Continuación de Borsalino, donde Belmondo y Delon formaban por primera vez un dúo fenomenal, esta cinta deja a Delon con el deber de la venganza, que ejecuta con suma violencia y distinción en un Marsella de los 30’s donde empieza a aflorar el fascismo.
Ficha IMDb
Todo empieza donde acabó la cinta anterior Borsalino (Deray - 1970): François Capella (Jean-Paul Belmondo) está muerto y su amigo Roch Siffredi (Alain Delon) está decidido a encontrar el responsable, al mismo tiempo que administra sus negocios con la abertura de un teatro, el Alcázar, y que protege a la viuda de Capella, Lola (Catherine Rouvel) y su negocio de prostitutas de lujo.
Son los años 30 en Marsella, capital del crimen, el Chicago francés, teatro de luchas sangrientas entre bandas rivales. El fascismo empieza a rondar.
Siffredi encuentra rápidamente al asesino, Giovanni Volpone ( Riccardo Cucciolla ) y se deshace de él. El inspector Fanti (Daniel Ivernel) lo deja actuar, convencido que la limpieza se hará en forma más eficiente si la deja a cargo de las bandas rivales. Pero Giovanni Volpone tiene un hermano, Francesco (Riccardo Cucciolla), potente gánster italiano, decidido a tomar el control de las actividades en Marsella. Y, de paso, a instaurar un nuevo orden político, preparándose para los tiempos que se avecinan. La venganza de la muerte de su hermano será un buen motivo para llevar a cabo sus intenciones delictivas. Su organización es implacable. En unas horas, incendia el Alcázar, secuestra a Lola, tira a Fernand ( Lionel Vitrant ), el segundo de Siffredi, al mar con un bloque de cemento y se lleva a este. En unos días lo vuelve alcohólico, y lo hace encerrar en un hospital psiquiátrico .Un nuevo inspector, Cazenave (André Falcon ), al servicio de los fascistas toma el lugar de Cazeneuve. Siffredi parece totalmente aislado.
Pero Fernand logra salir del agua y salva a su jefe. Se reagrupan en Italia y vuelven a Marsella, más fuertes y decididos que nunca, para recuperar a Lola y a su poder.
Una vez reestablecida su autoridad sobre la ciudad, Siffredi decide emigrar con Lola y su gente a Estados Unidos.
Producida por Alain Delon, la cinta es antes de todo una película para satisfacer la ambición del actor. Pensaba capitalizar sobre el éxito de la primera cinta y, de paso, ser el único foco de atención sin la competencia de Belmondo. Anuncia muchas cintas que seguirán, producidas y actuadas por un Alain Delon rígido, inexpresivo, siempre en el mismo papel del policía implacable e insensible. Y todas con guiones poco inventivos.
Esta cinta tiene ya todas estas características: es una historia de venganza previsible, sin ritmo, sin sorpresas. Los personajes son básicos, sin profundidad. Los diálogos, además de ser muy pocos, son particularmente vacíos e ininteresantes.
Lo único que puede resultar atractivo es lo visual .una iluminación muy cuidada y detallista de Jean-Jacques Tarbès, que sabe aislar las caras, una reconstrucción muy cuidada de una época, o de la imagen de una época. El lujo de los gánsters, los trajes y los coches, la pomada en el pelo.
La amenaza larvada del fascismo lleva a una oposición atípica de las fuerzas del bien y del mal: los que pueden salvar a la sociedad del peligro ultraderechista son los delincuentes. Paradójicamente, ellos son los que defienden la libertad.
La violencia es brutal, fría, muda. Llega a ser crueldad pura, como en la ejecución, original hay que reconocerlo, de Volpone, precipitado vivo en la caldera de un tren en marcha. Tal vez se pueda ver en esta escena un anuncio de los crematorios nazis, o una referencia a la muerte de los revolucionarios en La Condition humaine de Malraux.
En resumen, una divertimiento “de época”, entretenido para fácilmente olvidable.
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