El trabajo meticuloso de la edición de un nuevo autor, con todo el cuidado y las consecuencias sobre el texto pero también sobre los individuos: autor, editor y los que lo rodean no pueden salir inmunes de tal aventura. Con dos grandes actores. Alrededor de una cuestión fundamental: ¿cuál debe ser el papel del editor?
Ficha IMDb
New York, 1929. En medio de la crisis, de la lluvia, de los que buscan trabajo, y de las empresas en quiebra, un hombre espera el veredicto sobre su manuscrito. Después de ser rechazado por varias editoriales, el enorme paquete de hojas llegó al escritorio de Max Perkins (Colin Firth). Este queda fascinado, atrapado por el estilo tan diferente del hasta ahora desconocido Thomas Wolfe (Jude Law).
Después de unas horas de lectura más que atenta, casi mágica, Perkins, quien ha publicado a gigantes de la literatura estadounidense, como Hemingway y Fitzgerald, decide aceptar al joven, a pesar de lo interminable de su texto, y de las modificaciones sin fin.
El trabajo de reescritura va a llevar meses, de discusiones, de peleas, de descubrimiento mutuo, de confrontaciones. Las vidas familiares se van a mezclar. De eso saldrá una obra de arte, “El ángel que nos mira”. Otras seguirán, mientras dos temperamentos tratan de trabajar juntos, de encontrar el equilibrio necesario para que el texto que resulte sea lo más cercano a lo que el autor buscaba.
En una producción impecable, que parece ser en blanco y negro, en espacios cerrados, con los únicos escapes de los domicilios y las familias de cada uno, y los pleitos que la presencia cada vez más invasora del “otro hombre” provoca.
Es la historia no solo de una colaboración pero también de la transformación progresiva de cada uno bajo la influencia del otro. Porque todo los opone, y las interpretaciones de Law y Firth son impecables para transmitirlo. Dos estilos de vida, dos sistemas de valores, dos concepciones de la literatura, lograrán confluir para que el joven romántico, destinado a una vida breve y fulgurante logre la consolidación de su talento, un lugar entre los grandes escritores, y, tal vez, algo de educación y de respeto por los demás. La selección de los actores es perfecta: al estilo distinguido, reservado de Firth se contrapone un Jude Law explosivo como raras veces se le ha visto. Excesos de palabras, de páginas, de movimientos y expresividad, enfrente una economía de expresión reflejada en un sombrero inamovible, en la oficina, en el tren, a la mesa familiar, incluso en piyama.
La oficina de Perkins, con sus paredes de vidrio, es el alambique donde se transforma el metal bruto en oro, a golpe de lápiz, borrando, tachando, quitando, depurando.
Y la cuestión central es si el editor tiene en realidad el derecho de hacer que el escritor modifique su texto. De verdad es para mejorar, o es simplemente para adaptar a los gustos del público. ¿Cómo puede un editor respectar la originalidad y el talento si impone modificaciones? ¿Corregir estilo es transformar, es perfeccionar, es servir el texto? Conocemos los nombres de los autores, pocas veces los nombres de los editores. Tal vez solo los nombres de los que cometieron enormes errores de juicio, como Gide, lector de Gallimard quien rechazó a Proust.
¿Quién es el genio del título? ¿El que tiene las palabras, y saca de sí mismo parte de sus tripas para exponerlas en el papel lo mejor que puede? O el que sabe canalizarlas y tal vez adaptarlas al gusto del público, al gusto de una época, tal vez a una moda. El editor debe destacar sin castrar.
La película es muy sobria, sea en su desarrollo, simplemente cronológico, sin efectos de colores o de fotografía, con una gran discreción en la vestimenta, conforme, es cierto, con la época.
Es también la historia de personajes secundarios muy bien descritos, cuya fuerza se muestra aun si se trata, en el caso de Louise (Laura Linney), esposa del editor, de una fuerza muy discreta. Mucho más visible, extravertida, en el caso de Aline Bernstein (Nicole Kidman ) la compañera del autor, quien tiene una vida personal, publica, de creadora reconocida, pero un carácter mucho más intolerante, porque más apasionado, al igual que su pareja. Sin embargo, se puede dudar de la adecuación de la actriz escogida ya que tal vez no tenga la edad que conviene.
La cinta trabaja más sobre la profundidad que sobre la dispersión. Dos encuentros simbólicos: y significativos parecen salir un poco de la tonalidad contenida: la velada en un club de jazz cuando se conjugan tradición y modernidad sobre un tema de canción conocida.La transformación aportada por el talento de improvisación de los jazzmen es la metáfora de la riqueza de la riqueza, de la frondosidad que pueden tener ciertos autores a partir de hechos vividos que son, a final de cuentas, idénticos para todos los humanos.
Otra escena es la azotea del edificio: frente a un cielo lleno del infinito de los posibles, los dos hombres finalmente comulgan en su amor por la vida. Ya que finalmente el gran tema entre los dos, tema de encarnizadas oposiciones es eso: vivir. ¿Quién sabe vivir, el hombre de familia reservado o el artista libre y desordenado?
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