceptado por los padres del que dice fue su amigo en parís. Todos están felices de las evocaciones de la vida de estudiantes, amantes de las artes, que llevan los dos en la capital francesa. Anna entiende así el amor por la cultura francesa que Frantz manifestaba en sus cartas. Adrien puede al fin conocer lo que fue de su amigo antes de irse a estudiar en Francia. ¿Esta amistad no fue acaso más que una simple amistad? Si la pequeña familia alemana sigue en su amor ciego para el joven difunto y héroe de guerra, el espectador se siente más sutil y entiende algo más.

Las reacciones en la ciudad no tardan. Los padres alemanes que han perdido a sus hijos sobre el frente no pueden tolerar la acepción, la traición de Hoffmeister. Además, el pretendiente nacionalista de Anna, Kreutz (Johann von Bülow), muy torpe, poco decorativo comparado con Adrien, ve muy mal la complicidad cada día más cercana entre Anna y el extranjero. Reflejos xenofóbicos que anuncian lo que sabemos pasará dentro que poco, están ya en acción. Pero cuando todo parece claro en cuanto al porvenir de la familia que se está reconstruyendo, Adrien huye después de hacerle una revelación a Anna. Nunca fue amigo de Frantz, nunca lo conoció. Lo vio una fracción de minuto, tiempo de matarlo en una trinchera. Tiene miedo de la reacción de los padres. Se v con la promesa de Anna de preparar a los padres a la verdad para que la buena relación recién forjada pueda seguir.

Pero Anna no cuenta nada a los padres. Y no cuenta nada de su mentira a Adrien. Y, cuando va a Francia a buscarlo, y finalmente lo encuentra en el fondo de una provincia perdida, después de una búsqueda bastante complicada. Cuando reanuda con sus esperanzas amorosas, se da cuenta de que Adrien tampoco le dijo la verdad, ni sobre él, ni sobre sus sentimientos hacia ella, ni sobre sus propios proyectos sentimentales.

Todos mienten. Al mismo tiempo que todos saben la verdad sobre sí mismos y sobre los demás.
Y así todos logran sobrevivir. No solo eso, logran avanzar.

El amor por un muerto necesita un vivo que tome su lugar para evolucionar en un duelo. Adrien es el bastón de apoyo para que todos salgan de su prisión de dolor. Las capas de mentiras inventadas son el paso necesario para que la verdad se vuelva soportable. Aunque Anna sabe que los padres no podrán nunca, tal vez por su edad o porque el amor hacia un hijo y la perdida de este no pueden nunca ser aliviados, y los mantiene en su mentira piadosa. Necesitan creer en una unión entre Adrien y Anna porque es la única forma de no perder a su hijo definitivamente.

Anna, al final, pudo aceptar los duelos, él de Frantz, el de la amistad inventada entre Frantz y Adrien, el de sus esperanzas con Adrien. Puede sobrepasar eso y abrirse a lo desconocido. La escena final, en el museo del Louvre, frente a un cuadro, El suicidado de Manet, pintura poco conocida, que resume la atracción hacia la muerte de todos los personajes, es una clara referencia a Vertigo de Hitchcock (1958), historia (basada en una novela de Boileau- Narcejac) de recreación una mujer muerta con la ayuda de una mujer viva inocente cómplice de la trampa que la obligan a montar.

Los vértigos de la nostalgia, de la muerte se materializan en unas imágenes de una belleza perfecta en blanco y negro que, en algunos momentos, pasan a colores, cuando alguna esperanza se deja deslumbrar, para después volver a blanco y negro, de las dificultades cotidianas. Es simple, pero es eficaz, y finalmente, muy discreto. Sobre todo, todo en la cinta es muy elegante, calidad que no siempre se hace presente en las cintas de Ozon.

Frantz se inspira libremente de la cinta de d’Ernst Lubitsch Broken Lullaby (1932),adaptación de El hombre que maté (1925) , obra de teatro escrita por Maurice Rostand ( uno de los hijos de Edmond Rostand, autor del famoso Cyrano de Bergerac) y enseña, mas allá de la trinchera de odio que se abrió en 1870, se volvió a abrir en 1914-18, y se transformó poco a poco después del Tratado de Versalles en una rabia visceral , que los hombres de los dos países tienen los mismos emociones : el sentimiento de traición, el dolor de la perdida de los hijos, el patriotismo. Sentimientos universales que las guerras hacen resurgir en repeticiones absurdas. Unas escenas totalmente paralelas muestran gente muy normal en un café, cantando con convicción sus himnos, ¿Cuál es la diferencia?

Cada personaje pasa por un proceso de absorción, de digestión por los demás antes de poder renacer. Debe desaparecer en el deseo, la fantasía de los demás sobre él, antes de renacer como si mismo, con sus propios deseos y decisiones. Anna tuvo que pasar por la dominación afectuosa de sus suegros, Adrien por el deseo de Anna, de su madre y de su actual novia. El padre tuvo que dejarse llevar por un afecto totalmente ajeno a sus ideas, a su amor por su hijo, por su patria. Tal vez solo la madre sea desde siempre abierta a los sentimientos de los demás, dispuesta a aceptar lo que pueden dar y lo que ella pueda darles. Hay que pasar por un sacrificio, por un suicidio para poder resucitar.

La música, tanto las piezas clásicas tocadas por Adrien como la música original de Philippe Rombi instalan un ambiental casi fantasmal, de otro tiempo.

Este sentimiento de irrealidad es reforzado por los jueguitos de Ozon guionista con el espectador. Lo pone sobre una pista, primero sutilmente, después más explícitamente. Yd e repente, rompe todo y nos lanza sobre otra pista, que romperá también en el momento menos esperado. Como el espectador, Ana recibe las verdades y las asume. Resiste a todo en su camino hacia la luz, acompañada por las sombras de las mentiras ajenas. Anna es la verdadera protagonista de la historia, no este desaparecido Frantz. Pero Frantz fue el motivo, el pretexto, para todos los encuentros. Es el catalizador. El que no está, es el que determina todo.

La belleza perfecta del blanco y negro, así como la rigidez de los personajes alemanes no dejan de recordar el maravilloso Listón blanco de Haneke (2009) quien exploraba los sentimientos profundamente escondidos de niños y adultos en un pueblo alemán antes de la primera guerra mundial. Baja lo impecable, se mueven dolores, rechazos y deseos ocultos que no se podrán contener eternamente. Un ambiente protestante, austero, donde el perdón es difícil de obtener. Donde las mentiras son la única forma de sobrevivir a la opresión psicológica.


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