La gigantesca novela de Dostoievski, transportada al siglo veinte en Francia, simplificada pero intensificando las oposiciones de Raskolnikov con los representantes del mundo real. Una gran interpretación del entonces joven Robert Hossein, atormentado, frente a un Jean Gabin seguro de su tranquilidad.
Ficha IMDb
En una ciudad a la orilla de un río, el joven René Brunel (Robert Hossein) vive enojado. Por falta de dinero, tuvo que dejar sus estudios, y trata de vivir de unas traducciones que le lleva su amigo Jean Fargeot (Gérard Blain). El mundo le parece inaceptable, basado sobre un orden donde los pobres no tienen oportunidades y los ricos viven en la tranquilidad de sus conciencias enfermas.
Su madre (Gaby Morlay) le acaba de mandar 20 000 francos, una buena cantidad de dinero, pero se niega a usarlo porque sabe que viene indirectamente de Antoine Molestier (Bernard Blier), un anticuario cincuentón quien quiere casarse con su hermana Nicole (Ulla Jacobsson). René prefiere acudir a una viaje usurera, madame Horvais (Gabrielle Fontan) para empeñar el reloj de oro que le dejó su padre. Al salir de ahí, se topa en el café de Gustave Messonier (Lino Ventura) con un alcohólico irrecuperable, Pierre Marcelin (Carette). Este, desesperado de no poder dejar el alcoholismo lo suplica de acompañarlo para volver a su casa. Marcelin se dejó vencer por el alcohol cuando su hija de su primer matrimonio, Lili (Marina Vlady) empezó a prostituirse para sacarlos de la miseria. O Lili empezó a prostituirse cuando su padre dejó de tener un trabajo regular. Viendo la miseria en la que viven, René deja discretamente el dinero de su madre .Cuando deja al padre y esposo rechazado por su familia, el barandal de la escalera del edificio derruido se rompe y Marcelin cae accidentalmente. Sus últimas palabras son para recomendar a Lili con René.El joven la encuentra en su puesto de trabajo, el último en el muelle, y el amor surge inmediatamente entre los dos.
La llegada de la madre y la hermana de René sella otro amor, el de Nicole con Jean. René manifiesta abiertamente su desprecio por Molestier y se opone tajantemente a la boda.
Al colmo del enojo, contra la sociedad, contra la falta de dinero, contra Molestier, contra la situación de Lili, decide volver a casa de la vieja usurera y matarla. Recupera su reloj, pero al esconderse en el departamento de abajo, donde trabajan unos pintores, deja caer unos aretes.
Al día siguiente, se enterará por los periódicos que la vieja escondía una pequeña fortuna bajo su colchón. El asesinato se vuelve absurdo. Ni siquiera le dio los medios para salirse y sacar a los que ama de sus problemas.
La llegada de Gallet, comisionario encargado de la investigación , (Jean Gabin), con su tranquila seguridad, sus ojos que ven más allá de la superficie de los seres, y sus declaraciones de doble sentido, llevará a René a abismos de dudas, de miedos, de una necesidad de hablar, comentar, confesar.
Mientras tanto, Molestier se sincera con cinismo: necesita a la juventud de Nicole para salvarse de su atracción por las niñas. Quiere usar la prueba que tiene de la culpabilidad de René para que este cambie de posición y convenza a su hermana de casarse. Ni René, ni Nicole ceden. Solo le queda a Molestier el suicidio, para escapar de sus vicios.
Para René queda solo la huida, pero Lily, creyente ferviente, lo convence que la única salvación es primero, denunciarse a la policía para salvar al joven pintor, André Lesur (Roland Lesaffre) inculpado, y después entregarse al Único que lo puede salvar de sus dudas y remordimientos. Lo que hace finalmente el joven, después de despedirse de su madre, a pesar de tener ahora el dinero que les dejó Molestier, y con el cual podrían huir a Suiza.
En una música angelical, René sube al coche de la policía, e intercambia una última mirada con su ángel Lili.
De la novela larguísima y complicadísima de Dostoieveski, una de las mayores obras literarias de Occidente, densa de preguntas sobre el orden social, sobre la religión, la culpabilidad, el amor en todos sus significados, queda una película corta, donde obviamente muchas cosa están puestas de lado. Lo que queda es el retrato de un joven apasionado, herido en lo más profundo de su ser por una sociedad injusta, donde los pobres seguirán siguiendo pobres, y los ricos siempre tendrán los medios para abusar , para manipular a su antojo para satisfacción de sus gustos y necesidades perversos : dinero, sexo, poder. Robert Hossein encarna al Raskolnikov francés y moderno con una fiebre, un ardor en los ojos y todo el cuerpo, que se oponen a la tranquilidad segura de los que representan al poder: la vieja usurera, el anticuario perverso, el comisario tranquilo. Jean Gabin y su voz juegan con la instabilidad del joven. Siembran inquietudes, deseos de confesar, remordimientos. El viejo policía, conocedor del alma humana, entendió cuanto odio y cuanto orgullo esconde, bien mal, el estudiante. Poco a poco, lo encierra en el conflicto de los principios morales y de la profunda honestidad a la cual no puede escapar. El combate, en nombre de Dios, que libra la hermosa Lili, con la cara de ángel de Marina Vlady se une al combate de la moral social. A René solo le queda asumir voluntariamente su condena.
Obviamente, la gran novela ha sido muy simplificada. Pero la cinta tiene la calidad de dar el deseo de volverla a leer.
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