La cinta de la cual todo mundo habla, de que todo el
mundo inciensa, es un cuento tradicional, con tintes adultos, y con un decorado
muy cuidado, vintage como se estila últimamente. Un trabajo muy bien hecho,
pero en realidad poco original.
Fiche
IMDb
Los
años cincuenta y sesenta están muy de moda últimamente, por el impacto visual
que permiten alcanzar: coches, ropas, accesorios, utensilios. Colores intensos
y formas fuera de moda llenan a todos de nostalgia.
Guillermo
del Toro no escapa a esta moda. Desde el principio de la cinta, ubica a su
personaje principal, Eliza (Sally Hawkins) en un edificio sombrío, lleno de rincones,
pasillos y escondites. Su rutina
diaria no tiene nada para sorprender salvo su costumbre de masturbarse en la tina.
Por lo demás, divide su tiempo entre su trabajo de limpieza en una oficina de
gobierno y sus tardes comiendo todas las tartas de limón que trae Giles
(Richard Jenkins), su compañero de renta, dibujante y homosexual, Por cierto,
si trabaja de noche, ¿en qué momento se pueden encontrar para cenar.?
Su lugar de trabajo es una suerte de sótano glauco,
húmedo, que parece nunca poder estar limpio. Su compañera, Zelda (Octavia
Spencer) además de hacerle compañía, y contarle sus problemas con su esposo Brewster
(Martin Roach), le sirve de intérprete con los superiores ya que Eliza es muda
y que Zelda habla hasta con los codos. el jefe, Strickland ( Michael Shannon) es el típico dominador que todavía no ha
escuchado del feminismo,tal vez ni siquiera d3 los derechos de los
trabajadores.
Como la época es los 60’s, y el lugar Estados Unidos,
más precisamente Baltimore, obviamente estamos en plena guerra fría, con investigaciones
secretas para ganarle a los comunistas en todos los campos.
Y
se van a encadenar las peripecias: Eliza se acerca a la criatura, la domestica
ofreciéndole huevos duros (¿cómo supo que le gustaban?) y le pone música (¿y cómo
nadie los oye?). Cuando las autoridades deciden pasar a una etapa más violenta
de experimentos, Eliza decide llevarse a la criatura a su casa, con la ayuda de
sus amigos, bajo las narices de las fuerzas del mal, o sea el jefe
anticomunista. Ahí tenemos, bien ordenaditos, los ayudantes y los oponentes. Y
como el laboratorio no podría estar exento de espías, el Doctor Robert
Hoffstetler (Michael Stuhlbarg), quien trabajaba para los rusos, se une a la
buena causa, la de los enamorados.
El
elemento de resolución tarde un poco: hay que esperar que se eleve el nivel del
agua en el canal que lleva al océano (¿no era más rápido manejar unos
kilómetros para llegar inmediatamente al océano?). los enamorados aprovechan la
espera para vivir plenamente sus emociones musicales y sensaciones físicas.
El
final es claro: vivirán por siempre unidos, en el agua.
Todo
esta muy bien hecho en esta cinta, con mucho cuidado, muchos detalles, mucho profesionalismo.
Los ambientes son perfectos, hermosos. El agua esta presente bajo todas las
formas posibles: agua en la tina del baño, agua para hacer la limpieza en el laboratorio,
agua del tanque de la creatura, agua de la lluvia sobre las ventanas, agua
invadiendo el departamento para hacer posible el encuentro amoroso, agua del
canal para la última salvación. Y, para que todo sea aún más fluido, la música de
Alexandre Desplat, muy presente últimamente en las películas exitosas, acompaña
omnipresente.
Los
colores verdosos, húmedos, los muebles viejos dan un toque de nostalgia, de
tristeza. Eliza no esta feliz, se refugia en la curiosidad por lo diferente, lo
extraño, porque esta vida no le da nada sino rutina. Y agarra algo extraño que
se le presenta, como niña indefensa, para darle algo de sentido a su
existencia.
Las
influencias cinematográficas son claras, y aceptadas por el cineasta, desde El monstruo de la Laguna Negra (Arnold –
1954) y las comedias musicales en las cuales se proyecta Eliza.
Pero,
en todo esto ¿dónde está la originalidad? Ya vimos que se trata de un cuento,
con algunas escenas que lo sacan de la niñez. En cuanto a la ambientación, ya
vimos este edificio viejo, de colores viejos, decrépitos y chillantes a la vez,
poblado de inquilinos un tanto especiales, en Delicatessen de Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro (1991). Uno de
ellos, por cierto, tenía una relación muy particular con el agua.
Ahora
es cierto que la cinta de Guillermo del toro va a beneficiar de la ola de simpatía
hacia los directores mexicanos provocada por las declaraciones muy discutibles
del presidente americano. También las interpretaciones políticamente correctas
no se dejaron esperar: lección de tolerancia hasta la diferencia, aceptación de
lo inhabitual, para luchar contra el rechazo a los inmigrantes en los países
ricos. Pero cuando Madame de Beaumont escribió su cuento en el siglo XVIII, su intensión
era simplemente enseñar que la peor fealdad física puede esconder la hermosura
interior. Y cuando Jean Cocteau realizo su maravillosa película en 1946 no pretendió
en ningún momento hacer una película socialmente comprometida, a pesar de ser
el mismo, y su actor principal Jean Marais, homosexuales.
La
belleza de una obra no depende de sus intenciones. Y, al revés, no hay que
prestarle intenciones que tal vez sean más oportunistas que reales.
La
forma del agua es una cinta agradable, a veces divertida, a veces aburrida,
repetitiva, siempre demasiado simplista y gentilona. Casi podría pertenecer al
repertorio de Disney, claro, si no estuvieran las escenas sexuales. Le falta algo,
con todo y su inmenso talento de realización: algo de originalidad, ¿algo de
alma?
Definitivamente,
nos quedamos con El Laberinto del fauno
(2006), o Crimson Peak (2015)
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