Spoiler Alert

Mas que una invitación a ver, o no ver, una cinta, buscamos entablar un dialogo que enriquezca la experiencia cinematográfica. Asumimos que quienes lean un artículo han visto ya la cinta: no podemos discutir sin revelar el final. Si la película te interesa pero no la has visto, mejor para ti, y para todos, que regreses después de verla. Así la discusión es más a gusto.

Monday, May 6, 2019

El complot mongol (Sebastián del Amo, 2019) - 8.5/10


Segunda adaptación de la novela negra de culto de Rafael Bernal, esta cinta recrea con talento el ambiente sarcástico y absurdo de esta historia de falso espionaje, en un México histórica y geográficamente muy delimitado.  

Ficha IMDb

Filiberto Garcia (Damián Alcázar) es un detective discreto y eficiente, solitario, que se desplaza en las sombras y tiene contactos turbios. Más que policía, es un matón, es el obediente servidor de un sistema política que a veces necesita que le quiten de en medio algunas personas. No parece tener problemas de dinero ya que se viste elegantemente, a la moda de los años sesenta en los que vive, tiene un departamento discreto y bien equipado, siempre perfectamente ordenado.

Cuando lo llaman, acude. Y la ultima llamada de su jefe, el Coronel (Xavier López “Chabelo”) es para investigar sobre un supuesto complot para asesinar al presidente de Estados Unidos, que nunca se nombra. Pero estamos en tiempos de Guerra Fria, y México tiene que defender al orden occidental. El complot, se supone, tiene su origen en la “pinche” Mongolia exterior, o sea en China, o sea en el Comunismo internacional. El mas interesado en encontrar la verdad es el Licenciado Rosendo del Valle (Eugenio Derbez), ya que su eficiencia en este asunto podría facilitarle el acceso a la candidatura presidencial.

Nuestro Filiberto se lanza a la pesca de información. Sus jefes lo obligaron a hacer contacto con los aliados anticomunistas, en particular la CIA y su representante en México, Richard Graves (Ari Brickman) así como la KGB y su respectivo agente Ivan Laski (Moises Arizmendi), vivida imagen de estudiante ruso de principio de siglo. El origen probable del complot obliga a informarse en el Chinatown mexicano, o sea la callecita céntrica de Dolores, donde el detective es conocido y donde impera la dominación callada de Fumanchú (Gustavo Sánchez Parra). Tiene también sus propios informadores como el abogado perdido en alcohol, (Roberto Sosa) que haría cualquier cosa para un trago, pero pude ser de gran utilidad investigativa.

El detective sombrío y sin piedad tiene, muy en el fondo, su corazoncito alterado por la joven y bella y sola Martita Fong (Barbara Mori), refugiada huérfana china. La atracción de Filiberto se une a la necesidad de protección de la huérfana abusada. Todo eso se mezcla cuando la pista del espionaje revela un simple trafico de drogas y una sórdida historia de adulterio.  

Filiberto mantiene una cierta distancia, una distancia cierta con los que le dan ordenes, con el poder al que sirve, y lo explica claramente al espectador, cuya complicidad cultiva rompiendo la cuarta pared de la ficción.

Rafael Bernal juega obviamente con las referencias de la novela policiaca, desde el razonamiento frio de Poe o Conan Doyle, hasta la frialdad pesimista del hardboiled gringo. Le agrega un ambiente propiamente mexicano, basado en los usos y costumbres políticos de los herederos institucionalizados de la gran Revolución: mucho discurso, fraseología progresista, que disimula golpes bajos y ejecuciones disfrazadas de accidentes.

La novela fue escrita en 1969, casi contemporánea de la intriga que cuenta. Eso permite un ambiente retro, muy de moda actualmente, unos juegos de colores, luces y estilos en la ropa y los muebles, y accesorios, en un remarcable diseño de arte, que COTOIE lo irreal.  Pero la fidelidad a la historia original toma aquí otro significado: 50 años después, los juegos políticos, las intrigas e invenciones para distraer la atención, siguen siguiendo los mismos. Las alianzas y los asesinatos tienen la misma eficiencia y el mismo cinismo.

En 1978, Antonio Eceiza realizo una primera versión de El complot mongol, con Pedro Armendariz Jr., Blanca Guerra y Ernesto Gómez Cruz. La cinta de Del Amo juega con los tonos: comedia romántica, comedia negra, drama, denuncia política. Parece no tener unidad, lo que corresponde exactamente a la tonalidad de la novela: una aparente lógica para una historia que en realidad no tiene ninguna porque todo eso de pinche complot no existe. No hay pinche intriga internacional, solo existe un pinche Licenciado del Valle decidido a abrirse camino a golpes, asestados por otros, hacia la silla presidencial.

Los actores que parecen totalmente caricaturescos, como Eugenio Derbez y sus anteojos de fondo de botella y su voz seca, y sus movimientos bruscos, Damián Alcázar y sus confidencias, maldiciones y suspiros. La palma se la lleva Roberto Sosa, siempre al borde de lo excesivo, de lo ridículo, y que sin embargo controla el desastre de su personaje, lo vuelve simpático en su incapacidad y su vértigo etílico.

La única que parece fuera de lugar es Bárbara Morí. No que le falte talento y capacidad expresiva pero no queda en el papel de la joven y temerosa chinita.

La música esta escogida con un tino extraordinario, contribuyente al ambiente nostálgico, al acercamiento intimista de los close-ups, planos fijos y cerrados. Porque la historia es un ida y vuelta permanente entre una forma “oficial” de complot político, y la realidad de una intriga sin sentido que deja permear las realidades intimas de los personajes, sus debilidades y deseos, que, sin embargo, dadas las circunstancias y las obligaciones del genero, no pueden enseñar por lo que se ven obligados a la auto-satira.





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