Considerada como la mejor película mexicana y como una de las mejores en el mundo, la cinta de Galindo denuncia el patriarcado autoritario tal y como se vivía en los años postguerra, cuando la modernidad estadounidense empezaba a hacerse presente en México. Empezaría poco a poco a ser cuestionado, sin, en realidad, desaparecer totalmente.
Ficha IMDb
La familia Cataño se parece a tantas familias mexicanas de clase media acomodada : viven en una bonita casa de la colonia Juárez, en la capital. La mamá no trabaja, el esposo toma todas las decisiones, administra el dinero y el tiempo de todos. La película no dice nada explícitamente del contexto político ni social, la familia vive en su pequeña caverna confortable. Pero en esos años, bajo la presidencia de Miguel Alemán, del PRI, avanza la industrialización a costa de los trabajadores y de los sindicatos, siguiendo una línea anticomunista impuesta por los Estados Unidos, que imponen también su visión de la modernización de la vida cotidiana, basada sobre la adquisición bienes de consumo.
Desde la primera escena, a las siete y media de un día de semana, se plantea el ambiente : la palabra más pronunciada en los primeros 10 minutos es “Mi papa” “Papacito”. Las tres chicas deben apresurarse a ocupar el cuarto de baño, apretadas entre el tiempo qué pasa ahí el hermano mayor Héctor (Felipe de Alba) y el momento en que Don Rodrigo, el padre (Fernando Soler), querrá entrar. La mamá, Gracia (Eugenia Galindo), ya está ocupada abajo preparando el desayuno, con la ayuda de la sirvienta Guadalupe (Enriqueta Reza), de edad indeterminada. Ese tiempo en común permite la presentación de todos : Héctor trabaja como contador en la misma empresa que su padre; la hija mayor, Estela (Isabel del Puerto) trabaja en una oficina de su tío y tiene un novio, Leopoldo (Manuel de la Vega), que viene a verla después de la cena, con tiempo limitado; la segunda hija, María Eugenia, “Maru” de cariño (Martha Roth) se queda en casa para ayudar al quehacer; la más pequeña, Lupita (Alma Delia Fuentes), va a la escuela y el más chiquito todavía no está escolarizado. Esta cotidianidad va a ser pronto interrumpida por el aniversario 15 de Maru, evento para el cual ya tiene los zapatos. Fecha sumamente importante para una adolescente mexicana : como se lo repiten todos, a partir de ese día, será una mujer.
Mientras tanto, un día normal empieza. Pero la rutina se ve interrumpida por la visita insistente de un vendedor de aspiradoras, Roberto del Hierro (David Silva): eficiencia, facilidad, la máquina puede transformar la vida de Maru y su mamá. Después de una breve demostración que permite recuperar objetos perdidos en el fondo del sofá, del Hierro deja su aparato y anuncia su visita a las 9 de la noche para hablar con el señor de la casa, el cual es el único que puede tomar una decisión. Tratando la compra de “la máquina” como un asunto de alta política, Don Rodrigo acaba cediendo, “para que lo dejen en paz”.
La gran fiesta de cumpleaños de Maru tiene por fin lugar, en medio de invitados selectos, escogidos por el padre según las buenas costumbres: Roberto del Hierro no ha sido invitado a pesar de la solicitud de la joven. La velada tiene dos momentos simbólicos : el vals que la quinceañera baila con su padre, primera aparición en público y entrega al mercado matrimonial, seguido por el discurso paterno antes de partir el pastel. Este paso a la adultez le da al padre la oportunidad de expresar públicamente sus principios de educación moral y su concepto del rol femenino : de su hija Maru, espera que sea “pura, pudorosa y cristiana” La reunión es también ocasión de poner en marcha su plan de casamiento para Maru: el primo Ricardo (Carlos Riquelme) proveniente de un rancho algodonero y con la ventaja de una pequeña fortuna es invitado a la fiesta, recibido con toda deferencia y altamente recomendado a los buenos tratos de la quinceañera. Ricardo no tienen nada para gustarle a un joven soñador, en contraste con la fuerte atracción que Estela y Leopoldo deben esconder y reprimir en todo momento.
Héctor por su parte aprovechó un día de campo para propasarse con su novia Hilda (Nora Verván). Un embarazo no deseado lo hunde en la depresión de la cual lo salva su padre al recibir la joven madre y el recién nacido en su casa. Sin embargo, y mientras se multiplican las ocasiones para que Maru conviva con su primo provinciano, Estela es vigilada de cerca. Sorprendida una noche besándose con su novio, es violentamente golpeada por su padre y decide dejar la casa. Maru, que no quiere seguir el ejemplo ni de su hermana, ni de su cuñada, logra encontrar un camino medio : se casará con Roberto, después de varios encuentros furtivos, con la bendición de su madre, de blanco, en la iglesia, recibida a brazos abiertos por la madre de su novio. Pero sin una mirada ni una palabra de su padre.
