Ya se casó Antoine Doinel . Su esposa Christine, su novia en Baisers volés y él llevan la vida normal de una joven pareja parisina. Tienen un hijo. Él la engaña con una joven extranjera. Se reconcilian. Una vida completamente normal.
Ficha IMDb
La segunda parte de la trilogía de Doinel adulto empieza con las piernas de su esposa, haciendo compras. De la tiendas de frutas y verduras al puesto de periódicos la acompaña su voz en off en los acostumbrados diálogos cotidianos . Pero hay una gran novedad: a Christine ya no hay que decirle "mademoiselle". Es "madame". Aunque sus bonitas piernas parezcan decir lo contrario. Y la voz off del vendedor de periódicos, voz de Truffaut en persona, se hace eco a lo extraño de la situación. Porque Christine no parece "instalada" en la seriedad del matrimonio. Tampoco su esposo quien tiene un extraño trabajo: colorea flores para la florería de la esquina. Lleva a cabo su poético trabajo en el patio del edificio parisino donde viven. Hasta el día en que sus intentos de color matan a las flores.
Por una equivocación de la secretaria quien lo confunde con otro candidato al puesto, portador de una excelente carta de recomendación, es aceptado en una empresa japonesa. Su entrevista con el director es digna de La cantatrice chauve de Ionesco. Contesta a las preguntas en ingles con oraciones de manual de idiomas. Su trabajo es igual de poético e inútil que el anterior: dirige a control remoto buques petroleros en miniatura sobre un estanque. Un día llegan visitantes importantes japoneses. Cuando la más joven deja caer su pulsera en el agua, Antoine siente la obligación moral de llevárselo de vuelta. Y cae en las redes del oriente, del exotismo, y del adulterio. Pero rápido se acaba el encanto. La japonesita se cansa de las hesitaciones de Antoine y lo deja. El esposo infiel vuelve a su departamento, su esposa y su hijo. Y la vida sigue.
Desde el principio, Truffaut nos enseña que la vida en el domicilio conyugal es una serie de obligaciones, donde la espontaneidad ha desaparecido. Todo está previsto: desde las cenas con los suegros, con beso robado ritual al bajar por la botella de vino a la cava, recuerdo del verdadero primer beso robado en Baisers volés) . Hasta las clases de violón impartidas por Christine y los alumnos que olvidan pagar, las platicas con los habitantes del edificio, las peleas e impaciencias del vecino cantante de ópera.
La patio del edificio es como un pueblo en reducción: ahí se asoman, por la escalera de acceso a los pisos de departamentos, por las ventanas o por la puerta trasera del café, todo un pequeño mundo con sus expresiones, sus obsesiones (el vecino que no saldrá de su departamento mientras no llevan a Pétain a enterrar a Verdun, la mesera que quiere seducir a Antoine), sus temas repetidos de conversaciones. Truffaut preparó los diálogos a base de artículos de periódicos, de pláticas con conserjes, con vendedores. Sacó sus textos de la realidad cotidiana, influenciado por los cineastas realistas, en particular Renoir y su Crime de Monsieur Lange.(1935).
El nacimiento de un hijo interrumpirá un poco la monotonía pero Antoine no fue capaz de interpretar los silencios de su esposa al ir al ginecólogo. Necesitará de una publicidad con fotografía gigantesca de bebé en el andén del metro para entender.
La película muestra como todo en la vida funciona sobre señales, que sabemos o no interpretar. Cuando un alumno se va sin pagar, Christine toca la Marsellesa. Antoine bloquea la salida del patio y no deja salir. Cuando pasa el vecino extraño, todos murmuran a sus espaldas: el estrangulador. Pero se trata de un artista imitador y todos tendrán que modificar su interpretación de la señal el día que aparecerá en TV. Cuando Christine se queja de que no hay comida en el refrigerador, Antoine pretexta de que no ha visto la lista de compras. Cuando ya no hay pasta de dientes, intercambian imitaciones de anuncios televisivos. Cuando se abren los tulipanes que Kyoko le mandó a su amante con notitas amorosas, Christine recibe a su esposo vestida, peinada y maquillada como geisha. Cuando la mama de Christine llama por teléfono para invitarlos a cenar, la llamada llega al café, porque no tienen teléfono en el departamento. Antoine entra al café por la ventana, contesta, sale por la puerta, llama a su esposa. Pero quien abre su ventana es la vecina. Antoine le pide llamar a su esposa para que baje a contestar. Así los mensajes toman caminos complicados y no siempre llegan donde deben. Como la escalera de librero cuando los Doinel no tienen librero, y que acaba sirviendo de repisa.
Por cierto, cuando por fin les instalan el teléfono (gracias al suegro quien siempre encuentra entre los clientes de su taller mecánico a alguien de utilidad para la joven pareja), la primera llamada, para probar, es para el servicio de la hora. Contesta un hospital. Tal vez, sugiere Christine, para obtener la hora, hay que llamar al hospital. Puro absurdo, puro Ionesco.
Ultimo mensaje mal interpretado. Ya reconciliados, cada vez que los esposos salen, Antoine pierde la paciencia cuando su esposa se tarda demasiado. Como el vecino, avienta en la escalera bolo, zapatos, abrigo. Y la vecina italiana comenta a su esposa:"¡Ya ves, son como nosotros, ahora se quieren de verdad!" Interpretación optimista. Pero la cámara se detiene sobre la expresión muy dubitativa del esposo. Y así termina la película.
Ya sabemos que la siguiente y ultima será : L'amour en fuite , El amor en fuga…..