Si la novela prestaba a muchas objeciones,
la cinta, fiel al texto, merece las mismas criticas ya que es bastante fiel. No
presenta ninguna originalidad en su forma o sus interpretaciones.
Ficha IMDb
Mientras el
profesor Robert Langdon (Tom Hanks) dicta una conferencia en Paris sobre su especialidad, los símbolos, es llamado de
urgencia al museo del Louvre, por el capitán de policía Bezu Faché (Jean Reno) : el conservador Jacques Saunière (Jean-Pierre
Marielle) ha sido asesinado y su
cuerpo esta en una posición muy extraña:
desnudo, con un pentagrama en el pecho, y en la pose del Hombre de Vitruvio de
Leonardo da Vinci. Rápidamente llega al
lugar la sobrina de Saunière, la criptóloga Sophie Neveu (Audrey Tautou).
Durante este principio de investigación policiaca, en la iglesia de Saint
Sulpice, también en Paris, Silas (Paul Bettany), extraño monje poseído del
delirio de culpa, comete su segundo asesinato, bajo las ordenes del obispo Manuel
Aringarosa (Alfred Molina) antes de administrarse latigazos en la mejor tradición
medieval.
La cinta sigue al
pie de la letra las etapas de la novela, con sus sucesivas vueltas de tuerca que
complican la comprensión, y sus incoherencias: ¿como puede un moribundo
recorrer salas del Louvre para dejar pistas escritas con su sangre? Del Louvre
a un misterioso castillo en el campo, de Londres a una capilla perdida, nos
lleva a personajes que parecen todos malos, o al menos con proyectos
siniestros. Cambian de bando en todo momento y nunca se sabe en quien se puede confiar.
Unos flashbacks
sobre los recuerdos de Sophie Neveu y las enseñanzas disimuladas de su abuelo,
o sobre la Biblia para explicitar de que se esta hablando, pretenden clarificar
para el espectador cuestiones de religión y de historia. Los colores azulados glaciares
y los efectos temblorosos se ven repetitivos y falsos. La novela utilizaba
lugares y personajes famosos para volver verosímiles sus invenciones. La cinta
sigue esta misma pista, en un sistema de acertijo/solución que se repite varias
veces y llega a cansar.
Ron Howard no tiene
ninguna sutileza, aplica la receta Dan Brown sin cambiarle nada, insiste sobre
el nacimiento de un idilio entre el profesor Langdon y la joven Sophie, a base
de enseñanza y revelaciones, como si una criptóloga pudiera ser tan ignorante.
Le agrega una música efectista que subraya los momentos “de emoción”.
No existe ningún intento
de valorizar los espacios, míticos como puede ser en Louvre, en un ángulo o encuadre
original, una perspectiva, una luz, que se trabaje un poco.
Loa actores no
hacen nada, aparte de fruncir el ceño, abrir la boca en forma de sorpresa, o
manifestar algo de compasión mutua. Sus diálogos son de una deplorable pobreza.
Ni siquiera es necesario
mencionar los errores, esperemos que voluntarios, de Dan Brown en relación con
el Grial, a María Magdalena, con el Priorato de Sion, con Leonardo Da Vinci. Esos son
errores del libro y la cinta tiene la única responsabilidad de repetirlos.
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