Rodada en siete semanas con un presupuesto mínimo pero un reparto de lujo, esta cinta fue un intento de Chabrol de recuperar la preferencia del publico, después de perderse en adaptaciones televisivas. Basada en la novela policiaca Un muerto de más, de Dominique Roulet, casi desconocida, permite la introducción del Inspector Lavardin quine reaparecerá en otra cinta de Chabrol y en una serie de televisión.
Ficha IMDb
En una pequeña ciudad de provincia,
aparentemente muy tranquila, tres hombres han decidido usar de su poder para enriquecerse
más, por medio de una gran operación inmobiliaria. Para eso, necesitan que
madame Cuno (Stéphane Audran) y su hijo Louis (Lucas Belvaux) acepten venderles
su casa. Han ofrecido mucho dinero, una casa nueva, pero madre e hijo se niegan.
Ella, paralítica, pasa sus días encerrada, pero necesita que su hijo asista a
todas las comidas, vuelva varias veces durante el día, festeje con ella el aniversario
de bodas. Muy posesiva, esta convencida que el pobre chiquito será la presa de
una mujer inmoral e interesada, así como lo fue el padre que la abandonó.
Juntos, pasan horas en el sótano leyendo la correspondencia de sus tres enemigos,
ya que Louis ocupa un puesto clave en la ciudad: es el cartero.
Estos tres hombres ricos son el
arrogante notario Hubert Lavoisier (Michel Bouquet) quien tiene una relación
pagada con la hermosa Anna (Caroline Cellier), el brutal carnicero Gérard
Filiol (Jean-Claude Bouillaud), y el extraño medico Philippe Morasseau (Jean
Topart), quien vive solo en su enorme mansión rodeada de un parque poblado de blancas
estatuas femeninas. Desde que su rica esposa Delphine (Josephine Chaplin) se ha
ido a Suiza despues de su cumpleaños, vaga cada noche en su parque hablando con
las estatuas, bajo la protección de la vieja sirvienta muda Marthe (Andrée
Tainsy).
Gracias a su lectura exhaustiva de
las cartas de todos, Louis y su madre han podido establecer, al modo policiaco,
grandes esquemas de las relaciones poco morales entre los personajes. Alimentan
día a día su odio y Louis, nada más para molestar, vierte en la gasolina del
carnicero el azúcar para las mermeladas maternas, lo que resulta en un accidente
mortal. Es cuando aparece el inspector Lavardin (Jean Poiret), el «pollo» ya
que es el sobrenombre popular en francés de los policías. Este policía, además
de comer cada mañana dos huevos estrellados con paprika y tener su propia
gallina, es dueño de una intuición, un sentido de la observación y unos métodos
dignos de los perores tiempos de dictaduras: efracciones, requisas sin
autorización, golpes, torturas acuáticas. Está siempre donde no se le espera, lo
ve todo, lo oye todo, lo sabe todo.
Muertes, desapariciones, mentiras,
celos, gritos y escenas, hasta un incendio provocado para manipular al hijo que
busca independizar de su madre medio loca, hay de todo en esta historia. Sin
embargo, la trama es bastante sencilla y no se puede decir que haya un suspenso
muy eficaz. Lo que más se disfruta son las interpretaciones. Los actores cómplices
habituales de Chabrol están aquí encabezados por Michel Bouquet y Stéphane
Audran, después de La femme infidèle (1969), La rupture (1970), Juste avant la nuit (1971). Jean Topart divaga en su parque, con su voz de
ultratumba. Jean Poiret domina a todos con su inspector Lavardin, al punto que
Chabrol lo reutilizará en una secunda cinta, titulada simplemente Inspecteur Lavardin (1986):la malicia chispea en su ojo, es al mismo tiempo bonachón y
amenazador, sus palabras son balas que siempre alcanzan su objetivo y, cuando
son simplemente inocentes, uno se pregunta si no tendrán algún significado
escondido.
Claro, la puesta en escena y en imágenes
presenta la precisión habitual de Chabrol, la cámara se desplaza lentamente
hacia donde quiere ir. Nada queda al azar.
Y vuelve esta pintura fría de una
sociedad burguesa infame, de seres inmorales que piensan tener derecho a todo,
y derechos sobre todos. Finalmente son
los mismos temas de Chabrol, siempre articulados alrededor de una muerte
sospechosa, que saca a la luz lo peor de cada uno. Porque ninguno es en realidad
inocente, ni siquiera el joven cartero, o la madre paralítica, o la novia
apasionada. Todos son monstruos, pequeños o grandes, más peligrosos unos que
otros.
El personaje
del empleado del correo reaparecerá con Isabelle Huppert, en La cérémonie (1995),
lo que no sorprende en el mundo de Chabrol, ya que ocupa un puesto clave en una
pequeña ciudad gracias a su posibilidad de acceder a los secretos.
En cuanto al
dueto siniestro madre-hijo, unidos por un odio común en su vieja casa aislada,
con su sótano-guarida y sus rituales posesivos, son visiblemente un homenaje a
la señora Bates y su manipulable Norman.
No es el mejor Chabrol, pero es, como todos,
bastante, disfrutable.
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