El final de la película, primera escena en exteriores de día, con una luz que bien podría ser la luz de la razón, significa el punto final a la derrota masculina y paternal : Estela se fugó en secreto, Maru se casó sin la bendiciendo su padre, Gracia la madre se queda pero ya no se deja y toma la defensa de los pequeños, con amor, razón y empatía. Se acabó el poder dictatorial masculino.
Toda la película se desarrolla en un ambiente claustrofóbico, dentro de una casa que no da espacio para moverse. Esta llena de objetos acumulados, signos de la riqueza de esta familia acomodada, todo ganado por el trabajo del padre , y por consecuencia prolongaciones su persona, sus gustos y su poder : relojes para medir las actividades e imponer el ritmo de vida, espejos para observar y observarse , impidiendo cualquier digresión a las buenas apariencias. Las escaleras imponentes permiten escuchar conversaciones pero no establecen ninguna frontera de protección : el padre puede ir adonde quiere, inclusive entrar en los cuartos sin avisar.
Del Hierro , al demostrar la eficiencia de su aspiradora eléctrica saca a la luz unos objetos perdidos, olvidados en el sofá. Simbólicamente, viene a sacar los deseos reprimidos, pero también las suciedades escondidas. ¿Nunca levantan los cojines ? En realidad, es el polvo del formalismo y conservatismo del padre. Un conservatismo que viene de tiempos de Porfirio Díaz, cuyo retrato domina la sala, como modelo de dictadura. Frente a él, Del Hierro encarnará la modernidad de Miguel Alemán, tiempo de unidades multifamiliares y vacaciones en Acapulco.
Porque don Rodrigo Cataño es un dictador, disfrazado de caballerosidad y buenas maneras, honestidad al centavo en su trabajo y reglas de conducta perfectas : esposa sumisa, hijas vírgenes y/o encerradas, hijos obedientes. En caso de salirse de la raya, al hijo se le da comprensión y apoyo, a la hija desprecio y golpes.
El dictador familiar ir a la cama a las 9 y levantarse a las 7 y media, o sea largas noches. Toma en sus manos el destino del hijo inmoral casado a fuerza, de la nuera y del nieto. Decide por ellos y los impone a su familia, sin aparentemente dejar la posibilidad de decidir ni a ellos, ni a la familia de Hilda. O será que sus padres, tan intolerantes con Don Rodrigo no la quieren recibir por deshonrarlos. Pero ya se ve, como en segundo plano , los efectos de la tiranía , de la castración impuesta por el padre : Héctor, que era un ejemplo de elegancia, maniquí de moda, es ahora desaliñado, pelo en batalla y ropa arrugada, pasa por la casa como una sombra borracha. Porque ese cambio tan extremo ? ¿La humillación?
El imperio del padre no necesita explicarse, justificarse : Don Rodrigo es orgulloso de decir a su esposa que solucionó el problema de su hijo. Que hablaron. En realidad ninguna palabra clara ha sido pronunciada, quedándose en generalidades alusivas que bastan para entenderse entre hombres. Tampoco necesita explicar la urgencia de casar a Maru, de apenas 15 años mientras no se habla de matrimonio para la hija mayor. ¿Por qué la reacción tan violenta en contra de Estela, con golpes que la desfiguran, por un beso en la calle ? ¿Por qué no pedir al novio que repare y se case? El peso de la palabra paterna toma toda su importancia en el otro castigo, considerado por Rodrigo como determinante y, tal vez, mucho más humillante : “No te dirigiré la palabra en un mes .”
La violencia sale de repente porque el padre en realidad no tiene autoridad. Como le explica su esposa al final, el respeto de los hijos hay que ganárselo. “Papacito”, “Mamacita”, beso en la mano y reverencia son puras formas que mantienen una apariencia de amor pero no pueden resistir las verdaderas emociones ni los abusos repetidos.
Una familia de tantas es la versión burguesa y por lo tanto, llena de buenos modales, del abuso paterno, que lleva al encierro si no físico al menos mental, a los castigos, a la interdicción de opinar que Ripstein enseño en una familia pobre con su Castillo de la pureza (1972). Veinticinco años más tarde, seguía el autoritarismo sin cuestionar del jefe de familia. Y sigue probablemente en las familias más humildes y más alejadas de la capital.
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