Si Julian Moore es magnífica, la fotografía hermosa, y el casting muy digno, la película no deja de ser un bonito objeto. Demasiada elegante, demasiado literaria, demasiado artística. Le falta vida y sobre todo tripas. Es demasiado limpia.
Ficha IMDb
A la hermosa, elegante, culta y todavía joven Alice Howland (Julian Moore) se le va acercando poco a poco Alzheimer. Tiene cincuenta años, un puesto de profesora de lingüística en Columbia University en New York. Su esposo John (Alec Baldwin) es un médico famoso. Su hijo Tom (Hunter Parrish) y sus dos hijas llevan una vida independiente, aun si Alice hubiese preferido algo más académico para la más joven, Lydia (Kristen Stewart) Alice se interesa en la adquisición del lenguaje. ¿Cómo, sin ningún esfuerzo, podemos en el transcurso de pocos años adquirir un idioma materno, con todo y vocabulario, reglas de gramática y conjugaciones?
Lo que estudia es lo que va a empezar a perder. Son sus primeros síntomas, a los cuales se va a agregar la pérdida del sentido de orientación: en medio del campus de su propia universidad, de pronto no sabe dónde está.
Con mucho valor emprende el camino del diagnóstico, como mujer inteligente, universitaria que quiere entender y se ve a sí misma más bien como objeto de estudio. Como su hija Anna (Kate Bosworth) emprende el camino de la fertilización artificial. Porque son gente que cree en la medicina, sus diagnósticos y curas. Son intelectuales que se plantean el problema de forma intelectual: saber, comprender, analizar, actuar. La pareja informa a sus hijos en forma civilizada, controlada, casi fría, les presentan los riesgos que corren por las características de un padecimiento de origen genético. Alice dispone estrategias para anticipar el progreso de la enfermedad: jugar scrabble, pegar listas de palabras en la cocina para recordar, preparar su suicidio. En todo se ponen distancias, como pone distancias una puesta en escena que maneja bonitas imágenes, limpias, bien compuestas, con colores harmoniosos.
La cámara sabe captar muy bien los momentos de desorientación, con un cambio de foco, logrando transmitir la perdida de referencias y el aislamiento de Alice en medio de un mundo que se vuelve impreciso, sin nitidez o contornos. Julián Moore sabe interpretar finamente las incertitudes de expresiones, en la cara o los ojos, las pequeñas torpezas, vacilaciones de un cuerpo que olvida.
Muchas imágenes de recuerdos de Alice con su madre y su hermana, ambas fallecidas cuando tenía 18 años, sirven para llevarnos a los recuerdos lejanos que van reemplazando los recuerdos cercanos, uno de los síntomas de la enfermedad de Alzheimer.
La progresión de la enfermedad va por saltos, cuidando de edulcorar los síntomas. Julián Moore, aún al final, descuidada, mal vestida, despeinada, arrastrando los pies, sigue siendo una persona, aunque sea débil y se vea vieja. La escena del intento de suicidio es poco verosímil, por el tiempo que necesita para desarrollarse y la brevedad de la memoria que se supone tiene el personaje en esta etapa. Como es sorprendente que Alice siempre reconozca a sus hijos y su esposo.
Es cierto que muchos detalles están muy bien observados: la repetición de las mismas preguntas con la misma entonación, la falta de energía en la mañana y la necesidad de ayuda para vestirse, la mirada vacía, la desorientación en la propia casa.Pero ninguno es realmente agresivo o perturbador para el entorno o para el espectador. Las etapas de agresiones verbales y físicas, de depresión, de pérdida de control físico están cuidadosamente evitadas. O la cinta acaba antes de que se presenten.
La angustia vivida por Alice se expresa muy bien por sus propias palabras, en un discurso ciertamente conmovedor, escrito por ella misma, que lee enfrente de un reducido público, con voz sin tono, y resaltando con amarillo lo que, acaba de leer para no repetirlo. Es decir con estrategias muy pensadas. La película renuncia a mostrarnos, desde adentro lo que realmente siente, el vacío que va ganando, borrando progresivamente el contenido del cerebro.
Los intercambios con la más joven de sus hijas, la más alejada en cuestión de forma de vida parecen un poco falsos, como un intento del director para salvar a su personaje de la aniquilación social. Más artista, menos organizada, pero más cerca de sus emociones, Lydia es también la que vive en medio de y por las palabras, como su madre. Los demás, esposo, hija mayor, siguen con su vida, tratando integrar la enfermedad maternal a sus proyectos de vida, y temiendo que los vaya a entorpecer.
Se acaba con un a disolvencia al blanco, como la mente que se vacía.
Demasiado edulcorada, aseptizada. Nada destructora ni perturbadora. Conmovedora, es cierto, pero le falta mucho para ser desgarradora como lo es la enfermedad. Demasiada dignidad y elegancia. Mucho más impresionante fue Iris (Richard Eyre - 2001) con Judi Dench y Kate Winslet .
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