Ficha IMDb
Una sombra trata desesperadamente elevarse sobre el desierto de la frontera entre México y Estados-Unidos. Después de varios intentos, por fin lo logra. Un hombre se duerme en el metro de Los Ángeles, en dirección a Santa Bárbara, suelta la bolsita que contiene dos ajolotes, esos extraños animales acuáticos endémicos de la zona de Xochimilco en Ciudad de México. El vagón se llena de agua…
Y empieza el viaje de regreso del periodista y documentalista Silverio Gama (Daniel Giménez cacho) a México para asistir a una celebración que le hacen sus amigos y colegas, examigos, excolegas, o secretos enemigos, para festejar el premio otorgado por la Asociación americana de periodistas, debido a un documental realizado sobre los inmigrantes camino a Estados Unidos. Después de recuerdos del parto fallido de su esposa Lucia (Griselda Siciliani) y discusiones con Lorenzo (Iker Sanchez Solano), el hijo que no quiere hablar español porque se siente estadounidense y vive como estadounidense, una cita en el Castillo de Chapultepec con el embajador Jones de Estados Unidos (Jay O. Sanders) lanza a Silverio en medio de los ensayos para una representación de la batalla de Chapultepec y del episodio mitificado del sacrificio de los Niños Héroes que se lanzaron de lo alto del castillo durante la intervención gringa en 1847. ¿Cómo un país escribe su propia historia? ¿Cómo se han construido México y Estados Unidos a lo largo de siglos vividos juntos? De ahí, el hombre famoso va a una entrevista televisiva con el periodista Luis (Edison Ruiz), que comenzó su carrera al mismo tiempo pero se quedó atrás en el camino al éxito. Silverio, presa de las dudas y del síndrome del impostor no logra hablar: su boca queda literalmente pegada. Una inmensa fiesta en el Fandango Dancing Club reúne a todos los conocidos, hasta su hija Camila (Ximena Lamadrid) que viajó a propósito desde Estados Unidos. Gran discusión intelectual y argumentativa en una terraza con Antonio, llena de falsa buena conciencia sobre las concesiones con el mundo bonito del dinero, el poder, la imagen. Baile loco, poseído, bajo influencia de la felicidad, la nostalgia o la tristeza. En el baño, Silverio se encuentra con su padre, Martin (Andrés Almeida) muerto ya hace varios años y se vuelve más chiquito frente a la inmensa personalidad paterna, sin embargo, según dice él, sometido al amor por la madre del chiquito.
De ahí se vuelve obligatoria una visita a la madre, Lucero (Mar Carrera) sola en su viejo departamento en el centro de la ciudad. Al salir al amanecer, Silverio se encuentra unas calles desérticas que se van poblando poco a poco con gente que cae muerta. El final del caminar es obviamente el Zócalo donde se apilan los muertos en una interminable pirámide humana que escala Silverio, hasta llegar al responsable, Hernán Cortes ( Ivan Massagué) con quien entabla un debate para definir si el aporte del colonizador español fue más benéfico que destructivo, en una repetición de argumentos básicos y simplones. Pero todo era el rodaje de una película para un director “muy chingón”.
Viaje de vacaciones a Los Cabos, estancia en la suntuosa casa de playa prestada por un amigo. Los dos hijos han venido y se puede por fin proceder a una ceremonia de despido de las cenizas del bebe que falleció al nacer.
Por fin, la familia puede volver a Santa Mónica, después de unos problemas de xenofobia de parte de un oficial latino de Migración. El relato por Lorenzo el hijo de la muerte de los dos ajolotes que llevó en secreto en su maleta cuando la familia se mudó por primera vez, incita a Silverio a ir a comprarle unos nuevos. Y se cierra el circulo : Silverio vive sus ultimas horas en una cama de hospital. Un ataque al cerebro lo mantiene en coma.
Todo el viaje y los encuentros fueron los últimos pensamientos, perfectamente ordenados cronológicamente, de una mente que recapitula recuerdos, los transforma, antes que el alma pueda emprender su vuelo. Así se explican las extrañezas, los delirios, las transformaciones, el sistema de asociaciones libres como en los sueños.
