Spoiler Alert

Mas que una invitación a ver, o no ver, una cinta, buscamos entablar un dialogo que enriquezca la experiencia cinematográfica. Asumimos que quienes lean un artículo han visto ya la cinta: no podemos discutir sin revelar el final. Si la película te interesa pero no la has visto, mejor para ti, y para todos, que regreses después de verla. Así la discusión es más a gusto.

Thursday, November 8, 2018

Museo (Alonso Ruizpalacios, 2018) – 8/10


La historia, real, de dos tontos que realizan el atraco del siglo, pero no pueden hacer nada con su botín. Más allá del relato del robo, es la presentación de una época, de una familia y una amistad. El uso de la música es particularmente notable.

Ficha IMDb

Diciembre 1985, las familias mexicanas preparan la navidad con las ansias de cada año, y un poco más, unos meses apenas después del horrible temblor de septiembre. Dos estudiantes de veterinaria y amigos entrañables no tienen realmente un espíritu navideño. Juan Nuñez (Gael García Bernal) no se lleva muy bien con su familia, en particular con su padre (Alfredo Castro), un médico estricto, exigente, hasta intolerante. Como su abuelo acaba de fallecer, recae sobre él la responsabilidad de vestirse de Santa Claus par entregar los regalos a sus sobrinos y primos. Por su parte, Benjamín apodado Wilson (Leonardo Ortizgris) tiene que cuidar a su padre, gravemente enfermo del corazón. Ambos viven en la nueva zona periférica de México, Ciudad Satélite, diseñada por Mathias Goeritz para ser residencia de clase media, son satelucos, como dice Juan con algo de desprecio. Las calles se llaman circuitos, son circulares, contrariamente a la Ciudad de México, y llevan nombres de profesiones. menos los veterinarios.

Enterado por la televisión y su gran sacerdote del momento Jacobo Zabludovsky, que se dará mantenimiento a los conductos de aire del Museo de antropología y historia, Juan decide adelantar su proyecto y, después de asistir a la cena familiar y sus discusiones, después de enseñar al sobrinito donde están los regalos, se reúne con Wilson, aun si este hubiera preferido pasar la Noche Buena con su papá.

El robo se desarrolla en medio de las amplias salas y de un profundo silencio, con un profesionalismo impecable. Las piezas robadas son pequeñas y caben perfectamente en mochilas que los dos jóvenes se llevan en los túneles del aire.

A la mañana siguiente, la noticia es el titular. Alrededor del recalentado, toda la familia está escandalizada. El padre no tiene palabras bastante fuertes para los incapaces, traidores a la patria que merecen ser azotados en público.

Ahora hace falta vender la mercancía. Juan, cabeza pensante, tiene un contacto en Palenque, Bosco (Bernardo Velasco). De ahí llegan a Acapulco con un coleccionista inglés, el señor Graves (Simon Russell Beale). Pero este se niega a comprar estas piezas demasiado valiosas y que, además, no podrían cruzar las fronteras. La última solución podría ser un cierto Jesús Serrano dueño de un antro. Ahí Juan se encuentra con la nueva dueña, Sherezada (Leticia Brédice) con quien pasará una noche loca en la playa. mientras Wilson, que quería volver a México para asistir a su padre en sus últimos momentos, acabó en la Quebrada para ver los clavadistas, sueño de su niñez.

Todo está perdido: las piezas son invendibles, el padre de Wilson está muerto. Solo les queda volver a la ciudad, confesar la verdad y devolver las obras de arte.

La narración se desarrolla según una organización perfecta, como lo fue la planeación del robo. La primera parte corresponde al día de navidad en familia. Una cámara muy móvil se desplaza de un miembro a otro de la familia, sigue las conversaciones, los comentarios, los pequeños desajustes, los chismes. Hay luz, colores, ruido, naturalidad.

La segunda parte es casi religiosa. En la noche y los vastos espacios del museo (reconstituido en los estudios Churubusco) dos pequeñas siluetas actúan con una precisión científica, resultado de semanas de ensayos, que no se muestran en la cinta. Es el suspenso de cualquier película de atraco, pero con una dimensión de respeto, no solo de precaución. El juego de los enfoques, el silencio, los encuadres, los reflejos confiere a esta parte una dimensión casi meditativa. Parece que no roben las piezas para venderlas, sino que las toman por admiración. Este parte es acompañada, como los créditos, por la magnífica música de Silvestre Revueltas para La Noche de los Mayas (Chano Urueta - 1939,con Arturo de Córdova e Isabel Corona y fotografía de Gabriel Figueroa) que resalta la majestuosidad del momento.

