Otra película de cocina. Con mezcla de inmigración, adaptación y tolerancia. Una pizca de provincia francesa. Pero parece que ver platillos le da alegría al corazón. Y hay que admitir que la presencia de buenas actores ayuda.
Receta IMDb
Una familia de la India, después de ver su restaurante destruido en un ataque de intolerancia racial-religiosa, en el cual muere la madre (Juhi Chawla), se instala en Inglaterra. Pero el mal clima los empuja al continente europeo. El azar y una falla mecánica los obligan a quedarse en un pueblo del sur de Francia, Saint Antonin. (¡Otra vez el cliché de que el sur de Francia es el paraíso!) .
Un restaurante abandonado, bastante dinero para comprarlo y renovarlo, y la familia Kadam se lanza a una nueva aventura gastronómico-comercial. El problema es que, del otro lado de la calle, justo en frente de "Maison Mumbai", se encuentra el tradicional y muy afamado restaurante Le Saule Pleureur de Madame Mallory (Helen Mirren), buscando con esmero su segunda estrella Michelin, y atendiendo una clientela distinguida.
Con eso se dispara un duelo entre los dueños, el patriarca Papa Kadam (Om Puri ) y la mujer soltera, él que reina con cariño firme y la que domina con clase y puño de hierro. En paralelo se juega la relación entre los jóvenes, el hijo Hassan (Manish Dayal) y la aprendiz de chef del Saule Pleureur, Marguerite (Charlotte Le Bon).
No hay nada muy original en esta historia. Sigue las pautas de cualquier comedia: la instalación con los problemas, las trampas mutuales, el reconocimiento del talento del otro, la tregua. Obviamente viene el tiempo de alejamiento: después de pelear con Marguerite, Hassan va a Paris a perfeccionar su formación, y se hunde en la cocina molecular, provocando el desconcierto paternal.Lo que no impide un acercamiento entre los dos miembros de la generación madura. Hasta la reconciliación final, de generaciones, estilos de cocina y nacionalidades.
Los platillos son bonitos. Los actores tienen talento y empatía. El alcalde de Saint Antonin (Michel Blanc) desborda carisma y glotonería. La presencia de Helen Mirren, si bien se aprecia, no deja de provocar cierto desajuste: habla con su equipo en ingles para que todos entiendan, cuando se supone que estamos en un pueblito perdido en el fondo de Francia, donde la xenofobia hace pintar sobre los muros: “Francia a los franceses”.
Es una cinta tierna, divertida y bonita, tal vez un poco larga. Claro, recuerda a Chocolat (2000) , del mismo director, con el mismo pueblo provinciano del sur, y un talento culinario exótico , rechazado por la tradición lugareña.
Pero, de verdad, ¿es la cocina la única actividad humana que puede inspirar “feelgood movies”? Esperamos con impaciencia cintas sobre jardinería, tejido, bordado, o demás artes manuales.
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