Spoiler Alert

Mas que una invitación a ver, o no ver, una cinta, buscamos entablar un dialogo que enriquezca la experiencia cinematográfica. Asumimos que quienes lean un artículo han visto ya la cinta: no podemos discutir sin revelar el final. Si la película te interesa pero no la has visto, mejor para ti, y para todos, que regreses después de verla. Así la discusión es más a gusto.

Monday, July 9, 2018

El ciudadano ilustre (Mariano Cohn, Gaston Duprat, 2016) – 8/10


Un regreso a los orígenes lleno de sorpresas, no todas muy buenas. El precio del alejamiento y de la libertad puede ser muy elevado. La difícil aceptación de la verdad puede llevar al enojo, la risa o la huida. Y cada quien maneja sus errores como le plazca. O las aprovecha…

Ficha IMDb

Obtener el premio Nobel aporta fama, dinero y seguridad, una seguridad que podría dar la fuerza para enfrentar viejos fantasmas. Daniel Mantovani (Oscar Martínez) , después de 30 años lejos de su Argentina natal , decide de repente cancelar sus compromisos para responder a una invitación del alcalde de Parras, una muy pequeña ciudad totalmente desconocida, a 700 km de Buenos Aires. Lo invitan a recibir el máximo reconocimiento del pueblo, tal vez inventado especialmente para él: la medalla de Ciudadano Ilustre. Huyó de allá, dejando familia y novia, y, según lo que él mismo dice, pasó cuarenta años y varios libros tratando de liberarse. Si Parras está en todos sus libros, sigue sin embargo en su cabeza. Es momento de enfrentar los demonios. Está convencido de que debe hacerlo solo.

Con su pequeña maleta, sus anteojos y unos cuantos ejemplares de su última novela, llega al aeropuerto de la ciudad más cercana. El chofer y el coche que mandaron a recibirlo no son maravillas de modernidad o inteligencia y el funcionamiento de ambos es bastante errático, lo que acaba en una noche en medio del campo, con una llanta ponchada y sin teléfono celular para avisar.

El hotel para VIP ofrece un confort muy relativo, pero todos están muy dispuestos, inclusive el escritor, a hacer todo para que la estancia sea placentera.

Después de las explicaciones por Cacho el alcalde (Manuel Vicente), de un desfile en el camión de los bomberos con la Miss de la ciudad, de un encuentro con lectores que hacen preguntas tontas, de la inauguración del monumento en su honor, nuestro Premio Nobel puede dedicarse a reencuentros más personales. Por ejemplo, la exnovia Nuria (Nora Navas) que dejó al irse hacia el mundo europeo, y que se casó con el mejor amigo, Antonio (Dady Brieva).

 Así van alternando en el transcurso de los días las obligaciones oficiales como ser jurado de un concurso de arte, las citas con amigos, los encuentros con solicitadores de apoyos económicos o de acercamientos personales, inclusive una joven admiradora, Julia (Belén Chavanne) muy muy entusiasta y sin ningún tipo de reservas. También encuentra un joven talento en la persona de recepcionista discreto del hotel (Julián Larquier Tellarini). Mucho aprende Mandovani sobre la evolución del pueblo, su adaptación a las nuevas reglas de la sociedad capitalista y turística.

Y de repente el ambiente cambia. Lo que se presentaba como amable, afectuoso, se torna angustiante, demasiado demandante o conflictivo: el concurso de arte, la familia de la exnovia, cuya hija es la admiradora desinhibida. La estancia de reconciliación de una ciudad con su héroe, de un escritor con sus raíces, termina en una caza nocturna donde él es la presa.

¿Acaba? Eso era sin contar con la astucia de un buen escritor que hace su miel con sus propios desencuentros y con las desgracias de los demás. La escena final, de una conferencia de prensa para lanzar la última novela, nos aprende que caímos en la trampa: Mandovani no es inocente, nos manipuló, utilizó su visita a Parras, utilizó a la gente. Todos fueron puro material para él, material literario, material para el éxito. Nos quisieron hacer creer que él era la victima de personas estúpidas, avaras, interesadas, egoístas, incapaces de entender que estaban frente a un genio, y tal vez resentidas frente al éxito que el consiguió mientras ellos quedaban en el olvido. Pero en su última mirada, directa hacia la cámara, en plano muy cercano, se vislumbra una sonrisa irónica. Ríe bien quien ríe al último. El círculo de la creación y del desprecio se cerró.

La cinta parece nunca definirse. Tampoco los personajes. ¿Quién es bueno? ¿Quién es inteligente? Queremos saber, para nuestra tranquilidad y nuestra buena consciencia, de qué lado debemos estar. Y no podemos. Porque Mantovani dice cosas muy sensatas y los pueblerinos se ven muy atrasados, muy alejados de la vida, cultural, artística, creativa, sumidos en sus pequeñas preguntas y preocupaciones. Son mezquinos. Casi monstruosos. Nos ponemos en los zapatos del escritor, él que supo sacarse de ese mundo deprimente, frustrante y, sobre todo, tan feo. él es un ser de una calidad superior, es parte de la elite y tiene todo el derecho de portarse a veces un poco condescendiente y sarcástico.

Sin embargo, algo molesta. Todo el tiempo. Porque él es demasiado impaciente, porque sus esfuerzos son demasiado visibles, frente a situaciones que finalmente son pasajeras. Porque no parece hablar realmente con su verdad, salvo en su explosión al oír los resultados del concurso de arte. Pero, en realidad es que él no aceptó las reglas del juego, enunciadas muy claramente en la sutil presentación del alcalde. Para recibir hay que dar y Mantovani parece cada día menos dispuesto a dar.

Las últimas imágenes son las que sacan al espectador de su malestar: Mantovani nunca quiso dar. Hizo como que se prestaba al juego del Ciudadano Ilustre solo para sacar más de los que ya había exprimido y que habían sido su materia prima camino al Premio Nobel. Daniel Mantovani es solo un parasito que transforma à la gente que lo rodea para su propio provecho, relación que en realidad se nos había enseñado desde la escena con la secretaria (Andrea Frigerio) antes del viaje.

Y tal vez sea eso la verdad del trabajo de los escritores, esos vampiros de los seres humanos normales.

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