Spoiler Alert

Mas que una invitación a ver, o no ver, una cinta, buscamos entablar un dialogo que enriquezca la experiencia cinematográfica. Asumimos que quienes lean un artículo han visto ya la cinta: no podemos discutir sin revelar el final. Si la película te interesa pero no la has visto, mejor para ti, y para todos, que regreses después de verla. Así la discusión es más a gusto.

Wednesday, February 14, 2018

Un peu de soleil dans l’eau froide (Jacques Deray, 1971) - 5.5/10


Una película muy de su tiempo, los 70’s, que describe el mundo parisino cuya pintura se volvió especialidad de Françoise Sagan, autora de la novela. Nada extraordinario ya que el talento de observación psicológica de la escritora no aparece para nada en esta historia ahora muy superficial.

Ficha IMDb

Gilles Lantier (Marc Porel), periodista especializado en asuntos internacionales, joven, guapo, vive con una modelo americana, aún más joven y más guapa, Héloise (Barbara Bach). La vida le sonríe, pero, desde unos meses no le encuentra interés a nada. Después de finalmente consultar con un medico y con una vieja amiga, decide alejarse y pasar unos días en la casa de la familia, cerca de Limoges, donde vive su hermana mayor Odile (Judith Magre) con su esposo Florent (André Falcon). Según sus amigos y su familia, lo que tiene, y que algunos se atreven a llamar depresión, casi todos lo han vivido, y es algo que pasa solo y de repente.

Entre peces y borregos, al ritmo lento de la provincia de los ricos, Gilles deja pasar los días de verano. No participa en la vida social de su hermana y su cuñado hasta el día en que, para darles gusto, aceptar asistir a una cena. Ahí encuentra a Nathalie Silvener (Claudine Auger), esposa de un alto funcionario, dedicada a las obras caritativas. Ella, más que él, se lanza en una aventura amorosa, que poco a poco saca a Gilles de su estado de ánimo depresivo.

Una promoción en el trabajo lo llama de vuelta a la capital y, finalmente, llama a su amante a vivir con él. Sin embargo, la profundidad de Nathalie, su cultura, su intelectualidad, su entrega total a todo lo que hace, su profunda honestidad, lo amenazan en sus deseos de libertad. Una conversación y una confesión torpe a su amigo y compañero de trabajo Jean (Bernard Fresson), que Nathalie sorprende, pondrán fin de forma trágica a la relación y, tal vez, a la felicidad que Gilles no supo reconocer.

Jacques Deray, con el apoyo de actores famosos entonces, y del talento musical de Michel Legrand, fabrica un drama moderno bastante superficial. Si Claudine Auger se hizo famosa por ser la primera James Bond Girl francesa (Thunderball- 1965), su talento y su belleza se perderán un poco en otras películas de Deray ( Flic Story- 1975, Borsalino and Co - 1974) con Alain Delon. En cuanto a Marc Porel, a pesar su encanto masculino muy de los 70’s, su único papel relevante, y corto, será en Ludwig o el crepúsculo de los dioses de Visconti (1972).

La delicadeza de las observaciones de Françoise Sagan sobre los cambios casi imperceptibles que se dan en una relación, y la evolución involuntaria de los sentimientos, apuntados en focalización interna, se pierde totalmente en una narración que es una sucesión de clichés sobre la vida de los pudientes. Tanto el departamento parisino como la casa en el campo parecen salir de una revista de decoración. Ningún detalle falta: papel tapiz floreado, mesa de madera gruesa, ramos en ollas de cobre, pinturas abstractas, colores naranjas de los lugares públicos.

Tal vez sea eso lo único que queda relevante: un documental sobre una forma de vivir, de pensar, de vestirse y comportarse. La oposición entre Paris y provincia es clara, al mismo tiempo que la provincia es una prolongación y copia de Paris, que pretende ser diferente, más tradicional, con valores mas serios.

La escena de la primera cena mundana en Limoges da la esperanza de una mirada humorística, caustica sobre los hábitos: Madame no consiguió langostinos y sus invitados tienen que conformarse con foie gras….Pero, desagraciadamente, la cinta se queda en su conformismo, no  establece ninguna distancia con comportamientos estereotipados y felices de serlo.

Lástima que Deray no haya entendido las sutilezas de Sagan, como supo hacerlo Otto Preminger en Bonjour Tristesse (1958), adaptación de la primera novela de la entonces joven revelación literaria.


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