Una joya en blanco y negro, sobre el proceso de escritura del guion de la cinta que será considerada por muchos como la mejor película de todos los tiempos: Citizen Kane.
Ficha IMDb
Encerrado en una casa en el fondo de un jardín, con su pierna enyesada y unas botellas de alcohol inaccesibles, Herman Mankiewicz, “Mank” (Gary Oldman) tiene 60 días contados para escribir el guion que le encargó Orson Welles (Tom Burke) para su próxima película. Con la ayuda de Rita Alexander (Lily Collins), secretaria inglesa capaz de tomar los dictados más rápidos, y de Fraulein Freda (Monika Gossman), enfermera judía alemana que ayudo a escapar de Alemania con toda su familia, el escritor no tiene más opción que obedecer ya que su jefe vigila de lejos, sobre todo que tienen regularmente la visita de John Houseman (Sam Troughton ), emisario que controla el avance de la tarea.
Sin embargo, la flojera y el alcoholismo pueden vencer todos los obstáculos y Mank pasa más tiempo durmiendo, soñando o recordando que escribiendo. Cuando el plazo se volverá más apremiante, cuando la cuenta regresiva se acelerará, sabrá como recuperar en pocos días lo que no se hizo en largas semanas.
David Fincher firma ahí lo que tal vez será su obra maestra. Esta vez, nada de suspenso, nada de perversiones. Una simple biografía. Pero el cuidado que aporta a la técnica, a los colores, a pesar de ser en blanco y negro, a los encuadres, los escenarios, logra crear un ambiente que es un homenaje brillante al cine de Hollywood en los años 30, cuando los grandes estudios tomaban todas las decisiones, imponían un código de moralidad y escogían proyectos, temas, directores y actores. Un sistema que permitió , sin embargo, que se expresaran los mas grandes artistas del séptimo arte.
Citizen Kane, la película superlativa, vista, analizada, explicada, citada decenas de veces desde que salió en 1941, es conocida como la obra de un solo genio, Orson Welles, quien impuso su guion, su dirección, su interpretación. Sin embargo, Fincher lo deja de lado, enseñándolo muy poco ,casi siempre escondido bajo su sombrero o simplemente bajo la forma de una voz telefónica. Esa decisión produce un doble efecto: le resta importancia para restituirla al guionista, posición reforzada por las ultimas imágenes y comentarios explicativos del final. Al mismo tiempo, proyecta la sombra casi dictatorial de un director empresario implacable, todopoderoso, dueño de la vida de su subordinado, el pobre hombre que obliga a escribirle un guion. A quien finalmente robará la gloria al adjudicarse la escritura del guion.
Gary Oldman, a quien le queda muy bien el blanco y negro, ocupa todo el espacio, todo el tiempo , sin maquillaje ni prótesis, al natural. Desde su cama, Mank impone el ritmo. El ritmo de su trabajo o falta de trabajo, de sus noches alargadas, de sus recuerdos. Las relaciones que tuvo con Louis B. Mayer (Arliss Howard), director de MGM , con el mismísimo William Randolph Hearst (Charles Dance ), imponente magnate de la prensa y su joven amante Marion Davies (Amanda Seyfried), demasiado inocente en un mondo arribista, con quien Mank logra establecer una amistad basada sobre un mismo sentimiento de no pertenecer a ese universo cínico. Ella trata de escapar con una ilusión sentimental, el prefiere el alcohol en cantidad monumentales. La actualidad política se mezcla a las maniobras de la prensa : Upton Sinclair( Bill Nye) , candidato demócrata a la gubernatura de California es presentado como comunista y su fracaso preparado cuidadosamente. El rompecabezas de los recuerdos que estructura la cinta de Fincher es un eco a la estructura de Citizen Kane . Aparentemente complicado, funciona como la libre asociación psicoanalítica. Mankiewicz escribe como ha vivido y como recuerda su vida, en desorden. Así será construida la cinta de Orson Welles, así está construida la película de Fincher, en un juego de espejos que se reflejan entre sí y a sí mismos.
Homenaje al guionista explotado y olvidado, la cinta es también un homenaje de una gran belleza al cine de los años cuarenta. Los movimientos de cámara, los ángulos, están llenos de nostalgia . Los juegos con la profundidad de campo recuerdan a veces a John Ford. El blanco y negro, suntuoso, táctil, iluminado por Erik Messerschmidt , tiene la textura de las películas en carretes.
Se trata también de un homenaje de David Fincher a su padre Jack, fallecido en 2003 quien escribió el guion en los años 90. El hijo retoma el proyecto y le insufla toda su sofisticación, su búsqueda permanente por la perfección del detalle. El resultado es una película con capas de significado, con alusiones, una película que da ganas de volverla a ver, y de volver a ver el mítico Citizen Kane.
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