Juntando la magia de Wes
Anderson con la de las figuritas en stop motion-, esta cinta es puro encanto.
Al mismo tiempo que da una lección sobre un futuro próximo, cuenta una historia
de búsqueda llena de ternura y dificultades.
Ficha
IMDb
Es
la ultima de Wes Anderson y eso bastaría para atraer. Antes de verla uno se
deleita pensando en su ironía y sus juegos estilísticos. los encuadres
rigurosos, los desplazamientos en línea recta de su cámara. Uno sabe que su
mirada sobre los comportamientos humanos, las manías, la desesperanza, los
ridículos lo harán sonreír. Las películas de Anderson tienen un magnifico
poder: uno sale del cine pensando que sus propias miserias o excentricidades
como las de Los excéntricos Tenenbaums (2001) merecen la indulgencia. Al espectador, le devuelve un corazón de niño,
un poco triste, que busca en el mundo una sombra de felicidad, haciendo como
que cree que es posible alcanzarla.
En
Isla de perros, esta felicidad reside
en la amistad entre humanos y animales, más precisamente perros.
Es
Japón, dentro de unos cuantos años. Hay demasiados perros (hasta se parece al
mundo actual, donde los animales se están volviendo más importantes que los
humanos). Son presa de una epidemia que la ciencia es incapaz de erradicar. Por
esa razón, la única solución es desterrarlos a una isla basurero, Eso es la
versión oficial, la verdad política, dicha por el leader máximo Kobayashi. En realidad,
un grupo de científicos está a punto de producir un suero que podría solucionar
el problema. Pero el profesor Watanabe es eliminado. Y la verdad oficial es
difundida en un gran discurso por Kobayashi. Y como ejemplo, sacrifica a su
propio perro, Spots, enviándolo a la Isla. Pero este perro era el guardaespaldas,
protector y acompañante del sobrino del leader, Atari, de 12 años. Equipado
como los miembros del servicio secreto, era inseparable de su joven amo.
Atari
se lanza a la búsqueda de su animal, a bordo de un avioncito destartalado que a
duras penas llega hasta la isla. Ahí, en medio de todas las suciedades
acumuladas y deshechas por la sociedad humana, sobreviven, entre peleas y amistades,
unos perros. Rex, King, Boss y Duke.se encargan de ayudar al niño, bajo las
órdenes malhumoradas del negro Chief.
De
ahí sale una historia de búsqueda con sus tradicionales obstáculos, trampas,
discusiones.
Al
mismo tiempo, sobre el continente, la vida política sigue y los amantes de los gatos
imponen su ley y la reelección del leader máximo. Pero la rebelión se prepara: Tracy
Walter, una joven de pelo esponjadíssimo y rubio se expone, pelea y discurre al
frente del movimiento Pro-Perro
Como
en todo cuento, todo acaba bien. Los que se buscaban se encuentran. Los malos
están castigados y la moral triunfa. Hasta algunos encuentran el amor.
Todo
eso parece un cuento para niños: cuida a tus animalitos, se solidario con tus amigos.
Ama a tu prójimo, humano o animal.
Pero
la cinta de Anderson no es para niños. Primero porque su forma es demasiado
cuidada, demasiado culta. Hace referencias al cine japonés, en particular a
Kurosawa, a las grandes novelas futuristas, inclusive las mas politizadas como 1984, a las situaciones de exclusión …
Vuelve,
como muchas cintas de Anderson, al tema de la búsqueda del padre, o más bien a
la desesperanza, al hueco que deja su desaparición. Es otra vez un viaje de
búsqueda. Como The Darjeeling Limited (2007) o como The Grand Budapest Hotel (2014). Un
viaje en compañía de alguien que apoya, ayuda, entiende. Un viaje que parece
llevar muy lejos, aunque el destino parezca alejarse a medida que uno avanza.
Es un largo viaje de soledad acompañada.
La
estructura narrativa se expone con títulos: un prólogo, cuatro
partes-capítulos, para terminar en un epilogo, con tres flashbacks
explicativos.
La
música de Alexandre Desplat es magnífica, mezcla sonidos tradicionales
japoneses, de flautas y tambores, con elementos occidentales. Como la imagen
mezcla elementos de anime japonés, como las voces mezclan ingles y japonés.
Como los textos mezclan caracteres de las dos culturas. Al hacer eso se
mantiene un elemento misterioso ya que las voces japonesas no están traducidas
ni subtituladas y los caracteres japoneses nos son totalmente opacos. El
espectador se ve excluido al mismo tiempo que se le explican unas cosas.
Extraño parecido con lo que hacen los políticos, sean el gran Kobayashi
reelecto o cualquier político de la vida real.
Los
muñecos tienen un encanto tieso, como los ositos y las muñecas que uno se
encuentra en los viejos baúles. Sus movimientos en ángulos rectos, como la
cámara de Anderson, contrastan con las voces muy flexibles y naturales de los
actores. ¡Y que actores!: Bill Murray, fiel acompañante de Anderson, Eward
Norton, Yoko Ono, Scarlet Johansson, Brian Krangston …
El
humor del dominio de la técnica se ve en la estructura abiertamente explicada
de los flashbacks, o los capítulos de la historia. Anderson juega con sus
imágenes, con sus muñecos, con su música. Se disfrutan mucho los episodios más
sombríos de la nueva vida miserable de los perros: las peleas en forma de nube
o de borrego, para averiguar el contenido de una bolsa o para decidir quién
domina el encuentro.
El
juego de palabras del título, que se pronuncia de la misma forma que “I love
dogs” es tal vez ese guiño del realizador y de todo el equipo, y, aunque uno no
tenga un amor excesivo a esos animales, se podría traducir por un “Amo las películas
de Anderson”.
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