Une adaptación totalmente fallida de la hermosa novela de Barbey D’Aurevilly, no solamente en relación con el texto original, sino también por las incoherencias internas del propio guion y por las nefastas interpretaciones de la mayoría de sus actores. Catherine Breillat tomó de la novela los elementos que le convinieron para sus intenciones de escandalizar, pero no tuvo la inteligencia suficiente para adaptar, para documentarse ni para construir su propia obra.
Ficha IMDb
Ryno de Marigny (Fu'ad Aït Aattou) está a pocos días de casarse con la joven Hermangarde de Polastron ( Roxane Mesquida ), hermosa, rica, enamorada, bien educada, en resumen perfecta. Y el prometido esta genuinamente y profundamente enamorado de esta joya. La abuela de la joven, la marquesa de Flers (Claude Sarraute) quien la educó después de la muerte de su madre, está también feliz , convencida de que encontró el esposo perfecto para su amada nieta. Pero su vieja amiga y cómplice, la Condesa d’Artelles (Yolande Moeau) le susurra al oído que el joven Marigny no es tan buen partido como se lo imaginan. Si es de todos sabido que fue en sus jóvenes años un dandi, que sedujo a varias mujeres casadas, y que ahora, a sus 30 años, ya acabó con su fortuna, se sospecha que sigue en las redes de una extraña criatura, más vieja que él. Madame d’Artelles lanza a su fiel ex - enamorado, el vizconde de Prosny (Michael Lonsdale) sobre la pista de este misterio.
Al recibir confirmación de las sospechas, la abuela decide confrontar al novio. Este confesa y cuenta su larga historia de amor-pasión con la Vellini (Asia Argento), una española de Málaga, apasionada, violenta y sumamente sensual. Vellini es, en los dos sentidos de la palabra, su “vieille maitresse”, primero porque les lleva unos 6 años, y en este tiempo una mujer de mas de 30 estaba considerada demasiado vieja, pero también es su examante porque el joven asegura que la relación es ya cosa del pasado y que su amor por Hermangarde lo protegerá de cualquier tentación.
Después de la boda, todos van a vivir lejos de Paris en un castillo a la orilla del mar, en la Bretaña. Pero Vellini los sigue y Marigny sucumbe. Al enterarse, Hermangarde pierde al niño que esperaba y, después de que vuelven a la capital, el vizconde de Prosny puede regocijarse: ganó su apuesta de que el joven esposo volvería a los brazos de su “vieille maitresse”.
Barbey d’Aurevilly construye una novela intensa, tanto por la profundidad de los análisis psicológicos, el estudio del alma humana y sus debilidades, como por el uso de varias formas literarias y el juego sutil de las referencias. Autor del siglo XIX, en una época que hizo desaparecer todo el espíritu de la Revolución francesa, de la Ilustración y del Libertinaje bajo el regreso de la monarquía y de la restauración, con su mente estrecha y conservadora, D’Aurevilly se burla de esta mentalidad al presentar el espíritu “XVIIIeme” en la persona de la abuela, mas libre y tolerante que todos. Las semejanzas son evidentes con Las Relaciones peligrosas de Laclos, con el uso de las cartas que además permiten conocer los pensamientos de los personajes, con las confesiones, y con las complicidades y manipulaciones. Eso permite también unos suspensos al no develar la verdad completa, al disimular algunos elementos que serán contados o explicados después por un personaje.
Pero Catherine Breillat, quien escribió el guion, no sabe manejar esas esperas, esos misterios. Lo arroja todo directamente, sin delicadeza, sin tacto. Parece que leyó partes del libro, las pegó sin darse cuenta de que, en algún momento, las había cambiado. No volvió a leer su borrador y se contradice de una escena a la siguiente.
Además, ni se documentó sobre las formas de vivir de la época: viste a las sirvientas como señoritas de la alta sociedad en un baile, transporta a los jóvenes a caballo dentro de la ciudad, les quita el saco en presencia de una señora mayor…. Hasta desconoce el orden de las lecturas durante la misa y quien debe leer cada texto sagrado…La torpeza, o el descuido, la llevan a filmar con luz de pleno día escenas que, según el propio dialogo, ¡pasan de noche!
Los actores no actúan, son aburridos, sobre todo la abuela de Flers. Se ve que Claude Sarraute nunca fue actriz. Pronuncia todas sus oraciones con la misma entonación y el mismo ritmo, como un alumno que lee una poesía que no entiende. Además, las direcciones que le dieron se ven pasablemente mal y contrarias a su personaje. Lo mismo pasa con Asia Argento quien, además de ser fea, se ve vulgar. Vellini de la novela no es hermosa, al contrario, el autor hace todo para quitarle todos los atributos de una mujer “bien “: es morena, se viste con una fantasía salvaje, se cubre de joyas brillantes y ruidosos, su departamento es mas masculino que femenino. Pero tiene un encanto, un poder de seducción, un destello, un resplandor, cuando sale de su habitual aburrimiento, que cautiva a cualquiera. Y su meneo, típicamente español según los gustos de la época, es su arma secreta. Los rizos encerados que Breillat le pega a Asia Argento en la sien, los chalecitos de gitana, en un intento de imitar a la Carmen de Mérimée, de la misma época, no le dan ningún poder de seducción.
A Fu'ad Aït Aattou le faltan unos diez años para, tal vez, ser un Marigny aceptable. Casi siempre en plano muy cercano, deja claro que lo que inspiró a la directora fue más su boca pulposa que su talento. Parece niño caprichoso y sin voluntad.
Frente a la pareja diabólica, Hermangarde, hermosa y blanca, no tiene fuerza, por la simple razón que no hace nada, no siente nada, no transmite nada.
Los dos únicos actores que salen de la mediocridad son los que son realmente actores, que llevan años de experiencia en su campo: Michael Lonsdale, con su voz profunda, su ojo malicioso y su poder de seducción intacto a sus 80 años. Y Yolande Moreau, que empezó por la comedía y se reveló hace unos anos en cine, como Le tout nouveau Nouveau Testament ( Jaco Van Dormael -2015) et Voyage en Chine ( Zoltan Mayer -2015). Sensible, detallista.
Breillat busca lo erótico en escenas que no dejan nada a la imaginación, de posiciones complicadas y fuertes suspiros y gemidos que no comprueban los talentos extraordinarios de Vellini sino más bien su capacidad de gozar, lo que es poco relevante para explicar el apego infernal al cual sucumbe el pobre Ryno.
Del pacto de sangre, de las creencias obscuras de Vellini, de su pasión desmedida, no queda nada.
En resumen, Catherine Breillat, tomó una novela, le quitó muchas cosas, cambió otras, se contradijo, escogió malos actores que dirigió mal. Y echó a perder una excelente oportunidad de hacer una obra de arte. ¡Que lastima!
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