Spoiler Alert

Mas que una invitación a ver, o no ver, una cinta, buscamos entablar un dialogo que enriquezca la experiencia cinematográfica. Asumimos que quienes lean un artículo han visto ya la cinta: no podemos discutir sin revelar el final. Si la película te interesa pero no la has visto, mejor para ti, y para todos, que regreses después de verla. Así la discusión es más a gusto.

Tuesday, December 20, 2016

Magallanes (Salvador del Solar, 2015) – 8.5/10

Basada en la novela La Pasajera del escritor peruano Alonso Cueto, esta cinta deambula a paso lento entre dramatismo, absurdo, ternura, compromiso histórico-político, costumbrismo. Pero, sobre todo, permite admirar un Damián Alcázar, inusual y muy talentoso

Ficha IMDb

Harvey Magallanes (Damián Alcázar), a pesar de su nombre de explorador, es un hombre muy humilde, que trabaja en Lima como chofer y ayudante de un coronel jubilado, paralitico  y enfermo de Alzheimer (Federico Luppi). Cuando queda libre de sus obligaciones, le pega a su parabrisas una etiqueta de taxi, y se dedica a ganar un dinerito extra, que tiene que compartir con el dueño del coche, su amigo Milton (Bruno Odar).

Un día como cualquiera, toma una pasajera que lo sume en un estado extraño: parece asustado, conmovido, perturbado. Se esconde de ella y, cuando la deja en su destino, se baja para seguirla. 

Al volver a su casa, si así se le puede llamar a un sótano reducido y oscuro, busca en sus cajas y encuentra una vieja fotografía de una adolescente desnuda con un anciano. 

A partir de ese momento, y con la complicidad de su hermana Hermelinda (Tatiana Espinoza), decide sacarle dinero a la familia del anciano, primero con la amenaza de revelar la verdad sobre lo que pasó unos veinte años atrás en Ayacucho, cuando el ejército regular del Perú luchaba contra los militantes de Sendero Luminoso, grupo de obediencia maoísta. Cuando su plan fracasa, pasa a secuestrar al hijo del militar.

La meta de Magallanes es simplemente recabar dinero para ayudar a la joven Celina (Magaly Solier) quien lucha para mantener su peluquería, agobiada por la deuda abusiva de una vieja usurera.

Mientras trata de llevar a cabo sus planos delictivos, Magallanes se acerca paulatinamente a Celina. La observa, la sigue y acaba por hacerse reconocer y proponerle abiertamente su ayuda. 

Pero ella ha decido olvidar, construir su vida, para ella y su hijo, con las fuerzas de su ira, de su voluntad, de sus orígenes indígenas.

Poco a poco, Magallanes deja ver sus verdaderos motivos, el papel que jugó en esos años, sus motivaciones de antes y de ahora. 

El contexto de la narración incomoda seguramente más a los peruanos que a los espectadores de otros países. Se percibe todo un implícito, un pasado del cual no se quiere hablar pero que pesa sobre todas las conciencias. La cinta no explica mucho, el nombre “Ayacucho” se repite sin que haya una clara explicación del papel que jugó el ejército regular en la sierra. Se sabe que Sendero Luminoso fue muy activo, se conocen sus métodos de acción. De ahí se puede suponer en qué términos los militares se hicieron presentes. Pero todo eso, el espectador lo sabe más por su propia cultura, por otras lecturas, como la novela de Vargas Llosa, “Lituma en los Andes”, publicada en 1993, o por recuerdos de noticieros de los años ochenta. 

Tal vez esa falta de claridad en la explicación de los hechos vividos por los tres protagonistas se pueda reprochar al guionista. Sin embargo, lo importante es la forma en que Magallanes revive, resiente lo que pasó veinte años antes. Estaba del lado de los abusadores, tuvo que obedecer órdenes. Y, al mismo tiempo, sintió compasión por las víctimas. Y, con una en particular, la niña Celina, sintió algo más. El joven soldado solitario se enamoró. La ayudó a huir, pero cobró por su ayuda, un momento de placer, que, para él, era un momento de amor. Él también abusó de su poder. La culpa que siente es culpa personal, es culpa de clase, la clase militar. Pero también es nostalgia. Trata de recomponer lo que los militares descompusieron, al mismo tiempo que trata de explicar su honestidad pasada, su honestidad actual, su buena voluntad. Trata de volver a vivir su amor. La escena del corte de pelo es una maravilla de emoción, Damián Alcazar transmite esa intensa felicidad, física, mental, ese fervor del hombre que espera que finalmente, Celina entienda quien es, quien fue, y porque.

Pero Celina se le escapa, porque su rabia es tan grande que ninguna expiación ajena , ninguna autocompasión , cabe en su fuerza de mujer , de ex víctima de los militares, de victima actual de un sistema político y económico que la pone en las capas más bajas de la sociedad, eterna abusada a quien le queda solo su orgullo. Su soledad es lo único con que quiere defenderse. Sea frente a una usurera desalmada, a un grupo de ayuda ridículo, o a la generosidad del hijo de su abusador. Su ira desgarradora se expresa en una caminada nocturna, vista en contraluz sobre la gran ciudad de Lima, subiendo un cerro interminable como un calvario, y en una escena de protesta en quecha, frente a tres hombres que no entienden nada, sino que esta mujer lleva adentro un peso tal que nadie, ni la legalidad policiaca, ni el dinero del empresario, ni el amor del humilde Magallán, podrá agotar.

Magallanes busca el perdón de Celina, busca facilitarle la vida, pero en realidad trabaja para si mismo, busca sacarse la culpa de encima. Y la que fue víctima de todos, acaba siendo verdugo, porque no acepta colaborar en la gran empresa de reconciliación. 

La cinta sabe enseñar los barrios pobres de Lima, tan parecidos a todos los barrios pobres de todas las capitales de Latino-América, los comportamientos de los ricos, de los pobres que trabajan de sol a sol y se emborrachan para olvidar.

Pero también sabe utilizar maravillosamente el talento de sus actores, desde el viejo militar tieso en su silla de ruedas, erguido y mudo, con físico de viejo alemán, que evoca ,tal vez sin quererlo, a esos ex nazis que buscaron refugio en el sur de América . La energía y el ímpetu de Magaly Solier hacen un contrapeso vital a la interioridad de Damián Alcázar quien encuentra aquí, por fin, un papel que le permite demostrar que no es solamente el payaso al que lo limitan las cintas mexicanas. Aquí es timido, miedoso, concentrado sobre su dolor, su amor y sus torpes buenas intenciones. Su mirada sabe traducir una ansiedad, un dolor intensos, al mismo tiempo que un amor y una esperanza irrisorios.

Esta obra prima de Salvador del Solar vale mucho la pena y nos hace esperar mucho de este joven director y del cine peruano, poco conocido hasta ahora. 

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