Becca (Nicole Kidman) y Howie (Aaron Eckhart) han perdido a su hijo hace ocho meses. En un lapso de algunas semanas, asistimos a eventos claves para la resolución del duelo. Adaptada de una obra teatral de David Lindsay-Abaire, la película sigue un ritmo pausado, muy propio a la convalecencia que viven los protagonistas, acompañados por la madre de ella, en duelo también, y la hermana en la espera de un bebe.
Ficha IMDb
La película esta claramente hecha para Nicole Kidman, quien cumple con todas las expectativas: encuadres, luces, enfoque, todo hace de ella el centro de la película. Si bien los sentimientos y las problemáticas de los demás personajes están claramente expuestos, todos están relacionados con los suyos y su evolución.
Ella trata de borrar todo rastro del niño fallecido: sus dibujos en la puerta del refri, su ropa. Se deshizo del perro, responsable en cierta forma del accidente. De la terapia grupal. Trata que su esposo haga lo mismo. Quitar el asiento del coche, dejar de ver los videos. Hasta, sin querer, borra uno del teléfono. Más radicalmente aún, pone la casa en venta. El, en cambio, se aferra a todo lo que queda del pequeño.
Asimismo, ella no soporta que su madre (Dianne Wiest) haga comparaciones con la muerte de su propio hijo, y le cuesta mucho aceptar el embarazo de su hermana.
Nicole Kidman es brillante en las escenas donde deja aflorar las impaciencias, hasta la intolerancia hacia el genero humano: los padres que se aferran a la idea que Dios se llevó a su hijo porque quería otro ángel “¿Por qué no se hizo uno? ; la familia en la fiesta de cumpleaños en el boliche ; la madre que no quiere comprarle un dulce a su hijo en el súper.
Etapa convenida en toda película de este tipo, la separación entre los esposos cuando Howie se deja llevar con Gaby ( Sandra Oh ) , compañera en la terapia de grupo, adicta a este desde años sin poder soltar el apoyo que representa y abandonada finalmente por su esposo. Después de fumar un poco de hierba con ella en el coche, como adolescentes, esta a punta de sucumbir a sus encantos (es cierto que se ve mas seductora que en Grace Anatomy).
Más sorprendente, el proceso muy personal de acercamiento al adolescente responsable del accidente, Jason (Milles Teller, muy interesante), chico melancólico y solitario, estudiante serio de preparatoria. Nada que ver con las imágenes tradicionales del joven reventado y rebelde. La verdad de los hechos, de las circunstancias del chico en el momento del accidente, de sus sentimientos, se van desvelando poco a poco en una “domesticación” reciproca (“apprivoiser” decía el Principito), sin nada que se pueda interpretar de forma equivoca o confusa. Salvo las primeras etapas que hacen pensar a un asecho enfermizo ya que no sabemos quien es este joven del transporte escolar al que Becca observa y sigue . Con mucho respeto y aceptación de parte de cada uno, sin que ninguno abandone su lugar y su rol. Los encuentros en el parque, frente a un espacio abierto de pasto, y la comunión en la lectura de “Rabbit Hole”, el comic escrito por el chico, le permiten a la madre encontrar su propia conejera, un universo paralelo donde existe la felicidad, o al menos la paz.
Un final feliz porque es reconciliación con el esposo, con la familia, con los amigos. Es salir de la conejera para aceptar la vida social. Conservar lo que se quiere realmente: el conyugue, la casa, el perro. Tener confianza en que “algo se les ocurrirá” para seguir adelante. Porque, como dice la madre de Becca, la muerte de alguien querido deja como un tabique en el bolsillo, que uno lleva a todas partes, todo el tiempo, cuyo peso cambia según los momentos, y que es lo único que la vida deja en lugar del ser perdido.
Observaciones muy sensibles y certeras, en los momentos lentos como en las explosiones, actores muy justos en sus interpretaciones, diálogos muy acertados y sin caer nunca en la sensiblería hacen de Rabbit Hole una película que vale mucho la pena.
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