Dos grandes actrices en dos personajes
opuestos nos ofrecen una cinta de primera calidad, sobre situaciones de la vida
cotidiana pero conectadas con la realidad profunda de dos experiencias de vida.
Una lección de actuación al mismo tiempo que una lección de vida. Uno sale de
ahí feliz, un poco más sabio, con una gran tranquilidad del alma.
Ficha IMDb
En una pequeña
ciudad de los suburbios de Paris, a la orilla del Sena, una mujer lleva su vida
ordenada de partera. Vive con su hijo único, Simon
(Quentin Dolmaire) estudiante de medicina.
Trabaja en una maternidad, una de esas clínicas a la antigua, donde mujeres
atienden a mujeres, siguiendo la antigua sabiduría que ha ayudado a nacer generaciones
de niños. Pero la vida cambia y la medicina se transforma lentamente en un
negocio y los hospitales en grandes estructuras manejadas como empresas que buscan
ser económicamente eficientes. A Claire (Catherine Frot) como a sus colegas le proponen
integrarse a esa moderna forma de trabajar.
Claire tiene un
medio sencillo para escaparse de las preocupaciones: su huerta. Como mucha
gente de la zona de Paris, que vive en departamentos, tiene una pequeña
superficie, no lejos de las vías del tren, junto al Sena. Su vecino de huerta, Paul
(Olivier Gourmet) le ofrece un día plantas de papa. Empiezan a hablar. Él es
conductor de tráiler, hace grandes viajes en esa nueva Europa sin fronteras,
que le permiten traer productos exóticos, y sobre todo sentirse libre. Pero
siempre vuelve a su huerta, como Ulises o Jason en el poema de Du Bellay.
Un día, Claire
encuentra en la contestadora un mensaje que destruye su equilibrio. Pero acude
a la cita. Descubrimos sin explicaciones una mujer más anciana, en el fondo de
departamento rico y desordenado. Maquillada, peinada, con ropa interior
demasiado lujosa, A pesar de su oposición, Béatrice (Catherine Deneuve) jala a
Claire a seguirla, a bajar a la calle, a comer y beber juntas. Literalmente
saca a la mujer ordenada de su rutina. Pero cada una tienen una revelación para
la otra: el examante de Béatrice y padre de Claire, campeón de natación, se
suicidó después de que su amante lo abandonara. Por eso Claire tiene tanto
resentimiento contra la que les dio la ilusión de una vida familiar pero no
supo quedarse y que además provocó la muerte de su padre. La que finalmente
hizo de la joven una mujer eficiente, prudente, una mujer que sabe que puede contar
solo con ella misma. La noticia de Béatrice, la revelará después : tiene cáncer
del cerebro y debe someterse a una operación que la llena de pavor.
Al filo de los días,
las mujeres se van a pelear, juzgar, criticar, reprochar. Pero poco a poco, van
a resurgir lo que las unió. Claire se abre a una aceptación de los demás, de su
hijo y sus nuevas decisiones de vida, profesional y personal, de Paul y una
posible relación amorosa, de las mujeres que vienen a dar a luz, de, tal vez,
una nueva forma de trabajar. Con Béatrice, vuelve a hojear los álbumes, a ver
las diapositivas de su niñez, donde su padre se parece extrañamente a su hijo.
Las edades, los tiempos se unen, se explican.
Vida y muerte,
pasado y presente, generaciones, se comunican. La música y la comida son un
puente. Cantar juntos es una forma de acercarse y de apartar por unos instantes
las amenazas, las frustraciones.
En esta cinta, a
pesar de la exuberancia de Béatrice, todo es sencillo, normal, sobrio. Es la
vida en su naturalidad. Pero todo suena tan justo, tan real.
Si
Claire es el centro de la constelación, el punto de encuentro entre los personajes,
entre los tiempos, es porque ella lleva la sabiduría. La palabra francesa “sage-femme”,
que significa “partera” lleva esta connotación. Porque las parteras siempre han
sido portadoras de un conocimiento ancestral, de habilidad, de atención, de
paciencia, para ligar con este momento tan delicado del nacimiento, del acceso
a la vida. Claire ha construido pacientemente esta experiencia. Pero su desconfianza
hacia los demás la ha llevado a un cierto retraimiento. Vive en margen de la
vida. En cambio, Béatrice vivió con pasión, se fue, volvió, juega, come demasiada
grasa, toma demasiado alcohol, fuma. No hay lugar para la prudencia en su vida.
De
todas estas perturbaciones emana una paz extraña. La huerta a la orilla del Sena,
de donde se ve la vía del tren y la autopista, vías de libertad posible, es un paraíso,
un jardín a la vez domesticado y salvaje, que da flores, verduras y frutas, que
hay que disfrutar inmediatamente, porque son frágiles y se van a marchitar. Pero,
mientras, ¡cuanto gusto pueden dar !
Es
una cinta sobre la felicidad: de ver, de tocar, de comer, de cantar, de
recordar. Nos dice que hay ternura en la vida, accesible, cercana. Solo se
necesita saber cuáles son nuestros apoyos, a quienes, y que amamos, y quienes
nos aman.
Modesta
en apariencia, aunque con unas actrices de todo lujo, brillantes y naturales, la
cinta de Martin Provost,
con la música de Grégoire Hetzel, es un regalo de delicadeza, como un amuleto
para llevar consigo y darnos cuenta de la riqueza de nuestras vidas.
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