Spoiler Alert

Mas que una invitación a ver, o no ver, una cinta, buscamos entablar un dialogo que enriquezca la experiencia cinematográfica. Asumimos que quienes lean un artículo han visto ya la cinta: no podemos discutir sin revelar el final. Si la película te interesa pero no la has visto, mejor para ti, y para todos, que regreses después de verla. Así la discusión es más a gusto.

Sunday, September 28, 2014

L’homme qu’on aimait trop (André Téchiné, 2014) - 6/10

Como muchas películas de Téchiné, esta no pone claramente el acento sobre un tema, un personaje o una línea narrativa dominante. Se dispersa entre el drama de amor apasionado, unas tramas de venganza, un asunto policiaco…Parece que cada personaje sigue su camino  dejando a los demás en la sombra , y el director se contenta con pasar de un centro de atención a otro, sin nunca decidir cuál es su línea directriz.

Ficha IMDb

Téchiné toma como punto de partida hechos, lugares y personajes reales. El asunto Le Roux-Agnelet es un asunto judicial todavía de actualidad, ya que, después del primer juicio en 2006 que lo declaró  inocente, el fiscal apeló, lo que resultó en una condena de 20 años de cárcel. Pero Agnelet apeló a la Corte Europea de derechos humanos, la cual condenó a Francia. Y, después de otros varios incidentes, declaraciones, intervenciones  y demás, se está a la espera de un cuarto juicio, después de una nueva condena a 20 años, dictada el 12 de abril 2014. La realidad rebasa la ficción. Y Téchiné remonta a los orígenes del expediente.

Años 70: Agnès Le Roux (Adèle Haenel) vuelve a Nizza después de años de estancia y de un divorcio en África. Le exige a su madre Renée Le Roux (Catherine Deneuve) su parte de la herencia paterna para abrir un negocio. Pero esta se debate en problemas de administración de su casino, el Palais de la Mediterrranée, y no puede comprar su parte a su hija. Su abogado, joven, pretencioso y arribista, Maurice Agnelet  Guillaume Canet) la guía de manera bastante eficiente. Es la época en que la Costa Auzl se ve invadida por dinero sucio. Como lo explica Renée en una rueda de prensa, un casino es el lugar perfecto para entrar con dinero del narcotráfico y salir con dinero “honestamente” ganado en las mesas de juego.

Madre e hija se aman y se odian, se comparan, se reprochan el pasado y el presente. Básicamente, Agnès le tiene rancor a su madre por no dejarla vivir su vida como lo desea.

Cuando Renée contrata un nuevo director de juegos, Agnelet, quien deseaba el puesto, decide vengarse por esta humillación. El mejor instrumento es Agnès, cuya voz en el consejo de administración del casino es decisiva. Renée pierde la presidencia. Agnès gana tres millones de francos suizos, que Fratoni (Jean Corso), un italiano ligeramente mafioso, le da como pago de la traición, que le permite adueñarse del negocio. Agnelet gana la mitad como intermedio.

Pero Agnès ya está cayendo más y más en una pasión sin control, cercana a la locura amorosa. Cada uno delos amantes firma una procuración al otro sobre los cuentas bancarios y las cajas fuertes. Maurice empieza  a alejarse de una Agnés cada vez más posesiva. En noviembre 1977, Agnès desaparece. Un poco más tarde, Agnelet se instalará del otro lado del Atlántico, con el dinero de los dos.

Años después, tendrá que volver a Nizza para el juicio, instruido a iniciativa de la madre, convencida de la culpabilidad de Agnelet, aunque la versión oficial sea de desaparición voluntaria y suicidio.

Se trata de una historia de amor, o más bien de la historia de una joven (29 años) apasionada, quien en la soledad de su nueva vida, se obsesiona con un hombre para darle sentido a su existencia. Agnès no tiene amigos, su librería no tiene muchos clientes, su madre está demasiado ocupada con su negocio y, además, puso tantas exigencias a su educación que la joven tiene poca autoestima. El primer hombre que encuentra al llegar a Niza (literalmente ya que es él quien la espera en el aeropuerto), lo va a idolatrar. Además, él le va a dar los medios para recuperar su dinero, y, de paso, molestar enormemente a Mama.

Este hombre es, en realidad, totalmente vacío. Sus clientes no pagan, su matrimonio fracasó, ve a su hijo de vez en cuando, se desplaza en motocicleta, porque no tiene con qué pagarse un coche. Acumula las amantes y los libros de La Pléiade, la prestigiosa colección de Gallimard, sin siquiera leerlos. Es desagradable, abusivo, insensible, mezquino, un verdadero patán. Huye de los sentimientos y los compromisos. Su vacío existencial y intelectual, su abismo interior es la solución perfecta para que Agnès trate de llenarlo, y llenarse con él.

El final de la cinta es, por un lado, ridículo, con sus maquillajes excesivos para envejecer a Canet y Deneuve. Pero, sobre todo, es artificial. Si lo importante era la evolución de esta pasión enfermiza de Agnès, o, otra línea posible, las desgracias económicas de una madre mala administradora, o, otra línea posible, las venganzas, de toda suerte, el asunto policiaco-judicial importa poco.

El retrato de las dos mujeres es interesante. Renée, la madre, rica, administra su casino más con atención personal hacia sus clientes que con eficiencia profesional, disfruta su hermosa casa frente al mar,  se viste con una extraña elegancia cercana al mal gusto, ama a su hija pero la educó con exigencia y finalmente no la entiende. Catherine Deneuve, madura y un poco pesada y tiesa, la interpreta con mucha potencia.

 Quien podría entender a esta joven, borderline, nada sensual, huraña, torpe, que de repente se vuelve loca por un hombre. Fría, exigente, finalmente se parece mucho a su madre. Tan decepcionada que se vuelve posesiva y aleja en lugar de agradar. Adèle Haenel interpreta con todo el desequilibrio posible esta obstinada que se lanza cabizbaja no sabe adónde. Que se obstina de repente. O que de repente se vuelve hipersensual, y que la cámara atrapa cada vez de más cerca. Que llora mientras traiciona, cuando en realidad está feliz de hacerlo. Si la actriz es capaz de expresar mucho y muy intensamente, Téchiné le impone un papel bastante incongruente.

Guillaume Canet es un “Agnelet” (borreguito) perfecto, frio, distante, odioso. Humilla y lastima, se burla, rechaza, manipula. Toso con un notable profesionalismo.

Pero algo falta en la cinta. El conjunto no cuaja. Cada uno vive su propia historia, su propio tono de historia. Entre el croquis del juicio de Agnelet y la foto de la pequeña Agnès bailarina, no se ha logrado esclarecer gran cosa, sino que tres personas poseídas por el egoísmo se han destruido mutuamente. Ninguna línea narrativa o psicológica congruente se he dejado percibir, en lo que es más bien una serie de largos episodios dedicados a resaltar al uno, para después pasar al otro, y así sucesivamente.


Lástima, porque este trio tenía mucho que enseñar. 

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