La mente antes de apagarse necesita dar significado a lo que fue una sucesión de momentos. Necesita contestar la pregunta fundamental de cualquier ser humano : ¿Quien soy? En todos los papeles que se tuvieron que desempeñar : hijo, padre, esposo, profesional. La cuestión de la identidad se vuelve aun más angustiante para los que viven entre dos nacionalidades, cómo se perciben ellos y cómo los perciben los demás. Es también la pegunta de los pueblos que un día fueron colonizados y sometidos a un sistema de valores extranjero, del cual después se liberaron para creer una nueva identidad, independiente en su construcción de una nueva nación pero tan dependiente de sus dos elementos de origen, la “natural” y la impuesta. ¿Qué es un mexicano, entre español y mexica? ¿Qué es un inmigrante, entre su país de origen y su país de vida? ¿Quién es el que se fue a vivir a otro país y regresa?
Pero también quién soy como suma de mis papeles en la vida : ¿Qué padre fui? ¿Qué hijo fui? ¿Qué esposo fui? ¿Qué pensaron los demás de mí? ¿Tengo derecho a hablar en nombre de mis conciudadanos? ¿Los represento o soy otro espectador exterior?
El alma en su doloroso viaje camino a la luz u oscuridad eterna, busca el alivio . Silverio en su viaje delirante de vuelta a sus orígenes como individuo y como miembro de un pueblo, busca respuestas en encuentros y diálogos. Trata de imponer un orden intelectual de razonamiento. Sus afirmaciones a veces parecen sensatas, otras veces sumamente fáciles y previsibles, repetidas tantas veces que ya son vacías como el dialogo que pretende ser intelectual con Cortes. El incidente en el puesto de Migración nutrido de generalizaciones estúpidas tan frecuentes es un ejemplo de realismo que viene perturbar la llegada onírica de los soldados de Chapultepec. El diálogo con Camila la hija sobre las diferencias entre las percepciones de seguridad entre México y Estados Unidos es tan simplista y lleno de clichés que se perdona solo por la belleza de la imagen.
Lo que salva la película, además de las buenas intenciones de la búsqueda personal, es la belleza de la fotografía, el sabio uso de los colores, de los encuadres, los planos secuencia, un gran uso del gran angular, por el fotógrafo Darius Khondji quien hizo, entre otras cosas, dos pequeñas joyas: Delicatessen (Marc Caro, Jean-Pierre Jeunet - 1991) y Uncut Gems (Josh y Benny Safdie - 2019). La presencia, simple y sencillamente de la Ciudad de México, tan hermosamente extraña, o tan extrañamente bella, casi siempre llena de gente, fuera del tiempo porque es la superposición de todos los tiempos. Sobre ese fondo barroco, complicado, la actuación de Daniel Giménez Cacho es extraordinaria. Lleva dentro de sí todas las pasiones, los conflictos, las preguntas, los amores y los odios, así como todas las justificaciones de la mala fe. Lo saca todo en un ejercicio digno del Actor’s Studio. Es un gran papel par el actor que sabe entregarse al máximo, sin reservas.
Fotografía, actuación y diálogos convergen para construir una película larga, grandilocuente, barroca que maneja temas filosóficos en un tono individualista y mayormente de resentimiento y condescendencia. No hay nada zen o budista en esta cinta. Todo lo contrario, esta alma se retuerce y se niega a la acepción y la paz.
Por cierto, la palabra clave del título “bardo” puede tener dos significados : un poeta ambulante de la antigua Europa, o, en el budismo tibetano, el estado intermedio o transicional del espíritu entre la muerte y la siguiente reencarnación. La primera acepción nos daría a entender que Silverio (o Iñárritu) se ve como un poeta o al menos alguien que cuenta historias. La segunda nos recordaría otra película del director, 21 gramos (2003), el peso que pierde el cuerpo al morir, el peso del alma.
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