Excelente suspenso en cuarto cerrado con un
solo personaje. Todo pasa por la voz y las llamadas que recibe. Sin acción
visible, un tremendo relato se va construyendo.
Ficha IMDb
Asger Holm (Jacob Cedergren) está por pocos días en la central de
llamadas de urgencias de Copenhague norte. No está acostumbrado a ese trabajo y
a las delicadezas que debería tener al tratar con las “victimas” que le hablan.
De hecho, está más preocupado por lo que le va a pasar durante su audiencia con
el juez el día siguiente que por los problemas de sus interlocutores. Los trata
con algo de dureza: el hombre que fue robado por una prostituta en la zona roja
se lo merecía, y la chica probablemente ebria que se lastimó la rodilla al caer
de su bicicleta puede muy bien ir sola a una farmacia. En cuanto a la
periodista (Laura Bro) que quiere interrogarlo sobre el asunto del día
siguiente, la manda a volar sin delicadeza.
Pero cuando una joven mujer, Iben (Jessica Dinnage) le habla desde un
coche en marcha fingiendo hablar con su hija, su instinto policiaco, su
atención a los detalles le dicen que algo anda mal. Los eficientes medios
tecnológicos de la policía danesa le dan la posibilidad de alertar a la central
de intervención en la calle para perseguir el coche. Los datos que se despliegan
en pantalla le dan el nombre y teléfono del domicilio de la supuesta víctima,
por lo que se puede comunicar con la niña quien le da información sobre lo que
pasó inmediatamente antes del viaje. En ese momento Asger ya cambió su trato
hacia su interlocutora: habla más lentamente, más calmadamente, sabe que la
menor torpeza, la menor aceleración puede asustar y hacerle perder el contacto.
Los policías que Asger manda a acompañar a la niña de seis años, Mathilde
(Katinka Evers-Jahnsen), sola en casa con su hermanito Olivier a la habitación
de quien tiene prohibido entrar, le dan más información, horrible, pero que
parece sustentar la versión que fue construyendo: un exesposo, Michel (Johan Olsen)
quiere recuperar a sus hijos e hirió o mató al más pequeño antes de secuestrar
a la madre. Caso casi clásico de violencia doméstica, de los que vemos a diario
en las series policiacas gringas.
Mientras la policía sigue buscándola camioneta de Michel, Asger sigue
con sus investigaciones sobre los involucrados al mismo tiempo que da consejos a
Iben para que pueda escapar. Todo eso obviamente está fuera de su papel de
telefonista de emergencia, como se lo recuerda la responsable de la central
telefónica .
Pero Asger no puede renunciar a la obligación que se impone a él. Tal
vez porque, y lo descubrimos en las llamadas que hace a excolegas, como Rashid
(Omar Shargawi) a su exjefe Bo (Jacob Lohmann), que todos están en cierto punto
involucrados al caso de Asger, a la falta profesional que cometió. Gota a gota
se nos destila las informaciones: ¿que hizo? ¿cómo? ¿a quien le pidió ayuda
para salvarse? ¿que falsos testimonios suscitó?
Asger no es ningún ángel. Ha hecho algo terrible. Algo en su
conciencia le dicta que debe actuar para redimirse. Salvar a la madre, y sobre
todo salvar a la niña al mantener a su madre en vida es una forma de
reconciliarse con su conciencia, con su propia alma.
Aun cuando entiende finalmente que ha interpretado todas las
informaciones al revés, sigue ayudando a la culpable que tiene tantas
circunstancias atenuantes.
Nadie es completamente culpable, aun del crimen más atroz.
Esta trama podría hacer de El
Culpable simplemente otra cinta de suspenso de 911, como The Call con Halle Berry (Brad Anderson -
2013), o tipo suspenso telefónico como Cellular(David R. Ellis – 2004) con Kim Basinger y Chris Evans. Lo magistral en la
cinta danesa es el encierro. Asger no se mueve de su pantalla. Solo pocas
personas están alrededor de él cuando empieza su turno y sus miradas sobre él,
nuevo y solo de paso en el servicio, además de estar en un proceso judicial con
muchas interrogantes y sospechas planeando sobre él, no están precisamente
simpáticas. Al volverse más intensa y apremiante la situación, decide cambiarse
a otro cuarto, más pequeño donde está solo y aislado. Para facilitar su concentración,
baja las persianas, creando una oscuridad casi total. Toda la atención va de la
pantalla de la computadora a los teléfonos, a la lámpara roja que indica que el
telefonista está ocupado. Asger es ahora un animal enjaulado, él es el acosado,
el angustiado. El secuestrado.
La pantalla de la computadora funciona como un segundo personaje que
le estaría dando la réplica a Asger. Pero lo que enseña son solo líneas de datos:
nombres, direcciones, números de teléfonos. Las imágenes son al máximo una
ficha de expediente policiaco con una foto o un mapa con el círculo que indica
el origen de una llamada. A partir de los sonidos, se puede ver todo:
Copenhague, la camioneta, la casa de la niña, la cuna del bebe...
Si los ojos del espectador están limitados hasta pocos puntos focales,
a sus oídos al contrario se ofrecen una variedad de espacios. Todo está en la
banda sonora, que por cierto no contiene ninguna música. Los sentimientos de la
víctima, el miedo y la confianza de la niña, el suspiro aterrorizado del joven
policía que encuentra el bebe, los ruidos de la carretera, frenazos, cláxones,
voces lejanas de policías que detienen el coche equivocado, del interior de la
camioneta, la voz del secuestrador, los silencios o los mensajes de espera. Las
voces de los policías: impersonal de la despachadora, contrariado el ex
superior, molesto pero colaborador el excompañero. Un mundo se despliega ante
nuestros oídos, como lo hace ante los oídos de Asger. El momento clave, el giro
de tuerca se producen con una palabra: “serpientes” pronunciadas por Iben. A
partir de ella Asger caminará hasta la horrible verdad y sorprendentemente
adoptará una posición de compasión que contrasta con el carácter poco tolerante
que demostró al principio.
Primeros planos, efectos de luz y sombras, acentúan la angustia claustrófica
que vive el policía.
Se debe recalcar también que la historia pasa en tiempo real, sin elipsis,
lo que acentúa el carácter de urgencia. Es la urgencia de salvar a Iben, de salvar
a Mathilde, pero Asger también vive bajo una amenaza urgente. Par todo, hay que
actuar rápido, muy rápido, tomar las decisiones correctas.
La cinta juega con la noción de victima: Iben parecía víctima y Michel
victimario. No es exactamente así. Asger parece víctima de un sistema judicial
excesivo. Tal vez es en realidad culpable, no solo de homicidio, sino además de
manipulación de testimonios. Los papeles de victima y victimario se desplazan
entre los personajes, creando un mundo donde, a pesar de un espacio reducido,
todo puede ocurrir de modo sorpresivo.
Una cinta donde al no ver nada se ve todo.
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