Pocas horas antes de la liberación de París en agosto 1944, un diplomático sueco y el general nazi a cargo de la ciudad negocian ¿arderá París? Un suspenso diplomático, político, filosófico y psicológico entre dos hombres convencidos de la fuerza de sus argumentos. Un duelo de grandes actores a puerta cerrada.
Ficha IMDb
La cinta es la adaptación de la obra de teatro de Cédric Gely (2009) que se presentó con los mismos actores, en París durante varios años. Es el dialogo inventado entre el cónsul de Suecia Raul Nordling (1881-1962) y el general alemán Dietrich Von Choltitz (1804-1966). En realidad Nordling fue encargado de diferentes tareas por los aliados. Primero, negoció con los Alemanes para limitar las ejecuciones de prisioneros políticos en París, después del desembarque del 6 de junio sobre playas de Normandía, ya que en la prisión de Caen se había matado a todos. Después, cuando empieza la insurrección y liberación de París, obtiene del ocupante que el abasto en alimentos sea garantizado para la capital.
Si se dio la orden de destruir París, no se sabe exactamente qué significaba esta palabra: ¿destruir todos los inmuebles como se hizo en Varsovia? ¿Dinamitar lugares simbólicos? En realidad, el gobernador de París ya no tenía muchos medios, ni humanos, ni materiales. Los eventos no tuvieron la amplitud épica retratada en Paris brûle-t-il? superproducción de René Clément realizada en 1966, cuando se vivía todavía el recuerdo en forma maniquea y espectacular.
Las mentalidades de los pueblos y de las películas han cambiado. Vivimos una era de individualismos y esperamos películas sobre individuos. Seguramente para poder ponernos en los zapatos de los personajes. Como ya no tenemos grandes eventos que vivir en la realidad, necesitamos sentir la vida de los y las que participaron en grandes momentos. En 1962 se realiza The Longest Day, en 1966 Paris brûle t-il ?, en 1998, Spielberg hace Saving Private Ryan. Cambio de perspectiva.
Además, el origen teatral de Diplomatie explica también el lugar cerrado y la concentración de la intriga sobre dos personajes.
El cónsul sueco Raoul Nordling (André Dussolier) se introduce por una escalera secreta a la oficina del general Von Choltitz (Niels Arestrup) en el Hotel Meurice, enfrente del jardín de las Tuileries. Durante toda la noche, van a discutir, mientras los combatientes, resistentes de años o de las últimas horas, pelean casa por casa la liberación de la ciudad, y mientras un equipo alemán trata de poner dinamita en algunos puentes para que la explosión libere cantidades de agua que inunden gran parte de la capital.
El tiempo esta contado. Berlín espera una respuesta. El coronel sabe que va a tener que dejar la ciudad pero debe proteger a sus propios soldados. Su esposa e hijos están en situación de rehenes ya que una nueva ley garantiza la obediencia de los altos mandos civiles y militares alemanes, con la vida de sus familiares. Además, tiene un profundo sentido del honor militar. ¿Cuáles fueron realmente las motivaciones de Choltitz? Sabía que todo estaba perdido ya para Alemania y que su propio interés estaba en no disgustar demasiado al nuevo poder francés que se estaba instalando.
Si la cinta no es fiel a la verdad histórica, y no se puede ver como un documental, lo que le queda son magníficas interpretaciones. El duelo entre el alemán guerrero y nacionalista, y el sueco pacifista y humanista, se traduce por un magnifico juego del gato y el ratón, entre Arestrup monumental, lleno de certitudes y autoridad, y André Dussolier todo en flexibilidad, astucia y escondites, alusiones culturales. La escalera secreta por la que se introduce a la oficina del gobernador, le servía a Napoleón III para visitar a una amante. Otro cliché: París y el amor. Lo que nos lleva a una significación divertida y metafórica de la obra: la vida parisina y sus intrigas sentimentales derrotan al sistema alemán autoritario.
La destrucción total de París, como último capricho de un Hitler vencido, forma parte de un mito que permite amplificar el horror hacia un hombre, quien ya hizo bastante para fomentarlo, como si el deseo de reducir en cenizas a la Ciudad-Luz, fuera el berrinche de un niño que rompe un juguete porque no le dan lo que quiere. Destruir París sería el emblema de la barbarie nazi frente a la cultura eternal materializada en los monumentos de París. Un poco como las manifestaciones de simpatía de los países iluminando sus monumentos en azul, blanco y rojo después de los atentados de noviembre 2015. Tocar a París sería más horrendo que cualquier otra cuidad y ciudadanos.
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