Cinta
que ha provocado mucha polémica, por varios de los temas a los que alude. Recreación
de la vida mexicana de los años setenta, con muchísimo cuidado, sensibilidad. De
una belleza que casi se puede tocar. Una verdadera obra de arte.
Ficha IMDb
En 1970-71, México apenas se reponía de 1968, año de
muerte y de gloria. Gloria de los extraordinarios Juegos Olímpicos, con sus records,
su modernidad y sus maravillas arquitectónicas; muerte con el movimiento estudiantil
y su abominable represión. En 1970, siguen las protestas, sigue el autoritarismo
del gobierno, pero sigue creciendo el bienestar económico. Las familias acomodadas
viven en la Colonia Roma y en Polanco, siendo Roma menos ostentosa.
El salario de un médico permite vivir muy bien a una familia
con cuatro hijos, una esposa que no trabaja afuera, y generalmente un abuelo o
abuela que, al perder a su conyugue, no se queda a vivir solo y se une a la
vida de uno de sus hijos. Esta familia, que hoy se considera como casi numerosa,
vive en una casa y puede pagar sin problemas a dos sirvientas de planta y un chofer o jardinero, si la
casa tiene jardín. Lo que en Europa o Estados Unidos parece lujo de familias ricas,
no lo es en México porque no se le paga mucho a la gente de servicio. Las muchachas llegan muy jóvenes, a veces de
menos de 15 años, desde su pueblo de provincia. Viven en el cuartito de la
azotea, trabajan de sol a sol, y más, comen cuando les da tiempo, hacen
absolutamente todo, descansan el domingo si tienen suerte, si la familia no
tiene algún compromiso para el cual su ayuda sea requerida.
Así pasa en la familia que nos presenta Cuarón, como así
pasó en su propia familia, como en todas las familias. La sirvienta hace en
realidad el trabajo múltiple que se espera de una esposa y madre dedicada al hogar.
Por cierto, la presencia de las sirvientas es seguramente un motivo por el cual
la condición femenina no ha avanzado mucho en este país. Al no tener que asumir
una doble jornada de trabajo, las mujeres no se van visto obligadas a exigir algo
de ayuda por parte de los esposos, o a pedir participación a sus hijos varones.
Así, Cleo (Yalitza Aparicio) hace de todo en la casa
de la colonia Roma, desde la mañana trapea el patio, pasa a recoger todo el
tiradero que dejaron todos, a preparar desayunos, a llevar a la escuela, a preparar
comida, a ir a recoger a la escuela, etc. Con su compañera Adela (Nancy García García),
hacen funcionar la casa y la familia, en la ausencia notable de una madre, la
señora Sofía (Marina de Tavira) que parece tener sus ocupaciones afuera, y de
un padre lejano, importante, impresionante, aplastante (Fernando Grediaga) y en
la presencia bonachona de la abuela Teresa (Verónica García).
Cloe es mas cercana de los dos pequeños, Sofía
(Daniela Demesa), temerosa, tranquila, y Pepe (Marco Graf), fantasioso,
imaginativo. Cloe lo ve todo, lo oye todo, aun si los patrones cierran a veces
las puertas cuando hablan de cosas intimas. Con su amiga y compañera, saben
organizarse una vida relativamente agradable al margen de las obligaciones:
tienen una vela en su cuarto para no gastar luz, porque no le gusta a la señora,
aunque la familia deje todas las luces prendidas al acostarse; a la luz de la
vela, hacen algo de abdominales; en su día libre, van a comer tacos, van al
cine y tienen novio.
Trabajan como un adulto, pero se les considera como
un ser entre mueble y niño. No se les explica las cosas, no se les dirige mucho
la palabra. En esos años, no existía todavía el culto a los niños que vivimos actualmente,
no se les mezclaba a la vida y las conversaciones de los adultos. Cuando el
padre deja la casa, los cuatro niños no saben nada de la situación entre sus padres,
situación que obviamente se ha ido gestando desde ya cierto tiempo. Se les anuncia
que el padre se va de congreso a Quebec y a nadie le importa que se vea absurdo
que vaya al aeropuerto en coche y solo.
