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Obviamente
después de la obra de culto que fue el Blade Runner de
Ridley Scott en 1982, todos esperaban ansiosos y curiosos este séquela. Y tal
vez todos con algo de desconfianza. Con toda razón porque esta nueva cinta
decepciona por demasiado lenta y por su narración complicada. Pero tiene puntos
a su favor: los efectos y la fotografía, Ryan Gosling ,y el gusto de volver a
ver a Harrison Ford.
Ficha IMDb
Treinta años han pasado desde que el agente Rick Deckard
(Harrison Ford) y la androide Rachel (Sean Young) han desaparecido de Los Ángeles.
Estados Unidos se parece a un país postcomunista gris, desolado, carente de
vida. La escena de abertura se opone totalmente al mundo urbano lleno de luces,
colores y sonido de Blade Runner. Ahora
es el silencio, el campo sin vegetación, una casa abandonada.
K. (Ryan Goslin) es un replicant de ultima generación,
de nombre kafkiano, cuya misión es buscar e “retirar” viejos modelos que viven
en la clandestinidad. Lleva una vida solitaria, a veces visitado por una pareja
holográfica Joi (Ana de Armas), muy perceptiva y comprensiva. En una de sus
misiones, encuentra una caja con restos de una replican muerta de
complicaciones de una cesárea, cuando siempre se supo que el embarazo era
imposible en androides. K. y sus recuerdos se ven arrastrados a una duda: ¿Y si
su origen fuera natural y no industrial?
Treinta y cinco años después, el mundo sigue funcionando
de la misma forma autoritaria y artificial. Los androides obedecen a la perfección
y son cada vez más perfeccionados, la punto de tener sentimientos. La
inteligencia artificial ha llegado a tal nivel de sofisticación que es difícil
distinguir entre el resultado de unas secuencias binarias y el resultado de una
concepción biológica; entre un proceso industrial y un proceso físico y, tal
vez, afectivo. La distinción es difícil del exterior, pero también del interior
de la “persona” misma. En eso, la cinta de Villeneuve se parece mucho a una
novela escrita en homenaje a Philip K. Dick y Blade Runner: Felicidad (Jean
Molla – 2005). En los dos casos, el protagonista hace una investigación, de
asesinato en el caso de la novela, que lo lleva a dudar de sus origines. En la película, K. sospecha que es de origen humano;
en la novela, Alexis Dekcked entiende que es un androide. Los androides son tan
perfeccionados que pueden tener sentimientos, recuerdos. Cuando K. recurre a la
doctora Ana Stelline (Carla Juri), diseñadora de recuerdos, para entender si
sus recuerdos son humanos, ella le dice que si, pero puede ser que le hayan
sido implantados. Es decir que nunca habrá una real prueba de certidumbre. Una
vez más, el universo heredado de Philip K Dick es un mundo donde los limites entre
real e inventado no son claras y donde todo, inclusive nosotros, puede ser el
sueño, la invención, de alguien.
Tal vez lo que hace falta a Blade Runner 2049 sea el malo. Nada se opone realmente a la
búsqueda de K., situación que se puede entender ya que él es sólo un objeto. El
departamento de policía, que podría ser una institución de fuerza y control,
ase reduce a unas maquinas de interrogatorios y otras cuantas de documentación.
Y su jefe la teniente Joshi (Robin Wright) no tiene ninguna fuerza, al punto de
desaparecer muy rápidamente. La historia juega, va y viene, con la idea de que
tal vez sea humano. La asesina Luv (Sylvia Hoeks) obedece a ordenes y no tiene
mucho espesor. Sus acciones son mecánicas, frías. El mismo Rick Deckard (Harrison
Ford) cuya aparición se hace esperar mas de la mitad de la película, parece muy
alejado de todo, hasta de la posibilidad de tener un hijo. K. decepcionado al
saber que no es humano, acepta con toda facilidad: es normal, ya que es una maquina,
pero decide sacrificarse para salvar al que pensó ser su padre y lleva a este
con su hija, lo que parece ser una reacción muy empática y generosa, de
humanos.
Los diálogos son absolutamente sin interés. La historia se alarga . Parecen surgir algunas dudas, en particular
si Deckart es humano o replican , pero todo se diluye en una confusa y lenta narración que parece no saber exactamente adonde va y qué es lo que quiere
contar.
La gran creatividad del Blade Runner original, con sus poblaciones variadas y mezcladas se
reduce ahora a muy pocos ejemplares, en muy pocos espacios. La fotografía
funciona maravillosamente para los espacios abiertos y vacíos en composiciones
muy estudiadas. El viejo casino desolado donde vive el envejecido y cansado Deckart
es una maravilla vintage aliada a tecnologías de punta, como el holograma
cantante de Sinatra bajo una campana de vidrio, como los ramos de novia de principios
de los años 20.
Demasiada larga en su narración, la película presenta
sin embargo momentos muy bellos precisamente por la composición y los colores
de las imágenes. Villeneuve crea un mundo hermoso, tanto en los interiores como
en los exteriores. Pero, definitivamente, incita a volver a ver la película
original.
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