Un duelo en una prisión militar. Entre el director y un prisionero. Entre un buen soldado y uno malvado. Donde triunfa el orgullo militar estadounidense. Con estereotipos y trampas morales y de dirección. El patriotismo tiene la última palabra.
Ficha IMDb
Un nuevo prisionero llega a una cárcel de máxima seguridad para criminales militares. Se trata de un general de tres estrellas, sentenciado a diez años por desobedecer y causar la muerte de subordinados. Eugene Irwin (Robert Redford) tiene como una meta purgar su tiempo y no interesarse en los problemas y quejas de los internos.
El director de la prisión, el Coronel Winter (James Gandolfini), apoyado por el Capitan Peretz,(Steve Burton) considera que los internos, al ser ahora criminales sentenciados, ya no merecen el respeto debido a los militares y los mantiene en un estado servil, donde la única ocupación es construir, destruir y volver a construir un muro, parecido a un vestigio de un castillo medieval.
Otra actividad son las apuestas, organizadas y administradas por el Capitan Clifford Yates (Mark Ruffalo), quien no ha sentido ningún respeto particular por la organización militar, y ha sido arrestado por tráfico de drogas.
El cabo Ramón Aguilar (Clifton Collins Jr), ligeramente torpe o tal vez retardado, siente desde el principio una admiración desmesurada por el nuevo prisionero. El culto casi religioso que le demuestra acaba poco a poco con la reserva del general, quien se decide a intervenir en el conflicto. Su carisma natural lo lleva a organizar a los hombres en una tropa disciplinada, eficiente, y convencida de su valor, capaz de sublevarse contra el poder arbitrario de Winter y tomar en sus manos el honor de la cárcel.
La cinta acaba con la muerte del héroe resistente, el arresto del inmoral militar y la admiración religiosa a la bandera.
La narración se organiza sobre principios totalmente maniqueos: existen los militares buenos, casi todos. Y los militares malos como Winter, quien abusa de su poder y tiene bajo sus órdenes solo unos soldados anónimos, armados y en disimulados bajo su equipo de combate. Los verdaderos hombres, los militares dignos de ese nombre, dan la cara, saludan, y pelean hasta sacrificarse. Aun los que han tardado en darse cuenta de donde está el Bien. Porque el ejército es grande, y unas pocas ovejas negras no pueden empañar el orgullo y la grandeza militares.
Los símbolos se usan sin reserva: la bandera, que se pondrá al revés para pedir auxilio, termina ondeando en toda su majestad, el saludo militar prohibido por el director, se transforma en una caricia al cabello, símbolo a la vez de obediencia y de resistencia. La construcción del muro es castigo inhumano, trabajo tan absurdo como las órdenes del director, y muestra de la fuerza física y mental irreductible del general. El inocente, latino además, se sacrifica frente al tanque, en una escena recuerdo de la Plaza Tian’anmen.
No se hable de las inconsistencias: sin ninguna preparación, entrenamiento o estrategia, los hombres se transforman en pocos días, de pobres diablos egoístas, además de criminales peligrosos, en soldados eficientes, obedientes, capaces de usar armas fabricadas por ellos mismos (¿con que material? ), con precisión mortífera.
Qué bueno que Robert Redford, a pesar de los años y las arrugas, conserve un poder de seducción innegable. El resto de la película es totalmente desechable, por lo obvio de sus intenciones y lo previsible de su desarrollo.
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