Una vez más Haneke nos ofrece una reflexión sobre la fuerza de los lazos entre los seres humanos, sean de bondad o maldad. Esta vez es la fuerza del amor en una pareja. La fuerza de la resistencia, como una testarudez sublime, que los lleva a recorrer juntos los últimos pasos de su vida. Algo que puede hacernos creer que la noción de pareja y matrimonio sí tiene sentido. Con los maravillosos Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, viejos, arrugados, pero cuya luz en los ojos y cuyas voces siguen iguales que siempre.
Ficha IMDb
Haneke nos obliga a ver lo que no queremos ver. Es como una pesada mano sobre la nuca, que nos mantiene y nos impide desviar la mirada. El espectáculo de la crueldad, en Funny Games (2007), en Das weisse Band (2009), el juego sado masoquista en La pianiste (2001).
Pero, al mismo tiempo, Haneke puede hacerse muy discreto. Así empieza Amour : una sala de teatro, vista desde el escenario, con una cámara inmóvil. Desde este instante, Haneke no da la señal de que va a ser el estilo de su película: tomas largas, abiertas, que establecen una distancia respetuosa al mismo tiempo que insistente. Estamos viendo al público durante unos minutos antes de que empiece un espectáculo. Como llegan y se instalan en su butacas. Pero están ahí: si uno conoce a Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, los puede identificar en sus butacas de la cuarta o quinta fila, a la izquierda. Si no, no ve nada. Ellos están ahí, como cualquier espectador. ¿Será su historia la de cualquier pareja?
Así parece en las escenas siguientes: Georges (Jean-Louis Trintignant) y Anne (Emmanuelle Riva , la de Hiroshima, mon amour , Resnais - 1959) vuelven a su departamento y encuentran la puerta con la chapa forzada. Al día siguiente toman su desayuno juntos en la cocina. Él le cuenta a ella una anécdota de su juventud. Ella se sorprende porque no la conocía. Y él tiene esta frase maravillosa: "Aun tengo muchas cosas que contarte". Tienen más de ochenta años. Están jubilados. Pasaron y están pasando toda su vida juntos y todavía tienen cosas que decirse y que hacer juntos.
Pero esta vida feliz se va a detener porque Anne va a tener una carótida obstruida. Queda paralizada del lado izquierdo. Georges la cuida, la alimenta, la pasea, la ayuda a bañarse, A todo.
Pero un segundo ataque se va a producir. Y Anne se reduce a un ser vegetativo, asustado y enojado. Haneke no enseña los dos accidentes. No cae en la trampa del drama, del efectismo. Muestra la vida de todos los días. Planos largos, llenos de serenidad. Porque el amor que une a estos dos da la seguridad de que nada puede pasar. Van a seguir juntos hasta el final. El va a seguir cuidando de ella. No hay necesidad de pensar en hospital, en ir a ninguna parte, en pedir ayuda. Los de afuera no pueden entender, no pueden entrar a esta unión. Cuando Georges y Anne se tengan que ir, se irán juntos. Saldrán del departamento juntos hacia una mejor vida, donde estarán felices, escuchando música y él le seguirá contando estas anécdotas de su niñez que ella todavía no conocía y con las cuales solo él sabe calmar el dolor físico, al acariciarle la mano.
Los visitantes están de más, sea el concierge (Ramon Aguirre) y su esposa ( Rita Blanco), que ayudan como pueden, subiendo las bolsas de las compras, o ayudando con la limpieza, sea el joven pianista Alexandre ( Alexandre Tharaud ) del concierto del principio y que fue alumno de Anne . O la hija Eva (Isabelle Huppert) cada vez que viene a ver a sus padres, a tratar de proponer algo, sugerir alguna nueva disposición para facilitarles la vida. Porque no hay espacio para nadie en esta simbiosis de dos, unidos desde hace tanto tiempo y para la eternidad.
La cámara recorre el departamento, sin nunca salir. A veces solamente una mirada por la ventana, o salir a la escalera pero en una pesadilla de edificio en ruinas e inundado. Cocina, baño, recamara, sala, entrada, en la cual a veces se aventura una paloma asustada.
Al final, cuando todo se ha acabado, cuando la hija se encuentra sola en el departamento, la cámara recorre, como abriendo el espacio, esos cuartos de puertas abiertas, estos cuartos donde permanecen los libreros llenos, las lámparas, los sillones, pero sin sentido. ¿Qué sentido pueden tener los objetos cuando sus dueños han dejado el lugar? Están vacios de significado y de utilidad.
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