Cuando la ausencia paternal se alarga, la madre sigue
con las mismas falsas explicaciones, pero empieza a tomar decisiones y a organizar
la vida. Se hace más presente con sus hijos. Es el momento en que la vida de
Cloe se ve también cambiada en forma dramática: su novio Fermín (Jorge Antonio
Guerrero), experto en artes marciales, la ha embarazado, y la dejó al enterarse
de que “está con encargo”. Sorprendentemente, la señora Sofía acepta la noticia
con naturalidad y ayuda a Cleo.
Pasada la Navidad y sus festejos, Cleo busca, en la ciudad perdida que era entonces Ciudad Netzahualcóyotl,
suburbio pobre de México, al padre de su bebe. Se topa con una sesión sorprendente
de entrenamiento de artes marciales: la organización del transporte de tantos jóvenes
hombres, su disciplina, la excelencia del entrenador del día, el profesor Zovek
(latin Lover ) encontrarán su explicación el día que la abuela llevará a Cleo a
comprar una cuna para el bebe a quien , ahora lo sabe, tendrá que cuidar sola,
ya que Fermín se negó a reconocerse como padre y además, la trató de mentirosa
y puta.
Es el jueves de Corpus Cristi 1971, el 10 de junio,
las manifestaciones populares están al máximo. El presidente en turno, Luis Echeverría
Álvarez manda a los Halcones a
reprimir salvajemente a los estudiantes. entre ellos Cloe reconoce a Fermín.
El parto se declara, se acelera, el bebe nace muerto.
Después de la muerte, después de tocar fondo, hay que
levantarse. Cloe debe seguir con su vida, con los niños que no son suyos,
mientras la señora Sofía llega a su propio renacimiento: divorciar, comprar un
coche nuevo, empezar a trabajar.
Cuarón lo dijo: es una película de homenaje a las
mujeres que lo educaron, su mamá, su abuela, su muchacha. Es una historia sencilla, una narración lineal, cronológica,
que se puede tildar de sin interés. Como la vida cotidiana de cualquiera, de
cualquier mujer abandonada por un esposo irresponsable, de cualquier chica de
servicio, de cualquier abuela.
Todo esta en la forma en que Cuaron cuenta esta
historia simple. Se ha hablado mucho de la reconstrucción escrupulosa de la
Ciudad de México, sus calles, sus cines, sus restaurantes. La cinta es como una
inmensa cebolla, constituida de capas, narrativas, visuales y sonoras.
Las vivencias cotidianas de Cleo se inscriben dentro de
la vida de hogar. Los espacios de las sirvientas: el patio y garaje que se
lavan a cubetazos cada mañana, la cocina, el lavadero, y su cuartito, están envueltos
por los cuartos de la familia, el comedor, la sala, la escalera y los dormitorios,
por los cuales pasa la cámara en movimientos circulares, lentos, que siguen a
Cleo a lo largo del día. Afuera se despliega otra capa, la del espacio urbano:
la calle, el restaurante, el cine, el cuarto de hotel, la tienda de muebles, el
hospital. Ahí empiezan los peligros provocados por los humanos: la relación con
un hombre egoísta, la violencia de la milicia, la indiferencia de los médicos. Más
afuera todavía se encuentran la casa de los amigos, el hotel de las vacaciones,
espacios cercanos a la naturaleza y sus peligros inhumanos: el bosque con su
incendio, el mar con sus olas gigantescas y mortíferas. La vida de Cleo atraviesa
los espacios, la lleva a enfrentar peligrosos cada vez más grandes, hasta
arriesgar su vida.
Al mismo tiempo que Cuarón nos presenta esos mundos concéntricos
en imágenes sumamente cuidadas en sus detalles, sus sombreas y luces de un
blanco y negro casi tangible, nos da una banda sonora extraordinaria. Los ruidos
de la casa, de la calle, de la ciudad, de la naturaleza están ahí, simultáneamente,
sin ninguna música extra diegética. Todo es real. No hay decoración musical.
