Filmada de forma muy sencilla y tradicional, la historia día a día de un médico rural en la Francia actual. Sin grandes sentimientos, sin grandes efectos. Para volverla más dramática, se le agrega una particularidad: el estado de salud de dicho médico que lo obliga a aceptar el apoyo de una joven doctora en formación. Las dificultades de la convivencia y del trabajo en común, sobre fondo de provincia.
Ficha IMDb
En una región no tan lejos de París, pero que vive al ritmo del campo, el doctor Jean-Pierre Werner (François Cluzet) vive y trabaja como lo hacen todos los médicos rurales. Pasa las mañanas sobre las carreteras para las consultas a domicilio, con los pacientes que conoce de toda la vida: se sabe tratamientos de memoria y se sienta en la mesa de la cocina para redactar las recetas. Al volver al consultorio, despacha los que se amontonaron en la sala de espera. No tiene asistente o secretaria alguna, no tiene computadora para los expedientes. Todo lo tiene en su memoria. Es sencillo, dedicado al punto que lo puede llamar en la noche, en la lluvia, para cualquier emergencia en cual momento. Todo mundo lo conoce, es figura imprescindible en el panorama de la vida familiar, social, y casi política, ya que pertenece al consejo municipal, que trata de canalizar las grandes ideas innovadoras e inútiles del alcalde Francis Maroini (Patrick Descamps).
No se puede vivir sin el médico, como no se puede vivir sin el panadero o sin el cartero, cuya camioneta amarilla se cruza cada mañana.
Pero un pretexto narrativo permite cambiar el curso de una historia que podría volverse monótona y demasiado documental. Jean-Pierre tiene un tumor canceroso en el cerebro. Su médico, el doctor Norès (Christophe Odent) le explica que debe descansar y hacer quimioterapia, dos consejos que el nuevo enfermo se niega a seguir. Sin avisarle, Norès le manda una ayudante, Nathalie Delezia (Marianne Denicourt), demasiado vieja para ser una estudiante como los demás. Empezó como enfermera en un hospital de ciudad y decidió seguir como doctora y volver al pueblo de su padre.
Las primeras semanas van a ser de confrontaciones, de críticas abiertas o solapadas, de desprecio larvado. Sin contar con la falta de confianza de los pacientes, acostumbrados a su doctor.
La cinta avanza con pequeñas anécdotas, unas intervenciones, programadas o de emergencia que los dos médicos deben atender. Se vislumbran con más o menos detalles casos familiares: un anciano en los últimos días de su vida y que no quiere dejar su casa a pesar de los riegos, una abuela de la comunidad “del viaje” cuya familia acabará en la sala de espera de Nathalie, deseosa que ella y nadie más los atienda. (Porque la problemática de los gitanos y sus campos de remolques representa un problema para muchas municipalidades ), una joven embarazada abusada psicológicamente por su compañero, una depresiva que trata de salir de su estado, un joven ligeramente autista, que vive en la guerra de 1914-18….
La personalidad fuerte de Jean-Pierre, su presencia, su empatía , hacen de él , como de todos los médicos rurales, y de muchos médicos de familia, según el concepto francés, un ser entre psicólogo, sacerdote, negociador familiar, consejero administrativo, hasta un padre o un hijo para quien ya no tiene. Ese quehacer exige una disponibilidad total, lo que conlleva la soledad. Pero, además de este papel tradicional, y viejo como la medicina rural, existe un contexto actual de éxodo rural, de falta de recursos públicos, de burocratización, que obliga a los profesionales de la salud a evolucionar, al mismo tiempo que hace despreciar esa forma , lenta y dedicada de trabajar, y la hace ver como desadaptada en el mundo moderno.
La cinta plantea caracteres que, juntos, conforman una pequeña sociedad que funciona sobre sí misma, con unos personajes extraños, otros divertidos, unos abusivos. Se puede reprochar a la cinta este aspecto estereotipado. También se le puede reprochar la falta de profundidad de los caracteres, la insuficiente exploración de la historia de cada uno de los protagonistas. De Nathalie no se sabe nada, salvo que fue enfermera y que su padre tenía una casa en el pueblo. De Jean-Pierre, que es divorciado, que tiene cáncer, que su hijo trabaja en Madrid con un famoso arquitecto, que su madre (Isabelle Sadoyan) vive en el pueblo y necesita a veces de su ayuda para asuntos prácticos,
El director, Thomas Lilti, fue médico rural en la provincia, conoce esta vida y sabe que no tiene nada sensacionalista, que es un trabajo de un día después del otro. Como lo plantea en una extraña escena el Doctor Weber, es una lucha sin remisión, es un combata de cada día, sin ninguna garantía. Se lucha contra la naturaleza y esta es mala. Es un combate condenado a la derrota. Este momento contrasta con el resto de la narración, clásica, fluida, porque de repente el doctor esta solo frente a una cámara inmóvil. Parece que le habla a Nathalie fuera de campo. ¿O le habla al espectador? ¿O se habla a sí mismo? ¿Momento de desesperanza o momento de lucidez casi filosófica?
En su primera cinta, Hippocrate (2014), Lilti exploraba el mundo de los internos en un servicio hospitalario.Un número grande de personaje le permitía mostrar situaciones personales y administrativas variadas. El ritmo era mucho más rápido, aparentemente desordenado, en contraste con lo que puede parecer una cierta placidez de la vida rural. Pero las intenciones eran las mismas: dar a ver la realidad medica en Francia hoy, cuando la entrega y la vocación se enfrentan a una modernización de la sociedad que dificulta el desempeño de los médicos en su total dimensión humana.
Poco importa finalmente la relación entre Jean-Pierre y Nathalie, entre Jean Pierre y su doctor, poco importa que el tumor evolucione positivamente. El alma de la cinta está en la observación, puntual, atenta, benevolenta, de una profesión fuera de serie.
Sin olvidar los dos grandes actores que la sirven, François Cluzet, lejos del artificial Intouchables (Olivier Nakache, Eric Toledano – 2011) , y Marianne Denicourt, discretamente pero tenazmente fuerte, atenta y eficiente.
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