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La
guerra fría en cuestión es, en una puesta en abismo, a la vez el contesto internacional
que rodea, y la tonalidad de la relación apasionada que viven dos seres que no
pueden vivir ni juntos si separados, lo que los lleva a la destrucción. Es, en
un blanco y negro nostálgico y perfecto, la historia, inspirada por la
realidad, de dos seres que no supieron como vivir juntos en un mundo
desequilibrado. La cinta gano el Premio a Mejor Director en Cannes.
Ficha IMDb
Todo empieza en 1949, cuando se fortalecen los
estados del espacio comunista. Para unirse, para construir su identidad, van en
búsqueda de sus raíces culturales, danzas y cantos de los pueblos. Armados de una
grabadora, los musicólogos Viktor (Tomasz Kot), pianista y Irena (Agata Kulesza),
recorren el campo polaco, recopilan todo el material posible. Su proyecto culmina en la creación de una
escuela, alojada en una antigua casa señorial, medio abandonada. dirigida por
un funcionario muy oficial, Kaczmarek (Borys Szyc), y en las giras del grupo Mazurca. Entre los jóvenes reclutas se
encuentra una chica Zula (Joanna Kulig), bailarina y cantante, en una situación
penal, y por consecuencia política, ambivalente. Es rebelde, tal vez manipuladora,
pero tiene un enorme talento. Viktor queda fascinado, aun cuando Zula le revela
que tiene la misión de espiarlo para Kaczmarek.
La historia dura diez años, años de separación y
reencuentros, de traiciones, de pasión, y desgaste. a lo largo y ancho de Europa:
Paris, Berlín, Yugoslavia… Viktor, hastiado por los cambios en el grupo,
provocados por la política cultura oficial y propagandística, decidió huir a
occidente, para vivir en libertad su música. Pero Zula, por el apego a su país,
y tal vez por miedo debido a su particular situación penal, no se atreve. Cuando
finalmente se decide a soltar su vida y unirse a la ilusión parisina, encuentra
un mundo igualmente falso: esnobismo, mundanidades, comercialización y favores.
La interpretación de los actores la expresión de los sentimientos
se queda mucho en implícitos, en cosas que se dejan adivinar mas que mostrar. Además,
las largas elipsis y omisiones introducen tiempos de no-dicho, de no-contado,
que hacen difícil para el espectador sentir una real empatía con los personajes.
Lo que cautiva es la fotografía, en blanco y negro,
muy cuidada, muy detallista y precisa. La cámara se vuelve virtuosa para captar
las coreografías. Todos los momentos musicales, sean folclóricos, cantos corales
o danzas, sean solos canciones o instrumentales de jazz, todos son intensos y
transmiten lo que los personajes no hacen. Dejan una duda: ¿lo importante de
los protagonistas es su arte más que sus sentimientos personales o su relación?
La distancia fría que Zelda establece en su relación
con Viktor así como en sus interpretaciones como solista, en particular en
Francia, su belleza rubia, su mirada ausente recuerdan a Jeanne Moreau en su
deambular de Ascenseur pour l’échafaud
(Louis Malle – 1958), por cierto con una banda musical de Miles Davis.
El desolador final trágico sorprende, por su rapidez
que nada dejaba esperar, por su belleza nostálgica. Los caracteres han ido diluyéndose,
las motivaciones también, los encuentros se sienten ahora falsos. ¿Por qué de repente
esta solución definitiva? Sin embargo, era probablemente el único final posible
para esta guerra fría que se libran los enamorados, centrados en su pasión,
incapaces de comprometerse con las realidades del mundo. O de la familia.
El director dedicó esta cinta a sus padres, lo que
podría explicar la frialdad, la distancia que se instala después de un
principio intenso y prometedor. No se dio tiempo a la empatía. ¿No se quiso? ¿No
se supo? No se siente muy bien donde esta ese gran amor. ¿Donde esta la
intimidad? Una serie de escenas intensas no logra construir la historia de una relación
entre dos seres.
Queda una película muy hermosa en sus imágenes y su ambiente
que le da un lugar inmenso a la música, de todos los géneros.
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