Una película muy poco interesante de no ser por sus intérpretes. Con, además, un título absurdo ya que la historia no tiene nada que ver con Manhattan. ¿Será una alusión a Woody Allen? ¿Porque no respetar el título el inglés: Cinco pisos arriba? Ya que esto es la raíz del problema: la dificultad de subir cinco pisos cuando uno se va haciendo viejo.
Ficha IMDb
Tienen algo como setenta años y un perro tan viejo, en años perrunos, como ellos. En sus jóvenes años fueron rebeldes. Su matrimonio no fue muy bien aceptado por la familia de ella, porque él era un artista, y negro. Ser una pareja interracial en los setentas requería bastante valor.
Pero ahora, en el siglo veintiuno, están bien instalados y aceptados: Alex (Morgan Freeman) y Ruth (Diane Keaton) tienen amigos, un departamento en Brooklyn que vale bastante dinero. Los vecinos los conocen y los quieren. Único problema: se están haciendo viejos y los cinco pisos son difíciles de subir, para sus viejas piernas, para las de Dorothée el perro. Hasta para las de Lily (Cynthia Nixon), la sobrina de cuarenta años. Además Brooklyn ya no es el modesto barrio de artistas sin dinero que fue; se ha vuelto zona de moda, para jóvenes ejecutivos con prisa y celulares
Lily ya los ha convencidos de vender y cambiarse a un edificio con elevador. Hay que decir que Lily es agente de bienes raíces.
Alex no está convencido: las grandes ventanas de su estudio le proporcionan una luz y una vista maravillosas. Ahí ha trabajado durante cuarenta años, y, si no ha alcanzado un éxito que haga de él un pintor a la moda, al menos le ha dado con que vivir bien y, sobre todo, feliz. Pero, como buen esposo y persona pacifica, se deja arrastrar a la locura de las “open houses”.
Vivirán un fin de semana loco, sacados de su tranquilidad por la multitud que invade su departamento con una desfachatez impresionante, y que vuelven a encontrar cuando pasan a ser ellos mismos buscadores de vivienda.
Dos asuntos vienen mezclarse a la trama. Uno es familiar: Dorothée la perra necesita operarse. El otro es social y, tal vez político: un joven ha decidido bloquear el puente que une el barrio a Manhattan. Después de inmovilizar el tráfico con su tráiler atravesado, huyo, tomó rehenes…. La televisión, prendida en todos los departamentos, no deja de hablar del incidente, de asustar a la gente y hacer bajar las cotizaciones de los departamentos en venta.
Cuando acaba el fin de semana, todo está resuelto: Dorothée camina de nuevo, el joven ha sido arrestado, Ruth y Alex han decidido quedarse en su lindo departamento y seguir cultivando sus jitomates en la azotea.
O sea, toda la cinta fue para nada. Vuelta al principio.
El ritmo es un poco lento. Algunas escenas son pinturas atinadas de la nueva sociedad : el director de la galería que decide exponer a jóvenes pintores en lugar de Alex, el protocolo de las ofertas y cartas de motivación para las ventas, las manías de los visitantes, interesados o no en comprar.
Otras son simplemente clichés: el dueño que se siente extranjero en su propio departamento del cual los visitantes se adueñan. La complicidad con una niña igualmente perdida y resignada.
Algunas escenas de recuerdos de (pocos) momentos importantes en la vida de la pareja dan un tono “vintage” (con colores apagados) a la historia, pero no logran dar espesar a los caracteres.
Las tomas del barrio o de los departamentos no son siquiera bonitas. Estamos lejos de Woody Allen filmando Nueva York.
Entonces ¿para qué ver esta cinta? Solo por sus dos intérpretes, cuyo natural es tal que parecen haber realmente vivido estos cuarenta años juntos. Porque se conocen, se adivinan, se entienden. Porque están hecho el uno para el otro. Y logran que creamos sinceramente que nada podrá separarlos, y que tendrán durante muchos años más la capacidad física para subir los cinco pisos que les permiten vivir juntos.
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