Sorprendente, muy diferente de os primeros trabajos de Iñárritu. Una meditación sobre el trabajo del actor y la capacidad de reinventarse. Una cinta que no suelta al espectador, a pesar de sus dos horas de duración, lo cautiva con la intensa interpretación de sus dos actores protagonistas, su música y su fotografía extraordinarias.
Ficha IMDb
La primera imagen sorprende: un hombre medita, sentado en el aire, flotando en sus calzoncillos blancos de algodón. Este hombre es Riggan Thompson (Michael Keaton) quien, en sus años pasados, fue el intérprete de una serie de exitosas cintas de superhéroe, Birdman, conocida en el mundo entero. Pero, ahora, quiere reinventarse, ganar, a los ojos del público, de la crítica, de su familia y de sí mismo, una reputación de actor serio. Para eso, se ha metido en un gran proyecto teatral, en Broadway: adaptar, dirigir e interpretar una obra seria, De que se habla cuando se habla del amor, a partir del relato de Raymond Carver. Con eso quiere llegar al sentido escondido de la vida y las relaciones humanas.
Pero la obra de Carver es para Iñarritu mero pretexto para explorar las motivaciones de un hombre ya avanzado en edad, que ha sembrado y destruido, y que tiene que lidiar con las consecuencias al mismo tiempo que quiere avanzar e inventar.
Tal vez lo importante en la cita no sea precisamente la historia ya que sigue, cronológicamente, las etapas de la preparaciones de un espectáculo teatral: problemas de financiamiento, relaciones entre actores, choques de egos, vida personal y/ o familiar al margen, papel preponderante de las críticas.
Como la cámara que sigue en todo momento a Riggan, la historia se centra en él. La voz interna, la capacidad de mover objetos a distancia abren la puerta al mundo interno. ¿Enfermedad mental, esquizofrenia, angustia, depresión?
Largos planos-secuencia llevan de la mano al espectador, lo obligan a no soltar la vista del personaje o de lo que él contempla, en unos espacios atiborrados de objetos. Uno siente la respiración como suspendida, mientras recorre los angostos pasillos del teatro, metáfora de los recovecos de la mente de Riggan, se desplaza sobre el escenario, o corre casi desnudo en las calles para volver a tiempo a entrar a escena. Afuera del teatro, entregado a las cámaras de los paseantes, y las publicaciones sobre este Facebook que odia, es totalmente frágil, porque pone en peligro la representación , y con eso las futuras críticas y el éxito de la obra, porque se pone en ridículo. Porque ya no tiene la protección de un personaje o un disfraz.
Las cintas anteriores de Iñarritu, construidas sobre los juegos estructurales de Gonzalo Arriaga, funcionaban en un enfoque frío, precisamente porque los distintos puntos de vista quitaban empatía con cualquiera de los personajes. Aquí, el ritmo es el propio ritmo de Riggan, sus angustias, sus entusiasmos. Y los vivimos con él, casi obligados porque la música, este omnipresente tambor angustiante es él que nos obsede.
Riggan es quien impone su visión, pero está a punto de perder su poder cuando entra en juego Mike (Edward Norton). La situación se le sale de las manos, en todos los aspectos: Mike, famosa estrella de teatro, pide demasiado dinero, impone su visión del personaje, cambia los diálogos, modifica la puesta en escena. Es arrogante, fascinado por su propio talento. Las escenas de Norton son toda una lección sobre teatro, no solamente por su interpretación intensa del personaje de joven guapo (en oposición a un Riggan viejo y con peluca), sino por lo que vehicula sobre la técnica del Actor’s Studio, sobre la libertad, tan peligrosa, que tiene el actor de modificar la representación y engañar al espectador, sobre la distanciación entre actor y personaje o la posible superposición de los dos. Nos atrae a un vértigo, nos aspira al punto de darnos miedo. ¿Tan grande es el poder del teatro ?!
Pero el teatro, por ser el arte que no existe sin público, pone en evidencia la importancia de la mirada y del juicio de los demás. Riggan vive en la obsesión de importar, de significar algo. Compañeros actores, familia, publico, críticos. Por eso la selección de la obra de Carver: De que se habla cuando se habla del amor. Él solo existe dentro de la mirada de los otros; por esto tiene que reinterpretarse como actor de Broadway. Para salir de la imagen del actor de cine comercial, como varios actores reales a quienes mencionan. Pero su personaje de superhéroe ya ha tomado posesión de él; del gran poster de su camerino, ha pasado a vivir dentro de él, darle poderes de telekinesia, hablarle como una consciencia negativa, criticona, recriminadora, inmadura. Se vuelve cada vez más presente, hasta ser visible para el espectador, en una escena de caminata en la ciudad, donde los rascacielos (y las tomas en contrapicado) invitan a subir hacia el cielo. Muy cerca de su alter ego, Birdman (Benjamin Kanes) le sopla al oído palabras de poder e inspiración.
Este poder, Riggan decidirá explotarlo al máximo (en los dos sentidos de la palabra, ya que se dispara en la cabeza) cuando decidirá volver real la ficción. El intento fracasa a medias, y lleva en forma natural a la última escena. Como en el realismo mágico, la ficción, o el símbolo, se torna real. La fuerza del superhéroe volvió, el hombre esta poseído por el personaje quien ahora no se limita a hablarle al oído, pero le da su propia energía. El hombre es el superhéroe. El deseo se vuelve realidad.
La fotografía está a cargo de Emmanuel Lubezki, quien ya brilló en The Tree of life ( Malick-2011) y Gravity (Cuarón - 2013) y la música es hipnotizante y perturbadora.
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