La cinta reinterpreta el personaje histórico de Elizabeth de Austria, creando nuevas imágenes de un ser mitológico y romántico
Ficha IMDb
Basta con ver al público amontonarse en los salones del palacio de la Hofburg en Viena para darse cuenta que Elizabeth de Austria (1837 - 1898) no fue una emperatriz como cualquiera, ni siquiera la gran María Teresa (1717 – 1780) y realmente determinante en la política europea del siglo XVII tiene el mismo poder de atracción. Todo eso a causa, antes que todo de una trilogía de culto, no por sus cualidades artísticas, la de Ernst Marischka (Sissi - 1955), (Sissi emperatriz - 1956), ( El destino de Sissi - 1957), con Romy Schneider, entonces joven revelación. Esta trilogía impuso a un público subyugado el mito de una imperatriz hermosa, enamorada y amada, madre perfecta y soberana experta en la diplomacia de la seducción.
Sissi pertenece al restringido grupo de las figuras femeninas de la realeza marcadas por un destino funesto : Marie Antoinette (1755-1793), esposa de louis XVI y decapitada por la Revolución Francesa, Grace de Mónaco (1929-1982), fallecida manejando, Diana de Gales (1961-1997) fallecida en en un accidente en París. Sissi murió asesinada en Ginebra por un anarquista. Las cuatro han sido tema de películas: Marie Antoinette (Sofía Coppola - 2006), Grace de Monaco (Olivier Dahan - 2014), Diana (Olivier Hirschbiegel – 2013), Spencer (Pablo Larrain – 2021). Y ahora esta nueva versión de Sissi, al mismo tiempo que sale la serie de Netflix, La emperatriz. Varias de estas cintas realizadas por directoras mujeres.
La presente versión toma a Elizabeth (Vicky Krieps) en 1877 en su papel de acompañante político : debe presenciar la ejecución de cuatro condenados por traición. Es una forma de introducirnos al contexto histórico difícil que vive Austria en los años 1870 : problemas de inestabilidad social debidos a las terribles condiciones de vida del pueblo, problemas de política externa frente a Prusia y la creación próxima de Alemania, y frente a Hungría y sus deseos de secesión del imperio austro húngaro antes todopoderoso . En ese contexto, Elizabeth es una figura acompañante, uña figurante obligada.
Cumple cuarenta años y es el principio del fin. Sin papel real en la vida pública, lo único que le queda es su vida personal, confinada en su espacio cerrado : su recámara, su cuarto de baño. Ahí puede dar libre curso a sus obsesiones : antes que todo, su cuerpo. Dominarlo en la gimnasia y las dietas. Controlarlo y registrar su evolución en tomas constantes de medidas : peso y cintura. Lograr mantener 45 cm obviamente con la ayuda de un corset cada vez más apretado. Comer rebanadas de naranjas. Para mantener ese control, son necesarios escapes: cabalgar locamente, devorar pasteles cremosos, tragar tazas de chocolate que es puro chocolate derretido acompañado con crema montada, hundirse interminablemente en su tina de baño, sesiones de escrima y de gimnasia. Todo hasta el exceso.
Sus relaciones con los demás son inestables : complicidad con su hijo Rudolf (Aaron Friesz), acercamientos imprevistos con su hija pequeña Gisèle, dolor de la pérdida de su primera hija Sophie, inmortalizada en un perfecto retrato, tiranía con sus camareras y damas de compañía, en particular con Marie Festetics (Katharina Lorenz) ,indiferencia o intentos de acercamiento sexual con su esposo Franz-Joseph (Florian Teichtmeister), coqueteó con su amante Bay Middleton ( Colin Morgan).
Su romanticismo, su desprecio de las obligaciones, su gula la acercan antes que todo a su primo Ludwig de Baviera (1845 - 1886), el “rey loco” , con quien tiene una complicidad de seducción mutua, casi amorosa, sin darse cuenta de la homosexualidad de este. Esta cercanía casi incestuosa interesó a Visconti en Ludwig (1973) con Helmut Berger y Romy Schneider, unos años mayor que en la trilogía.
Marie Kreutzer jala del hilo de la anorexia, de la obsesión física y de la depresión, estudiados por varios historiadores y biógrafos para construir una nuevo mito y transformar la vida de Elizabeth. En lugar de dejarla vivir hasta 1898 y ser asesinada en Suiza, inventa una viaje a Ancona, en compañía de varias damas con Marie Festetics vestida como ella y cubierta con un velo negro. La presencia de una Elizabeth falsa le permite desaparecer, saltando al mar desde la proa de un barco, durante un paseo.
Discretamente, la directora siembra anacronismos en su cinta, que crean un ambiente de incertidumbre, de inseguridad o tal vez de irrealidad : Elizabeth y sus damas entran al palacio por unas puertas de vidrio modernas, con cerraduras metálicas, sillas modernas están apiladas en los pasillos como esperando ser acomodadas para un evento, zonas en los cuartos están divididas por cordones, cuerdas de terciopelo rojo como en un museo. Se manifiesta así una relación brechtiana entre personaje y actor. Además, los espacios interiores están en condiciones de descuido: pinturas destartaladas, manchas de humedad. Símbolo del abandono y de la soledad moral y afectiva en el cual vive la emperatriz, pero también muestra que todo eso es una creación artificial, una intervención de actores que hacen un trabajo teatral en espacios que no están previstos para eso. Todo eso es voluntariamente falso. La interpretación de Elizabeth es falsa y no pretende dar información histórica .
Todo eso construye una película extraña, que desestabiliza al espectador, sin línea narrativa, une serie de momentos, a veces repetitivos y anunciados por una fecha para enseñar el transcurrir del tiempo de la aburricion. No aporta certezas históricas o biográficas. Le propone una visión del personaje diciéndole que esta versión no tiene ningún valor, que es pura invención, que no hay que creerle, solamente disfrutarla, o al menos mirarla, como lo que es : una interpretación, en los dos significados de la palabra: opinión y trabajo teatral.
Curiosamente los vestidos corresponden a los años 1900, no a la época mencionada con cuidado al principio de cada episodio, anos de gloria del Tercer Imperio en Francia, del imperio de Maximiliano en México, tiempo de amplias crinolinas. Unos de estos impresionantes vestidos de Elizabeth están expuestos en Viena.
Extraña película, que corre el riesgo de ser vista como verdad histórica, en la línea de la Marie Antoinette de Sofía Coppola, con sus tenis y sus macarrones, voluntarios anacronismos , confesión abierta de :” esto no es la historia verdadera”.
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