Divertida, sarcástica, con interpretaciones geniales de Penélope Cruz y Antonio Banderas, y una fotografía espléndida. Una reflexión sobre la cultura de las apariencias.
Ficha IMDb
Un viejo millonario farmacéutico, Humberto Suarez (José Luis Gómez), decide dejar su huella en el mundo al financiar una película. Le aconsejaran dar el proyecto, adaptación de una novela de un Premio Nobel, a una directora muy talentosa y sobre todo reconocida por la critica intelectual, Lola Cuevas (Penélope Cruz), lesbiana y ganadora de un León de Plata y una Palma de Oro. Ella escoge a dos actores de renombre y los convoca a su casa para unas sesiones de preparación. No se puede ser mas diferentes. Félix Rivero (Antonio Banderas), es un actor hollywoodense, histriónico, seguro de si, egocéntrico. Necesita ser el centro de todas las atenciones. Iván Torres (Oscar Martínez) es un actor de teatro, más a la antigua, reservado, pero también convencido de su superioridad. La directora es una extrovertida, pelirroja de pelo chino y de ropas excéntricas. Sus métodos de trabajo pueden parecen extraños pero logra sacar de sus actores lo que no sabían que podían expresar, poniéndolos en situaciones excesivas, peligrosas psicológicamente, casi en psicodramas.
Los dos actores deben interpretan a dos hermanos que se odian, lo que es perfecto ya que se odian personalmente y lo que representan. Iván defiende una concepción intelectual, elitista de la actuación, aun si pretende vivir de forma modesta, con una ideología izquierdista. Félix busca la publicidad y se jacta de sus premios. Pasan el tiempo desafiándose y burlándose para probar que son superiores. Un poco como una danza de machos frente a la hembra que eventualmente escogerá.
Todo acaba en una vuelta de tuerca : la venganza es un platillo que se come frío; más reirá el que reirá al ultimo. Pero el espectador se la pasó riéndose al mismo tiempo que admirando las prestaciones de este trio de actores, y disfrutando el juego de espejos en la misma narración y en las referencias a la vida real.
La casa es un lugar extraordinario, de grandes espacios vacíos que la cámara aprovecha con un refinamiento hecho de minimalismo, de cámara fija, planos abiertos, encuadres sofisticados, con una banda sonora depurada.
Los diálogos son perfectos, afilados, exactos; no sobra ni falta una palabra.
Penélope Cruz y Antonio Banderas sorprenden en cada momento, gracias a las invenciones de los directores: Lola y su aspiradora, Félix confesando su enfermedad terminal, pero sobre todo por las múltiples facetas de su talento. Pueden expresarlo todo. Pueden hacernos reír, casi llorar, indignarnos. Porque la cinta es también una magnifica demostración sobre el trabajo del actor, las horas de lecturas, búsquedas, intentos, ejercicios, necesarias para lograr la perfección en la interpretación.
Juego de espejos, juego de interpretaciones, juego de referencias, la cinta es un inmensa y alegre fiesta jocosa y cínica. Una invitación a poner distancia con el falso mundo del cine, que, a golpe de falsedades, imita perfectamente la realidad.
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