Se trata de una comedia sencilla, muy sencilla, demasiado sencilla tal vez. Con actores conocidos. Sobre el deporte favorito de los franceses del sur. Parece inocua pero se puede ver como una sátira del mundo del deporte profesional.
Ficha IMDb
La petanca, juego de bolos sobre un suelo de tierra o gravilla, es un deporte-juego que se puede practicar en toda inocencia e ignorancia de las reglas, en familia, con niños, o con un profesionalismo agudo. Un poco como el futbol.
Jacky Camboulaze (Gérard Depardieu) , Moktar Boudali, apodado Momo (Atmen Kelif)y Zézé (Bruno Lochet) han montado una estafa perfecta. Se presentan como un equipo malísimo, siempre vencido. Inducen al equipo adverso a confiar en su superioridad y a apostar. Cuanto el monto de dinero llega a su máximo, el trio fantástico arrasa con las ganancias.
El jefe y cabeza es Jacky, imponente por su silueta y su experiencia. Pero su vida personal es un caos: está a punto de perder a su esposa Isa (Carole Franck) cansada de tanta irresponsabilidad) , y talvez su vida, o al menos su casa al borde de la salina, porque tiene una deuda de 50 000 euros con el terrible Nino Lorcy (Simon Abkarian).
Por eso, el anuncia espectacular que hace el businessman Stephane Darcy (Édouard Baer) en televisión de un gran concurso de petanca, con un premio de 500 000 euros, lo llena de ilusiones. Entrena a su pupila Momo, con el mismo esmero que un samurái, o un deportista olímpico.
En el camino, se encontrarán con la linda organizadora Caroline (Virginie Efira), un presidente de la federación (Daniel Prévost) racista y nepotista, y unos cuantos obstáculos usuales en una comedia, para que al final, los buenos ganen, los malos estén ridiculizados, y el espectador contento.
Atmen Kelif es muy natural en su papel de tontito con buenas intenciones y mucho talento artístico-deportivo. Galabru ya no se parece a Galabru. Hasta perdió su acento. Y Daniel Prévost , ofrece su cara acartonada a las cachetadas. Pero en los papeles secundarios, Simón Abkarian brilla como Gino el malvado. Lo vimos hace poco en un papel muy serio, el esposo celoso y tiránico de Viviane Amsalem (Ronit y Shlomi Elkabetz – 2014). Aquí es algo como un gitano agresivo malhablado, con una expresividad corporal y un vocabulario totalmente relajados, casi vulgares Es un placer verlo.
Gérard Depardieu es ahora un monstruo físicamente hablando, y un actor sin chiste. Parece demasiado pesado para soñar con cualquier papel mínimamente sutil. Es irónico ver a su personaje cambiar de nacionalidad por motivos nobles, cuando él mismo lo hizo en la vida real por motivos mucho más materiales.
Se puede criticar que estas actividades anticuadas y populares (en el mal sentido de la palabra) ya no son las que interesan a una Francia moderna, conectado, internetizada. ¿Pero qué familia no lleva en la cajuela del coche la caja de los bolos cuando se va de vacaciones, o simplemente de día de campo? Es cierto que los niños sueñan con ser Robocop, pero también con ser Zidane. Porque la gente adopta los héroes que le dan. Y punto.
Pero esta cinta dice algunas verdades. Unas feas, unas buenas: el racismo sigue y seguirá. Las madres de los hijos son pesadas, pero su comida no tiene igual y su amor es incondicional. Los machistas ya no tienen el poder. Y la amistad perdurará mientras el ser humano exista.
Y tal vez se deba ver la cinta al segundo nivel (aunque el director y el productor no lo hayan querido): esta locura televisiva y financiera, este emir patrocinador (Abdelhafid Metalsi), tan culto, educado y guapo, y rico, que impone sus reglas y a quien todos obedecen, se parece mucho a la realidad actual de las finanzas de los deportes más vistos, más amados, y más manipulados. ¿Toda relación con una celebración mundial de balón en un pequeño país árabe será pura casualidad?
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