Dos hermanas en una etapa difícil de su vida familiar reciben la ayuda de unas bondadosas criaturas del bosque. A la belleza del dibujo, la delicadeza de la animación y la pertinencia de la música se une un mensaje profundamente humano y sensible.
Ficha IMDb
En el Japón de 1958, Mei, de 4 años y su hermana mayor Satsuki de unos 11 llegan a vivir a una nueva casa en el campo, para estar más cerca del hospital donde su mama Yasuko trata de recuperarse de tuberculosis. El padre, Tatsuo Kusakabe, profesor de arqueología tiene que ir diario a Tokio y las deja no lejos de la anciana Nanni, Obaa-chan o de la escuela de Satsuki.
La casa, mezcla de estilo europeo con su ático, y de estilo tradicional japonés con sus mamparas deslizantes, sus tatamis y su baño colectivo, el furo, no ha sido habitada por mucho tiempo y se volvió refugio de unas bolitas negras, entre mineral y animal, que Obaa-chan llama bolitas de hollín, Susuwatari. Explica a las niñas que, en cuanto se den cuenta que los nuevos habitantes son buenas personas, dejarán la casa.
Mei, con su curiosidad alegre se dedica a explorar el jardín y el bosque vecino. El día que ve a un extraño pequeño animal, entre conejo, osito, ardilla, lo sigue y, tras pasar por un túnel vegetal, aterriza en la panza de un enorme troll dormilón, de la misma familia que el primero. Cuando explica a los demás que vio a un “totoro” , deformación infantil del nombre “totori” que significa “duende”, como los personajes de los libros que les lee su mamá, nadie la cree.
Pero unos días después, Satsuki que fue a la estación de autobús con Mei para esperar a su padre que olvidó su paraguas, se encuentra con el enorme Totoro caminando bajo la lluvia con la sola protección de una pequeña hoja de árbol. Le presta el paraguas del papá. Antes del autobús de la ciudad, llega un gatobus volador, que recoge a Totoro y se lo lleva por los aires. Totoro en agradecimiento deja a las niñas bellotas y semillas. Como estas no germinan, los Totoros llegan en medio de una noche para hacer una danza ceremonial. Al unirse las niñas, las plantas empiezan a crecer.
La vida encuentra su equilibrio en la espera de la vuelta a casa de la madre. Pero la noticia de un agravamiento de su salud acelera de repente a todos : Satsuki corre al pueblo para hablar por teléfono a su papa, acompañada por Kanta, el niño tímido, y seguida por Mei muy asustada. Esta se pierde y decide ir sola al hospital llevarle una mazorca de maíz a su mamá para ayudarla a sanar. Su desaparición pone en marcha a todos los habitantes del pueblo, sin éxito. Satsuki se decide a pedir ayudar a Totoro, quien la lleva con el gatobus a encontrar a la chiquita, y de ahí al hospital. La noticia de la enfermedad de la madre ha sido exagerada y los créditos finales nos enseñan la familia reunida en la casa, llevando una vida harmoniosa, en equilibrio con la naturaleza y los vecinos, pero sin Totoros.
La película, que puede hacer felices a espectadores de todas las edades, presenta las mismas características que todas las películas de Miyazaki, desde antes de la constitución de los Estudios Ghibli. Si fue la primera producción realmente exitosa de los estudios y permitió lanzarse a más proyectos, tomando como imagen al propio Totoro, sigue con los mismos temas y preocupaciones del artista y director.
