En el Berlín vencido de 1945, una intriga política se mezcla con una
historia de amor triste, en un homenaje a las grandes películas de esta época,
con una magnifica imagen en blanco y negro, en una adaptación de una novela de Joseph Kanon.
El corresponsal de guerra del
ejercito de los EE. UU. Jake Geismar (George Clooney) llega a Berlín en julio
de 1945 para asistir a la Conferencia de Paz de Potsdam que decidirá de la repartición
de poder y de territorios entre los aliados. A su llegada le afectan un chofer,
Patrick Tully (Tobey Maguire) que lo acompañará a todas partes. Este está
involucrado en una relación sexual y tal ves amorosa, y con dinero de por medio
con Lena Brandt (Cate Blanchett).
Tully le promete a Lena sacarla de Berlín
gracias a sus contactos en el mercado negro. Pero Jake reconoce en Lena la que
fue su asistente durante una estancia previa en Berlin. Ademas de las practicas
turbias de Tully, Geismar se entera que el exesposo de Lena es objeto de una
activa búsqueda por parte del ejercito ruso y del americano. Mientras Tully hace
muchas preguntas a todos, aparece finalmente muerto en un rio en Potsdam, zona
rusa, con mucho dinero en sus bolsillos.
Como buen periodista, y sorprendido
que nadie se preocupe de esta extraña muerte, Geismar hace su propia
investigación, pasando de los servicios oficiales americanos dirigidos por coronel
Muller (Beau Bridges), quien le aconseja discreción, a la administración rusa
con el general Sikorsky (Ravil Isyanov), volviendo a los archivos alemanes cuyo
acceso le facilita el abogado militar americano Bernie Teitel (Leland Orser)
quien esta armando los expedientes para el juicio de Nuremberg. La clave está
en los secretos de Lena, secretos sobre sus acciones durante la guerra y la persecución
de los judíos, sobre su relación con el esposo que pretende muerto y el valor militar y científico que este
representa para las potencias que van pronto a oponerse en la Guerra Fría.
En un blanco y negro magnifico, a
veces agresivo, a veces sutil, al cual se mezclan imágenes de época, se nos
ofrece un Berlín destrozado, con rincones miserables, lugar para todos los
negocios turbios, las relaciones escondidas por inconfesables. Una inmensa
prisión de la que no pueden salir los habitantes, considerados todos por los
nuevos ocupantes como presuntos culpables, presuntos nazis. Pero, al mismo
tiempo, es un territorio abierto, donde los diferentes sectores son permeables,
facilitando las actividades dudosas del mercado negro.
Los oficiales, sean militares,
funcionarios o periodistas, pueden desplazarse, como en El tercer hombre de Carol Reed (1949) cinta a la cual Intriga en Berlín (titulo en español)
rinde un claro homenaje. La situación económica y administrativa de Berlín era
exactamente la misma que la de Viena. Como en El tercer hombre, el personaje principal, motivo de todas las
acciones y relaciones es un hombre invisible. En las dos cintas, una mujer
misteriosa es el puente entre el desaparecido y él que lleva la investigación.
Una voz off cambia de personaje y
expresa en primera persona el sentir de extrañeza en esta ciudad sin sentido. O,
mejor dicho, cuyo único sentido es el sufrimiento. Cada personaje lleva consigo
una carga de mentiras, de dudas. Nadie siente lo que aparenta. Pero la
necesidad del momento los obliga a manipular, a escapar, porque es la única solución
en estas circunstancias.
El final de la cinta hace explícitamente
referencia a Casablanca (Michael
Curtiz -1942): mismo avión dispuesto a despegar hacia la libertad, misma
pareja desolada, mismos amplio sombrero femenino y gabardina masculina. Y una
confesión abominable que destruye el amor del hombre.
Una historia de traición, de
mentiras, de hipocresía donde cada uno busca su propio interés, por los medios
que sean, a nivel de estado o de individuo. La intriga personal es el reflejo
de la intriga política que se lleva en Potsdam con los jefes de estado posando como
amigos para las fotos oficiales, mientras se prepara silenciosamente en las
oficinas el juicio de Nuremberg. Y la Guerra Fría.
Se trata explícitamente del retrato
de una deshumanización, una degradación, una perdida de moral e ideales, hecha
en una estética preciosista, clásica en sus referencias. La cinta de Curtiz
como la de Reed fueron hechas casi en tiempo real. La de Soderbergh, sesenta
años después, vuelve a encontrar esa urgencia de supervivencia, en los
comportamientos y los diálogos, realzados por luces y encuadres. La intriga en
si no sirve para mantener un suspenso policiaco, sino par desvestir poco a poco
las hipocresías necesarias. No se sabe ya que crímenes son más graves haber colaborado
con el régimen nazi, aceptar colaborar con el régimen occidental o el
comunista, prostituirse, denunciar, negociar cualquier cosa o persona en el mercado
negro…
La música muy dramática de Thomas
Newman acentúa el clima de angustia general, de los personajes y de la ciudad.
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