Muy anunciada, muy elogiada, la cinta , adaptada de “El precio de la sal” ,novela escrita por Patricia Highsmith bajo el seudónimo de Claire Morgan, que cuenta los amores discretos entre una mujer rica y una joven más humilde, no consiguió para ninguna de sus intérpretes un óscar, tal vez por ser demasiado contenida y sofisticada.
La cinta empieza por el final, el reencuentro entre dos mujeres que han tenido un trozo de vida juntas. A partir de ese momento, la más joven recuerda las etapas de su historia de amor. Ella evoca, ella ve. La cinta sigue su punto de vista.
Una Navidad en Nueva York en los años cincuenta. Los vendedores de una tienda departamental se preparan para un día de fuertes ventas. Hay una promoción sobre las recamaras Ike and Mamie Eisenhower. El vencedor de 1945 es ahora presidente de Estados Unidos. El modelo familiar es el matrimonial, de preferencia con hijos. Una vendedora del departamento de juguetes Thérèse Belivet (Rooney Mara) está atendiendo a una clienta cuando distingue una mujer muy elegante, envuelta en un lujoso abrigo de visón claro. Intercambio de miradas, curiosidad, atracción. La hermosa clienta se acerca, pregunta sobre un tren eléctrico, o sobre una muñeca que habla, come, hace pipi. La vendedora aconseja el tren eléctrico, aunque sea para una niña, un tren que simboliza la estructura circular del film, que acaba donde había empezado, en una aventura que no permitirá a ninguna de las protagonistas salir realmente de su encierro.
A partir del momento de la transacción, Thérèse ya es presa del encanto de Carol Aird (Cate Blanchett) quien tiende su trampa. Olvida sus guantes. ¿Cómo una mujer elegante, en el frío invierno de Nueva York, podría olvidar sus guantes? El mensaje es claro y obtendrá la respuesta esperada. A partir de ese momento se va a llevar a cabo un baile de atracción, mientras cada una sigue con su vida y las relaciones que la integran. Thérèse sueña con ser fotógrafa, y tiene una relación con Richard (Jake Lacy) a quien no quiere realmente. Está en un estado de espera. Carol, por su parte, está atrapada en un matrimonio millonario, con un esposo celoso, unos suegros clasistas e intolerantes, y una niña de unos diez años. Las dos mujeres se irán acercando, siguiendo las iniciativas de Carol, mujer decidida, mucho más madura en la vida, las relaciones, el manejo del dinero y de su propio coche. Ella lleva la batuta, dirige, lleva de la mano a una Thérèse entre intrigada, asustada y confiada al mismo tiempo. Los pocos días de un escapa carretero tipo Thelma y Louise, o Lolita y Mr Humbert , las llevarán a la realización de su amor e, inmediatamente después, al final de su aventura, por la intrusión de un detective pagado por el esposo, quien busca pruebas para ganar el divorcio y quitarle su hija a Carol.
La reconstitución de la época, coches, vestidos, abrigos, guantes y bolsos, restaurantes y fiestas de Navidad, es impecable. La elegancia se deja palpar. Los cigarrillos están a la altura perfecta, el volante de los coches y los lentes de sol del tamaño adecuado. Las sonrisas se esbozan, las miradas se esquivan. Todo se contiene. ¿Por exceso de clase y buen gusto, o por exceso de frialdad? Es invierno, llueve, hace frío, las ventanas de los coches están sucias, como las mentalidades puritanas de Harge (Kyle Chandler) ,el esposo, y de su familia . El frío reina en los corazones y las mentes.
Es la historia de una emboscada, es el juego de poder entre una mujer de clase superior, con todo lo que eso conlleva de dinero, comodidades, libertades, y una víctima seducida, feliz de ser distinguida, a quien devuelven a su aparente mediocridad cuando su presencia se vuelve amenazadora para el equilibrio maternal de la poderosa. Y a quien se le deja la aparente libertad de decidir al final, volver a la jaula de amor. En Carol, todo está calculado, medido al milímetro, desde la amplitud de los pasos, la altura de los tacones, el ángulo del brazo, la intensidad del roce sobre el hombro de su presa. En dos ocasiones se deja llevar: en el encuentro sexual, y en la explosión de ira al descubrir el espía del esposo.
Al querer hacer de su personaje un ejemplo de la distinción cincuentera y la sofisticación aristocrática neoyorquina, el director se fue demasiado lejos, llevándola a un nivel casi descarnado. Su Carol ya no transmite emoción, a la diferencia de la Blue Jazmín de Woody Allen, o la Cathy de Far from Heaven (Haynes - 2002).
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