Una
cinta elegante como los vestidos creados por el personaje principal. Pero esta
belleza exterior disimula un malestar, un juego enfermizo de dominaciones. Deja
al espectador a la expectativa, sin saber muy bien adonde lo querían llevar y
que le querían mostrar, o contar.
Ficha IMDb
Londres en los años 50’s. En la hermosa
casa que le sirve depara vivir, trabar y recibir a sus clientas, Reynolds
Woodcock (Daniel Day-Lewis), se
prepara para un día más de trabajo y creación. Con sumo cuidado, se viste,
lustra sus zapatos y anuda su corbata. Desde los primeros momentos se sospecha
que este cincuentón alto, guapo todavía, no es fácil de vivir. Su hermana, Cyril
(Lesley Manville) quien vive en el mismo edificio y preside el desayuno tiene
singulares derechos de decirle lo que opina, pero también tiene la difícil tarea
de despedir a las que ya no le sirven, ya no le gustan, o simplemente le impacientan
al señor. Despedir, o más bien, desechar.
Porque Reynolds Woodcock
es el amo y dueño, el creador y verdugo, poseído por la costura, por la belleza,
y por el recuerdo de su madre. Es el sastre de las ricas, las famosas, las
poderosas, hermosas o feas, de Londres, e Inglaterra, de Europa. Pero es un
tirano misántropo y misógino que no soporta el menor ruido, el menor error, el menor
cambio a su rutina.
Y al mismo tiempo es un
hijo que nunca superó la muerte de su madre, siguiendo el camino y el talento
que ella le ensenó. Como ella lo hacía, tiene la costumbre de coser mensajes secretos,
hilos fantasmas, en sus prendas, para proteger y acompañar a las que los
visten.
Bajo sus órdenes, todo
tiene que ser perfecto al milímetro, todo que ser dominado. La tensión de la
vida y del oficio es tan precisa como la tensión de los hilos y las costuras.
Al punto de ser extenuante. Por lo que. Después de un desfile particularmente
exitoso, su hermana le aconseja a Reynolds adelantarse a la casa de campo donde
lo alcanzará después.
Y ahí pasa algo
totalmente imprevisible, Reynolds se fija en la mesera del restaurante, Alma
Elsen (Vicky Krieps). Él, que parecía homosexual, presta atención a una mujer.
El cincuentón se fija en un veinteañera. El hombre culto y delicado se fija en
una pueblerina. De ahí seguirá una relación de Pigmalión con una Galatea que primero
se deja, fascinada de fascinar a tal artista. Pero, poco a poco se rebela. Bajo
la supervisión y el ojo clínico de una hermana mayor posesiva, protectora,
celosa. No solo de su hermano, sino de las reglas del oficio y de la familia.
Alma
aporta la belleza, es el modelo perfecto que Woodcock ha estado buscando desde
siempre. Pero también aporta la discordia porque no se somete al egoísmo del amo,
o porque quiere someterlo a su propio egoísmo, a su propia imagen de lo que
debe ser una relación amorosa.
Por
odio o por amor, intenta envenenarlo con hongos. Por miedo o por remordimiento,
lo cuida. Y él, por amor o por miedo, por debilidad o por perversión, entra en
el juego de ella. ¿Seguirán así eternamente despreciándose, sometiéndose, jugando
al amor-odio?
La
cinta acaba sobre una impresión de fracaso, de falla. ¿Tanto para tan poco? ¿Tanta
belleza visual para tan poca profundidad en el análisis? ¿Se trata solo de una
serie de momentos, de frases hirientes?
La
belleza de los vestidos, de las telas, la elegancia de los 50’s, sobre todo a
ese nivel (el creador vistió a la futura reina de Bélgica), la magia de los
dedos que cosen, cortan, bordan, construyen un estuche refinado para una
historia y unos personajes que finalmente muestran poco.
La
interpretación de las mujeres es muy previsible, en el papel de la hermana que conoce
a su hermano al pie de la letra, y de la amante que no pertenece a ese mundo,
que no sabe las reglas. En cuanto a Daniel Day-Lewis, quien dijo que este seria
su ultimo papel en cine, actúa demasiado, sus silencios artificiales, sus
respiraciones demasiados largas antes de hablar, sus miradas demasiado insistentes,
construyen en personaje falso, artificial, casi insoportable a veces. Lleno de
orgullo, de auto-admiración. Su interpretación molesta porque a veces provoca simpatía,
pero mas frecuentemente produce rechazo y exasperación.
¿Es
romance, es sátira, es sadomasoquismo, es acoso, es manipulación? En todo caso
es enfermedad.
Y
uno se deja llevar a pensar en lo que Bergman o Hitchcock hubieran hecho con
esta historia refinada de perversión. Una historia que se parece mucho,
demasiado a Rebecca , la cinta que
Hitchcock adaptó en 1940 de la novela de Daphne du Maurier , con Joan Fontaine y
Laurence Olivier.
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