Suspenso,
terror, con referencias al expresionismo alemán y a la obra literaria de Kafka,
esta cinta no es una biografía sino una ficción que podría ser inspirada o
haber inspirado a las novelas, cortas o largas del gran autor checo.
Ficha IMDb
En la Praga de
principio de siglo pasan extraños sucesos: desapariciones, cadáveres, reuniones
a escondidas de la policía. En la bruma y la noche. Bajo la silueta amenazante
del castillo.
Franz Kafka (Jeremy Irons)
trabaja en una compañía de seguros, bajo la supervisión de un malvado
puntilloso hombre pequeño, Burgel (Joel Grey) inseparable de su cuadernito
donde apunta todos los errores, retardos de los empleados. De noche, Kafka escribe,
tratando inventar, como él mismo dice, pesadillas que nadie lee.
Uno de sus amigos y compañero
de trabajo, Edward Raban (Vladimir Gut) desaparece. Kafka trata de encontrarlo,
de preguntar y se topa con el autoritario inspector de policía Grubach (Armin
Mueller-Stahl). Poco después aparece el cadáver: la versión oficial es que Edward
se suicidó ahogándose.
En su búsqueda, Kafka
aprende que otra empleada, Gabriela (Theresa Russell) era novia de Edward, y que los dos pertenecían a un grupo
anarquista. Según los camaradas, el joven fue matado cuando iba al castillo adonde
lo habían convocado.
Nadie es lo que parece.
Los jefes de la compañía aseguradora tienen relaciones obscuras con el castillo.
Los expedientes salen de la oficina y se pierden. Como las personas. Poco a
poco, Kafka se compromete más con el grupo anarquista y se lanza a la conquista
de la verdad en el castillo. Como el acceso es muy vigilado, debe pasar por un
túnel que sale de una tumba en el cementerio. Al llegar a los pasillos y salas
llenas de expedientes, al acercarse a la verdad, la película, de blanco y
negro, se vuelve a color. Pero la verdad es horrible. El castillo no es solo el
lugar donde se pierden los expedientes, es el lugar de horribles experimentos
sobre humanos, dirigidos por el Doctor Murnau (Ian Holm). Después de dejar
explotar la bomba que llevaba, Kafka vuelve a la ciudad, al blanco y negro. La
verdad que vio allá arriba no le ayudará a vencer la enfermedad que lo amenaza.
Su toz se vuelve sangrante.
El suspenso de una
historia de muertes extrañas, con una criatura medio salvaje, aullante,
horrible, utilizada por un humano, tipo Sabueso de los Baskerville, se dobla de
una pintura del mundo citadino de principio del siglo veinte, en el ambiente de
las películas expresionistas de Fritz Lang y Murnau (este por cierto el nombre
del doctor a cargo de los experimentos en el castillo). Grises, largas sombras
deslizándose sobre los muros, pavimentos húmedos, calles angostas, planos
cerrados sobre las teclas de la máquina de escribir, contrapicado cercano a las
caras de los burgueses atracándose.
Las referencias al universo
de Kafka son permanentes: referencias a obras que, en el momento de esta
aventura inventada, habría ya publicado como la Colonia penitenciaria, pero también al mundo burocrático sin fin
del Proceso, al Castillo fuente de poder difuso e inevitable. La voz off de Irons
lee partes de la Carta al Padre,
llena del sentimiento de incapacidad del hijo frente al padre dominador e
intolerante. Hay también referencias a la época que vivió el autor, los
movimientos intelectuales y políticos, con las reuniones en los cafés de los
jóvenes que preparan ataques “terroristas” y el inquietante personaje del
inspector, Grubach, interpretado con Armin Mueller Stahl.
Jeremy Irons es perfecto
en el papel, su distinción, su distancia ligeramente irónica interpretan
maravillosamente la superioridad y la inteligencia del genio sufriente que fue Kafka.
El parecido físico es impresionante.
Las calles de la vieja
Praga, con sus casas cerradas, sus pasajes cubiertos, sus puentes y el castillo omnipresente, son el cuadro perfecto
para una historia angustiante, acompañada por la muy buena música de Cliff
Martinez.
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