Otro biopic de músico por Russell, menos descabellado, más equilibrado, tal vez porque la vida y la personalidad de su personaje fueron menos estrafalarios que Liszt o Tchaikovski. Una película llena de música, de naturaleza, y con algunas secuencias oníricas bastante interesantes.
Ficha IMDb
1911: Gustav Mahler (Robert Powell ) está camino de vuelta a Viena donde asumirá la dirección de la orquesta de la Opera, después de dejar la orquesta del Metropolitan Opera de Nueva York donde Toscanini le hizo la vida imposible. Viaja en tren con su esposa de toda la vida, Alma (Georgina Hale). En cada estación, el tren se detiene, la gente se aglomera en el anden para verlo, darle flores, pedir autógrafos. En cada una, sube una persona a su vagón, se queda unos instantes y se va. La visita provoca recuerdos que van reconstituyendo la vida del compositor. Nada verdaderamente original en esta cinta que funciona, como tantas biografías, a modo de flashbacks sucesivos.
El periodista Siegfried Krenek (Kenneth Colley), Max (Richard Morant) el amante de Alma, el medico (Andrew Faulds), permiten entender lo que fueron los aspectos tal vez menos gloriosos de la vida de un hombre que, deseoso ante todo de componer, pero necesitado de ganarse la vida dirigiendo, no dudó en pequeñas o grandes traiciones.
Su situación de judío en una Europa profundamente antisemítica lo llevó a confrontaciones, humillaciones, pero también a una conversión al catolicismo que puede parecer muy oportunista. Su necesitad de silencio para componer lo llevó a tratar a su esposa como una sirvienta, y la convicción de su extraordinario talento le hizo despreciar totalmente los talentos de ella para la composición de una música más ligera.
A la vez protegido y perseguido por una familia muy impositiva : su padre Bernhard (Lee Montague), el tío (Benny Lee), el abuelo ( Arnold Yarrow), la tía Rosa (Miriam Karlin), encontró un guía más flexible e inspirador en la persona de Nick ( Ronald Pickup), que le enseñó la comunión con la naturaleza.
La película no menciona los encuentros con Freud, otro ilustre vienés de esos tiempos, que aparecen en la cinta Mahler en el diván ( Felix O. Adlon y Percy Adlon – 2010), pero hace presente el psicoanálisis por medio de las secuencias oníricas : la primera y abertura de la cinta es el baile de una oruga envuelta que logra salir de su crisálida para ir al encuentro de una enorme cabeza de piedra representando al Maestro Mahler. El reconoce que la crisálida es Alma. El encuentro con el amante de su esposa provoca el sueño de su propio entierro, vivo en su ataúd por la ventana del cual puede asistir a una procesión- baile con militares, con Alma bailando en ligeros sobre el féretro. La secuencia más larga es la transposición fantasmagórica de su angustia a la idea de confrontarse a Cosima Wagner (Antonia Ellis), decidora de las artes y heredera del legado de su esposo. Ella es quien tiene el poder de otorgarle la dirección de la opera de Viena. Hay que someterse a ella y a su ideología, según el mensaje transmitido por el Maestro de la Tetralogía: un baile antijudío, guerrero, blásfemo en varios niveles, en estilo de película muda que acaba en comedia musical.
La perdida de su hermano Otto (Peter Eyre), la locura de su amigo el gran compositor Hugo Wolf (David Collings), la ruptura con su hermana Justine ( Angela Down), la muerte de la pequeña Maria a la edad de 5 años de escarlatina , son reales episodios traumatizantes para el compositor, cada vez más encerrado en si mismo, después de algunas aventuras amorosas resumidas en la cantante Anna von Mildenburg (Dana Gillepsie).
La cinta acaba en la decisión de Alma de quedarse con su esposo y en la llamada telefónica del doctor a Viena para preparar todo para los últimos días de Mahler. En efecto, morirá de una endocarditis unos días después de llegar a la capital austriaca.
Comparada con a Lisztomania (1975) sobre el rock-star Franz Liszt o a The Music Lovers (Sinfonía Patética -1971) sobre el homosexual reprimido Tchaikovski, Mahler parece austero, casi sereno. El traje negro del compositor, su aspecto serio detrás de sus anteojos, sus declaraciones parcas y su carácter reservado, casi doliente, imponen un ritmo serio, en escenas que no reúnen muchas personas. Los contactos con las multitudes exteriores son la responsabilidad de Alma. A Mahler se le reserva los espacios cerrados, aun si están en medio de la naturaleza como la pequeña cabaña en el lago. Nunca se le ve dirigiendo, casi nunca en contacto con los admiradores. Al contrario, pide se cierren las persianas. Siempre rechaza el ruido exterior.
Si la cinta es en general bastante fiel a lo que fue la vida del genial compositor, tiene algunas invenciones : Max el amante de Alma es un resumen del pintor Kokoschka y del arquitecto Gröpius fundador del Bauhaus, el amigo de la niñez Nick es una figura del diablo, musical seductor de niños como el flautista de Hamelin. ¿Cosima Wagner de verdad fue tan influyente en la Viena artística? Lo cierto es que Mahler niño sufrió abusos de su padre tabernero y golpeador, y que aniquiló la fuerza creativa de Alma . Dicha Alma que no se molestó en acumular los amantes y que fue, además de muy longeva (murió en 1964 a la edad de 85 años en Nueva York), brillante, culta. De no ser callada como lo fue por su esposo, simbólicamente mostrado con los velos que le cubren casi siempre la cara, seguramente hubiera producido obras muy interesantes. De ella nos quedan algunos lieder y una película sobre ella : Alma la novia del viento (Bruce Beresford - 2001), como la llamaba Kokoschka.
Ken Russell se da el lujo de citar a otros cineastas como Visconti de Muerte en Venecia (1971) delicada cinta a partir de la novela de Thomas Mann, que escondía a Mahler mismo detrás del personaje de Gustav von Aschenbach, fascinado por la belleza del adolescente Tadzio, en medio de una epidemia de cólera. La banda sonora de la cinta que utiliza el adagietto de la Quinta Sinfonía como leitmotiv significó el renacimiento del interés por la música de Mahler. También se reconocen a Groucho Marx, referencias a Buñuel, a Bergman. Russell se cita a si mismo y sobre todo, repite algunas de sus obsesiones sobre Wagner como codicioso, antisemita, lo que acaba en este baile erótico guerrero de una Cosima domadora de circo, dominatriz y nazi, blasfematoria del judaísmo, que transforma al judío Mahler en un caballero cristiano nibelungano nazi que come puerco y bebe leche en la misma comida.
La música invade la pantalla, más que en las películas sobre músicos que Russell hizo para televisión (Prokofiev – 1961, Elgar – 1962, Bartok – 1965, Dance of the Seven Veils – 1979, sobre Richard Strauss, y algunas más), y parece que la biografía fue más fuerte que el genio interpretativo, y discutible, del director que transformó las vidas de Liszt y Tchaikovski en bailes descabellados, irreverentes, al limite de lo grotesco. Aquí, parece que el director se metió en la cabeza del compositor, se puso a su servicio para ofrecer al espectador la música acompañada de posibles explicaciones o referencias, pistas de interpretación que se apoyan en las sesiones que este hizo con el Dr Freud. La cinta se siente empática hacia el compositor y sus sufrimientos, aunque sin concesiones y sin indulgencias para un hombre convencido de su superioridad. Convicción que la posterioridad justificó.
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