Son los sonidos de la vida. Para el espectador, es una experiencia absolutamente
extraordinaria: muchos de los sonidos están fuera de campo, nos llegan por atrás,
o de lado, o nos sumergen como es el caso del mar.
El mismo
sistema de capas envolventes organiza la narración. La historia personal, sentimental
de Cleo esta envuelta en la historia de la familia, en el camino que va de
familia “normal” con papa trabajando y mamá dependiente, hacia familia monoparental.
Y esta familia que madura con dolor, evoluciona dentro de un México que vive
momentos políticos de suma violencia.
El destino de Cloe va en paralelo con el destino de Sofía.
Aunque sean de clases sociales, culturales y de nivel educativo totalmente
opuestos, sus destinos de mujeres se parecen: las dos se ven abandonadas por
hombres que huyen, dejándolas solas con todas las responsabilidades. Las dos se
levantan. La transformación de Sofía no se ve en primer plano, pero ahí esta. El
coche es el símbolo: en lugar de conservar el Galaxy, enorme, que apenas cabe
en el garaje, compra un Renault de su tamaño, que pueda maniobrar sin dificultad.
En lugar de la ostentación masculina, la practicidad. En lugar de la distancia
establecida por el padre: su música clásica, su cigarro, su destreza, en esta llegada
espectacular de la primera noche, en planos cercanos, precisos, donde nunca se
ve la cara; en lugar de todo este poder masculino, el coche es ahora posibilidad
de evasión, de viaje, lugar de cariño y abrazos.
La cinta reúne, abraza, en un intento de restituir la
integralidad de los recuerdos. De la misma forma que la sintaxis de Marcel Proust
construye oraciones extremadamente complejas para serle fiel a la complejidad
de los recuerdos, Cuarón coloca los indicios más pequeños, precisos, meticulosos
que pueda para darle a su evocación el espesor de la realidad como la percibió de
niño. Una realidad que ofrece tanto que no se puede distinguir con precisión todo;
pero todo existe en su precisión. A la diferencia de Proust, aquí no hay explicación,
no hay discurso o intelectualidad: se ve, se oye. Por eso la importancia de los
segundos planos, como la escena terrible del parto, con los intentos de reanimación
del bebe muerto; o la revelación en el cine mientras en la pantalla La Grande Vadrouille acaba en las risas.
Por eso la ausencia de informaciones objetivas, como serian la vida de Cloe o la
historia del matrimonio antes de la separación.
Hay momentos íntimos, hay momentos grandilocuentes,
hay momentos para sonreír, para reír, para llorar, para enojarse. Eso no es muy
diferente de lo que se espera en una buena película. Sin embargo, Roma va más allá de las reacciones superficiales.
Puede ser vista como una cinta sentimental,
una evocación de recuerdos. Sin embargo plantea como en secundo plano, con alusiones
sutiles, problemas graves de la sociedad mexicana, o tal vez humana: el racismo (y se vio claramente en los ataques
y las burlas despreciativas hacia la actriz principal) ; la sumisión en la cual
una parte de la sociedad inmoviliza a la otra, sumisión aceptada porque no
queda de otra para sobrevivir; el desentierro que se expresa en un “ Huele a mi
pueblo” , en el idioma materno, en el ensimismamiento; la violencia política;
la hipocresía de una generosidad que es al mismo tiempo explotación; la
alternancia entre agresividad de los reproches y abrazos ; el paternalismo que
sabe mantener la distancia (como el narrador de Proust con la sirvienta
Françoise) ; la violencia política que mata estudiantes ; el machismo que
mantiene en inferioridad a todas las mujeres por igual, ricas o pobres,
patrones o sirvientas, capitalinas o mixtecas. En pequeños toques, casi imperceptibles, toda la
mentalidad mexicana se dibuja. El adulto Cuarón, consiente de estas problemáticas,
las deja adivinar atrás de los recuerdos: como el patio lavado cada mañana se
vuelve a ensuciar, y mucho, con las heces del perro, México quiere verse moderno,
tolerante e igualitario. Pero parece que nunca aprende de sus defectos, de sus
errores.
Roma no es una película para distraer, es una película
para contemplar y para pensar. Ojalá y ayude a progresar en las mentalidades.