No se sabe muy bien quién es el más estúpido en esta historia, el director, los actores, los personajes o el espectador. Porque uno, aunque protestando, se queda a verla hasta el final, talvez esperando que mejore.
Ficha IMDb
Venezuela, una hermosa francesa en una fiesta multitudinaria. Su belleza clásica, fría, rubia su calma y silencio, contrastan con la efusión, el ruido, el desorden de los asistentes. Nelly (Catherine Deneuve, 32 años cuando se filmó) se casa con Vittorio (Luigi Vannucchi), hijo, nieto y más de una familia de italianos instalada en Venezuela desde siglos. O sea, con doble herencia latina.
En la noche, tal vez excedida por tantos besos familiares, tanta admiración efusiva, tanto deseo disimulado, o tal vez por capricho, decide huir. En el hotel, después de enredarse en la puerta giratoria, se topa con Martin (Yves Montand) guapo a pesar de su barba descuidada.
A partir de ahí, la cinta se la va a pasar en correr, gritar y pelear. Nelly busca a Alex (Tony Roberts) para que le pague su salario de meses atrás, le roba un Toulouse-Lautrec a cambio. Alex y Vittoria se unen para perseguir a Nelly, quien le pide ayuda a Martin, quien trata de ponerla en un avión de vuelta a Paris. Pero los aduaneros la persiguen por la pintura robada. Acaba por llegar a la isla de Martin antes que él. Pero Martín está vigilado por una extraña señora, Miss Mark (Bobo Lewis) , quien, lo sabremos después es mandada por su ex esposa, Jessie Coutances (Dana Wunter) dueña de una de las más grandes empresas gringas.
La cinta imita fielmente a las comedias americanas donde un hombre y una mujer, totalmente opuestos en un principio, acaban enamorados. Utiliza los clichés de la pesada, tonta, bonita, testaruda. La mujer-niña en su esplendor. La que los hombres odian pero adoran por su infantilismo. Además de ser muy bonita, y rubia y con ojos azules.
Él es el ejemplo del artista (es la “nariz” de una empresa de perfumes) independiente, que lo sabe hacer todo, se basta a sí mismo. Es un misántropo, un oso, dispuesto a ayudar siempre que eso no comprometa su equilibrio solitario. Mantiene el mínimo útil de relaciones con la tierra firme. Su isla paradisiaca es el símbolo de su personalidad. Al punto que puede tolerar a la mujer en un rincón apartado, mientras ella no interfiere. Es tan imbuido en sí mismo que no se ha dado cuenta que todo es demasiado fácil. Y que alguien debe de estar atrás de esta facilidad.
La cinta retoma el mito de Robinson Crusoe: un hombre puede sólo reconstruir la civilización: tiene su hortaliza, sus gallinas, sabe cocinar, reparar motores, construir un barco con técnicas locales. Se agrega algo de una lección de honor: mejor la prisión que la obediencia al capitalismo
Parece que el director piensa que más peleas, más gritos significan más risas del público.
Final feliz obligatorio: reencuentro y beso en una obra arqueológica.
Sensualidad de Deneuve. Simpatía malhumorada de Montand.
¡Que despilfarro de talento!
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