Su estructura narrativa muy clara de cuento no presenta las etapas tradicionales, de búsqueda, de obstáculos que resolver y enemigos que vencer. No hay personaje malo. El problema es más bien la situación familiar difícil que esta viviendo la familia, con una mama enferma y alejada, situación que el propio Miyazaki vivió : su mama estuvo varios años en el hospital y él tuvo, con sus hermanos, que volverse rápidamente autónomo en la vida cotidiana, tal como lo hacen las dos niñas, sobre todo Satsuki quien protege a su hermanita, y como los hacen personajes de otras películas : Nausicaa protegiendo a los niños de su ciudad (Nausicaa del Valle del viento - 1984), Pazu en su departamento de joven minero soltero (El Castillo en el cielo - 1986 ) o Kiki, la aprendiz bruja (Kiki, entregas a domicilio - 1989) en su estancia de formación en la gran ciudad.
Ese conflicto con el exterior que tienen las niñas provoca la disputa entre ellas. Dado sobre todo a la angustia de saber su madre más enferma, cada una busca una forma de enfrentar la angustia y en su malestar pierde la paciencia que siempre han tenida la una con la otra. En el proyecto original, había una sola niña, lo que explica ciertas ilustraciones donde aparece solo una niña esperando el autobús con Totoro. Dividirla en dos permitió crear el conflicto y la separación de las hermanas, motor de toda la peripecia de la secunda parte y facilitando una nueva intervención positiva de las criaturas fantásticas.
En los dibujos, la atención a los elementos de la vida cotidiana es muy detallista : plantas, utensilios de cocina, decoración de la casa. Al punto que se construyo la casa para la Exposición Universal de Aichi en 2005. La cohabitación entre elementos realistas y elementos fantásticos no sorprende gracias al punto de vista adoptado desde el principio : la cámara se ubica casi siempre a la altura de las niñas. El mundo que vemos es el mundo que ellas ven. Si ven criaturas extrañas, nosotros también. Quien vive el proceso de adaptación a una nueva vida son ellas. Nueva casa, nueva escuela, nuevos amigos. Esta angustia y la angustia más difusa y permanente de la ausencia de la madre, con el miedo talvez de perderla para siempre, causa la necesitad de un apoyo excepcional y temporal. Las criaturas del bosque lo aportan, con sus formas redondas y peludas, sus grandes ojos y su silencio. Una vez acostumbradas a la casa, y disfrutando de ella, como en la escena del baño con el papa, las bolitas de hollín pueden desaparecer. Cuando la familia se vuelve a juntar, Mei encontrada y la mama curada, los Totoros ya no son necesarios. Fueron muletas pasajeras. Cuando las niñas han logrado pasar las etapas de maduración, pueden vivir son sólo el apoyo de seres humanos.
Esos seres humanos son profundamente buenos. Los adultos alrededor de las niñas son empáticos, pacientes, trabajan en equipo en el campo y no dudan en soltar sus actividades para dedicarse a la búsqueda de la pequeña Mei aunque la conozcan muy poco. El día que esta hizo su berrinche para estar con su hermana en la escuela, se le integra y la ponen a dibujar en medio de todos. Hasta al niño tímido y torpe se le encuentra una oportunidad de acercarse y volverse útil.
Como siempre, las referencias literarias son presentes: Totoro es un pariente lejano del conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas, en la novela de Lewis Carroll tanto como en la película de Disney; el gatobus sonríe como el gato Cheshire y el túnel que atraviesa Mei y después Satsuki, son una clara referencia al túnel al fondo del cual cae la niña.
El mundo de Miyazaki es un mundo de harmonía, de tolerancia. Se mezclan y se apoyan mutuamente criaturas de todos orígenes, tamaños y características. Se disfrutan por igual tareas manuales o intelectuales. Todos son y se sienten útiles y aceptados. Todo eso en un ambiente de formas, colores y música (del fiel compañero Joe Hisaishi) que poseen la capacidad de tranquilizar, de dar confianza en que el mundo, la naturaleza y sus habitantes pueden encontrar soluciones a sus dificultades, pueden disfrutar la convivencia.
Lejos de los mensajes simplistas, y los esquemas narrativos estrictos, Miyazaki transmite una paz que muchas veces los cuentos tradicionales no logran reinstalar después de los conflictos.
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