Una joven rata de retener a su madre enferma, filmándola, llevándola lejos de su familia, y visionando viejas películas. Un intento destinado al fracaso, pero con una intensidad perturbadora, en particular gracias a la magnífica interpretación de Hanna Schygulla.
Ficha IMDb
Léa (Nina Meurisse) filma a su madre Suzanne (Hanna Schygulla), todo el tiempo, tratando de captar lo que hace la fuerza de esta mujer que se está yendo. También visiona viejas cintas familiares, para volver a ver cómo fue cuando esta joven, hermosa, llena de vida y conectada con los demás. Pero eso la separa definitivamente de los demás miembros de la familia, que quieren que la vida sea “normal” y prefieren que Suzanne sea apartada, argumentando que es por su bien ya que no se debe cansar, que no se debe alterar un ritmo de vida a base de pastillas tranquilizantes, de estancias en una clínica, tal vez para terapia de sueño. Léa quiere darle libertad a su madre, en contra de su padre (Jean-Pierre Gos), un angustiado autoritario, sordo a todo lo que no es su propia visión del mundo, y en particular a un tratamiento médico inflexible, en contra de su tía Catherine (Miou Miou), más dispuesta a compartir, pero con límites.
Sin embargo, la desinhibición (el “avanti” con el cual saluda cada novedad) que impera en Suzanne llega a molestar a Léa, quien, por miedo o por intolerancia se vuelve acusadora. Las relaciones entre las dos mujeres pasan de un extremo al otro: luminosa complicidad u impaciencia llena de odio.
El malestar es omnipresente. Nunca se sabe en qué momento Suzanne escapará, mental o físicamente, en que momento saldrá de los límites del comportamiento aceptado en sociedad. A veces está muy cansada, sin que se sabe si es un estado natural o si es consecuencia de los medicamentos, como lo sospecha Lea. A veces parece presa de una dulce locura, que la hace cantar y bailar en la calle, coquetear con un joven, revivir escenas del pasado, hablar con gente ausente.
Con el pretexto de ir a vaciar la casa de la bisabuela, Léa se lleva a su madre que no tiene muchas ganas de volver a la clínica. Empieza un corto viaje durante el cual, según la tradición del road-movie, se reencontrarán, vivirán situación felices o dramáticas, momentos de risa y de miedo, se amarán y se odiaran, se aceptaran y se rechazaran. Es un poco un Thelma y Louise : partir lejos, sin saber por cuanto tiempo, porque parece que la vida normal ya no ofrece nada.
Los flash-backs de las cintas familiares, con estados normales de Suzanne, vienen interrumpir la narración actual, en forma plenamente justificada, por los recuerdos de Léa, en comparación con el estado actual de su madre, y por el trabajo de edición que está haciendo, sola en su casa, sin que nadie entienda bien que está haciendo, sobe todo su padre, y su novio Max (Christophe Dimitri Réveille). Los colores envejecidos del Super 8 introducen una nostalgia y una mezcla de tristeza y felicidad.
Lea, en su intento desesperado de devolver la vida a su madre, pierde la suya propia, se pelea con todos, pierde su trabajo. Vive en un círculo vicioso entre lo que fue, y lo que es, entre extrañar lo perdida y consolarse al pensar que su madre no ha sido siempre esta muñeca sonriente y casi alucinada, fuera de su alcance.
Es, antes que todo, una historia de mujeres, donde tres generaciones están presentes, y una, la bisabuela, ya desapareció pero sigue presente por su casa, la cual sirve de motivo a la escapada con la tía Catherine, y después de pretexto al viaje de madre e hija. Entre ellas, se entretejen pequeños rancores, algo de mala fe, muchas frustraciones y acusaciones muchas veces calladas. Pero también reencuentros propiciados por los objetos encontrados en las cajas de la bisabuela.
La última escena aporta un alivio con la lluvia en la piscina, que parece limpiar los resentimientos, reconciliar con la naturaleza y los lazos familiares profundos. Pero no quita el malestar difuso ya que Léa sabe muy bien que es momentáneo.
Hanna Schygulla fue famosa en los 70’ por las cintas que hizo con Michael Fassbinder o Wim Wenders, su cabellera rubia, su sonrisa angelical pero ausente, su ligero acento (es alemana nacida en Polonia) atrapan al espectador y ya no lo sueltan. Da la impresión que en cualquier momento va a perderse en su mundo. Su fragilidad y su ligereza, a pesar de un físico torpe y un poco embarnecido, necesitan del cuidado y del apoyo de Léa, más sombría, callada, observadora. La joven rodea a la mayor con sus cuidados y su atención, temiendo siempre que se le escapé de las manos. Existe entre las dos actrices una complicidad y una confianza mutua, que traspasa la pantalla.
Se puede considerar que es una película menor, porque es intimista, limitada en acciones, pero tiene una inmensa carga emocional.