Después de un roadmovie de México à Acapulco pasando por Palenque, o sea muchos kilómetros, llevando a los dos cómplices de las ilusiones de riqueza a la toma de conciencia de su estúpido fracaso, la vuelta se cierra en un regreso al punto de partida. Primero Ciudad Satélite y los padres furiosos y consternados; luego el retorno de las obras a su museo. Si Winston deja sus mochilas anónimas en el guardarropa, Juan tiene que poner personalmente la máscara de Pakal, como acariciándola para despedirse después del breve momento de vida que compartieron. Obviamente, este último gesto de amor llama la atención de los guardias. El final casi nos provoca empatía y conmiseración hacia el joven solo en el gran vestíbulo, en medio de guardias dispuestos a disparar.

 Juan es un héroe fracasado, destinado a un triste final. Desde el principio, se ve que no tiene lugar, en la familia, en la universidad, en la ciudad, en la sociedad. Es un solitario acompañado por un amigo fiel, devoto, él que cuenta sus aventuras, que lo admira y se somete. En este papel, Leonardo Ortizgris se lleva toda la admiración por su excelente interpretación.

 La cinta es la descripción de una sociedad y una ciudad en un momento particular. No solo se trata de 1985, de los meses inmediatamente posteriores al temblor que derribó tantos edificios y afectó a tantas familias, se trata también de una sociedad inconsciente del valor de lo que tiene. El robo escandalizó a todos los mexicanos porque cada uno sintió que le robaban algo suyo, así como el penacho de Moctezuma está en un museo en Viena. Sin embargo, en ese momento, el Museo de antropología no tenía un inventario de sus piezas, no había alarmas, no había cámaras de vigilancia. Los guardias debían recorrer kilómetros de salas y, en la noche de Navidad, se juntaron para pasar una feliz velada de comida, tragos y bromas.

Frente a eso, Juan, a pesar de todos sus faltas y deseos de enriquecerse, parece tener un profundo respeto para la herencia maya, o meso americana, como le explica con altura a este viejo inglés, a quien además no quiere vender las piezas por ser extranjero. Su proyecto de robar algo tan llamativo y tan preciado se entiende como una rebelión contra una sociedad que no le deja la posibilidad de ser reconocido, de ser un héroe de la vida cotidiana.

Ese amor y respeto a la herencia se percibe claramente en los créditos de principio, extremadamente sencillos, con simples fotografías de las piezas, acompañados de La noche de los mayas. Como en la música de Revueltas, pasa el amor respetuoso a las raíces. En las dos primeras etapas de la película, se percibe algo mágico, una emoción autentica al contacto con la cultura mexicana.

Sin embargo, la contradicción se percibe en la indecencia de inhalar cocaína usando una de las piezas robadas. Esta incoherencia con el respeto, casi culto a la herencia precolombina, culto a lo que pertenece a la cultura de un pueblo entero, se había anunciado al principio con el traslado, en realidad robo, del monolito de Tláloc, llevado de su pueblo de origen Coatlinchan hasta la entrada del Museo, sin pedirles su opinión a los habitantes. Se robó al pueblo para construir el orgullo del pueblo. Los limites de la honestidad se vuelven muy confusos y se puede entender que unos jóvenes desubicados no sepan bien a bien hasta donde puedan apropiarse algo que, según dice la voz oficial, les pertenece.

Las fotos sucesivas del robo, las fotos de las vitrinas y soportes vacíos dan una idea de la eficiencia de los ladrones, al mismo tiempo que parecen incluir la cinta en un marco documental, como lo hacen las imágenes de época, de la construcción del Museo, del temblor, del traslado de Tláloc, de los noticieros de Zabludovsky. Sin embargo, no hay que olvidar que Ruizpalacios adapta el hecho real. Carlos Perches Treviño y Ramón Sardina tardaron meses en planificar su delito, tuvieron cómplices y no acabaron como se cuenta en la cinta. Una intención personal guía al director, así como sus propias referencias. Es ahí donde se puede tal vez lamentar la poca originalidad de su segunda parte, muy parecida a varias películas del nuevo cine mexicano, por ejemplo Y tu mamá también (2001) de Alfonso Cuarón.



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