Dos horas en un cuarto pequeño para un juicio a puertas cerradas. Pero los jueces no tienen ningún poder frente a un esposo decidido a nunca soltar a su esposa.
Ficha IMDb
En Israel, el divorcio esta regido por leyes religiosas. Un tribunal compuesto por tres rabinos disolverá el lazo matrimonial solamente cuando el esposo lo acepte.
Viviane Amsalem (Ronit Elkabetz, codirectora) lleva años viviendo separada de su esposo Elisha (Simon Abkarian). Nunca lo ha engañado. Él tampoco, ni la ha golpeado. Pero ella ya no puede soportar vivir junto a él. Ya van tres años que se encuentran periódicamente en esta pequeña sala, con el mismo abogado Carmel (Menashe Noy) tratando de hacer escuchar la demanda de su clienta por los mismos tres rabinos.
Algunos testigos por un lado, hermanos de Viviane con quienes vive ahora, o por el otro, vecinos y conocidos de la pareja, se presentan. En forma casi tenue, casi imperceptible, se siente que los rabinos están más benevolentes con los testigos a favor del esposo. El abogado de Elisha es ahora su hermano, Shimon (Sasson Gabay), un rabino muy conservador, hasta de mala fe. La mezcla de idiomas, hebreo, francés, árabe, ya que la familia es marroquí de origen, confirman las diferencias de opiniones y puntos de vista, y permiten espacios de comprensión reservados a algunos de los protagonistas, encerrándolos en un mundo inaccesible a los demás, en particular a los jueces.
Y, regularmente, a la preguntar de si quiere otorgarle el divorcio a Viviane, Elisha contesta que no.
A veces, se hablan aparte de los abogados y jueces. Y la mala voluntad, la testarudez, la prepotencia del esposo, se vuelven a la vez palpables y más sutiles. La incompatibilidad se va desvelando poco apoco, hasta que se entiende que todo se resume a una posesividad enfermiza, para satisfacción de la cual se impondrá LA condición a la liberación definitiva de Viviane: prometer nunca “pertenecerle” a ningún otro hombre.
Un drama a puertas cerradas, y un ritmo tan justo, en imágenes y diálogos, que las dos horas pasan volando. La dignidad de Viviane, pálida en su vestido negro, y su dolor silencioso y contenido, tratan de imponerse sobre su impaciencia. La fuerza, el poder de inercia del esposo, su convencimiento de tener la razón y ser el amo, lo vuelven odioso, con su seguridad, su tono meloso y suave, su buena educación. Es un ejemplar perfecto de pasivo-agresivo.
La impotencia de Viviane y su abogado, y hasta de los rabinos jueces, llevan a pensar que lo único que merece el señor esposo, que la única salida, la única solución para ese proceso absurdo y torturante es que lo maten.
Aunque en otro ambiente y con otros medios, esta cita no está sin recordar a L’Enfer (Chabrol - 1994), o como un esposo puede imponer la ley de su locura dominadora.
No comments:
Post a Comment